En Cataluña (y en España) son muchos los políticos que se eternizan en su cargo. ¿Qué lo hace que se produzca esta falta de relevo? Y, sobre todo, ¿qué consecuencias conlleva un sistema político así?
Xavier Torrens. Profesor de Ciencia Política en la UB, politólogo y sociólogo.
En nuestro país hay dos tipos de políticos: los interesados y los interesantes. Los interesados son aquellos que suelen hacerse crónicos y que hacen política porque es su camino para salir adelante en la vida y, algunos de ellos, incluso son gente de malvivir que subsiste a costa de la ciudadanía, ya sea malgastando o malversando el dinero público que emanan de los impuestos. Ningún político no se ve así -¡ay!-, pero son los políticos de la poltrona que estrangulan recursos.
Los políticos interesantes, en cambio, son profesionales bien formados y que cuentan con una trayectoria laboral de éxito en su campo antes de entrar a formar parte de las instituciones políticas. Son una maestra que hace política educativa, un gestor cultural que hace política cultural o una médico que hace política de salud y que, cuando pasa a formar parte de las instituciones, hace transferencia de conocimientos, aportando su know-how en el esfera pública. También son los políticos de las sillas plegables, es decir, aquellos que dejan la silla (los escaños o cargos públicos) para volver a dedicarse a su trabajo cuando corresponde. Porque con ellos, la política funciona como una silla plegable, que se pliega y se guarda cuando ya no tiene que hacer más servicio sin más dilación.
La pregunta clave es: ¿queremos políticos interesados en abastecer sus arcas personales (complacencia o ganancias) o bien incentivamos políticos interesantes que sepan liderar los procesos políticos y diseñar las políticas públicas?
Entonces, preguntémonos: las instituciones políticas, ¿qué ofrecen? ¿Poltronas institucionales o sillas plegables? Porque los políticos de poltrona eternizan en los cargos parlamentarios o del gobierno mientras puedan hacerlo y se oxida hasta que se hagan bloqueos institucionales. Por ello, es necesario que los límites a los mandatos provengan de las propias instituciones. A modo de ejemplo, el Presidente de los Estados Unidos de América sólo puede serlo por ocho años. Y es que limitar los mandatos, suprimir los aforos, eliminar los sobresueldos y otras medidas en este sentido bajarían la corrupción y exitoso la eficacia de las políticas públicas.
LOS AFORADOS, UNA FIGURA ANACRÓNICA Y PERVERSA
En España hay 17.621 aforados, entre ellos, los miembros de los Gobiernos central y autonómicos, los diputados de todos los parlamentos, cúpula del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, además de la familia real. En cambio, en Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña, no hay ninguno.