Este año, el Viejo Continente tendrá que hacer frente a importantes problemas coyunturales y se encontrará frente a retos estructurales serios, con vertientes socioeconómicas y sociopolíticas a menudo envenenadas.
Joan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
Este 2015 está poniendo a prueba muchas cosas en Europa. Por un lado, tenemos nueva Comisión Europea bajo la presidencia del controvertido Juncker, una estrategia aparentemente más agresiva del Banco Central Europeo (BCE) y la sacudida que ha supuesto el nuevo gobierno de Atenas en una Grecia que, a pesar de parecer marginal por su peso económico dentro de la UE, está cuestionando algunos de los principios con los que se ha gestionado la crisis en el Viejo Continente. Y por otro, a todo esto hay que añadir unas previsiones de crecimiento que, según la actualización del Fondo Monetario Internacional (FMI) de enero de 2015, se situarían este año en un modesto 1,2% para la zona euro, prácticamente un tercio de la cifra prevista para la economía mundial en su conjunto.
¿Qué puede hacer Europa para afrontar todas estas complejidades? ¿Cómo puede lidiar simultáneamente con problemas coyunturales y retos estructurales que presentan vertientes económicas y sociopolíticas a menudo envenenadas? Probablemente lo que necesita el Viejo Continente no es encontrar unas varitas mágicas, sino poner en marcha algo incluso más delicado y difícil de conseguir: rehacer unos equilibrios razonables perdidos en los últimos tiempos. Veamos cómo podría hacerlo.
PROPUESTA NÚM. 1:
IMPULSAR POLÍTICAS EXPANSIVAS PARA RECUPERAR EL POTENCIAL ECONÓMICO
En un mundo global con parámetros de competencia más exigentes, una primera dimensión para recuperar el potencial económico de la economía europea requiere avanzar de forma complementaria -no contrapuesta- en la aplicación de medidas macroeconómicas más expansivas mejorando al mismo tiempo las de productividad y competitividad.
Es decir que, simplemente, hay que asumir la filosofía, tan razonable como difícil, de los planteamientos del G20 en su última cumbre en Brisbane. En la práctica, sin embargo, hacer esto implica evitar dos errores interesantes: por un lado, hablar de la necesidad de reformas como coartada para aplazar políticas más expansivas, y por otro, exigir más expansión para aplazar / olvidar las imprescindibles modernizaciones. Los defensores de estos dos planteamientos maniqueos, aparentemente opuestos, pero que tienen en común su infertilidad, son fácilmente identificables.
PROPUESTA NÚM. 2:
REENCONTRAR EQUILIBRIOS RAZONABLES PARA EVITAR REPETIR VIEJOS (Y CONOCIDOS ERRORES)
Una segunda dimensión para abordar los retos europeos de este 2015 hace referencia a la necesidad de reencontrar fórmulas de equilibrios razonables entre acreedores y deudores. A pesar de todas las disquisiciones jurídicas, morales y políticas que se quieran hacer, la Historia demuestra que, en situaciones de sobreendeudamiento graves como las que tenemos en Europa, los destinos de los acreedores y de los deudores están más vinculados de lo que algunos de ellos desearían.
Lo que necesita el Viejo Continente no es encontrar unas varitas mágicas, sino algo incluso más delicado y difícil de conseguir: unos equilibrios razonables perdidos en los últimos tiempos
Sobre todo si, como es nuestro caso, en el origen de las deudas hay responsabilidades compartidas, bien sea por ineficiencia en el destino dado a los recursos recibidos, bien sea por falta de la imprescindible diligencia de los acreedores para evaluar a qué se estaban destinando los préstamos. Este es un tema que los europeos conocemos bien: las deudas que tuvo que asumir Alemania después de la Primera Guerra Mundial fueron un lastre que, a pesar de unas tímidos finiquitos, llevaron a cotas de inflación, primero, y de paro y deflación, después; y en todo caso, a unos niveles de inestabilidad sociopolítica y empobrecimiento de las clases medias que acabaron con la llegada al poder de los totalitarismos en la década de 1930. Alemania sabe mejor que ningún otro país europeo lo que significó soportar un grave deuda, un elevado desempleo y un déficit exterior sin que sus (entonces) acreedores se movieran demasiado de posiciones displicentes.
Ahora, con los papeles cambiados, no se trata, pues, sólo de reivindicar equilibrios más razonables, sino -y también- constatar si somos capaces de aprender las lecciones más básicas de la Historia o si nos condenaremos de nuevo de forma insensata a repetir los errores de un pasado no tan lejano.
El proyecto de integración europea nació para sustituir los mecanismos de confrontación por unos intereses compartidos que hicieran que la aparición de más conflictos indeseables en el continente fuera algo, además de imposible, impensable.
Pero tras muchas décadas de lentos avances, últimamente nos encontramos con reproches y recelos intraeuropeos que van en sentido justamente opuesto al lúcido espíritu fundacional
Un aspecto complementario en este sentido hace referencia a los mecanismos para resolver los desequilibrios entre países con déficits exteriores y países con superávit. A algunos no les parecerá un problema: los estados con un déficit insostenible simplemente tienen que ajustarlo, como ya han hecho algunos gobiernos del sur de Europa invitados por las exigencias de los acreedores-financiadores de los déficits. Los del superávit, en cambio, no deberían hacer nada más que presumir de cómo sus metas en competitividad les han permitido alcanzar estas destacadas posiciones. Pero en la medida en que el déficit de unos es el superávit de los otros, incluso el G20 y la Comisión Europea han insistido en que un enderezamiento ordenado de los desequilibrios externos es un ingrediente para retomar un camino de sólida recuperación. Esto, ciertamente, requiere correcciones en los países deficitarios -combinando ajustes como las devaluaciones internas con mejoras de competitividad por vías que no sólo sean los precios-, pero también que los estados con superávit hagan uso de sus márgenes de maniobra expansivos para estimular sus economías con efectos colaterales positivos sobre el resto de economías. Que en Europa los deficitarios hayan ajustado a la baja mientras que los superavitarios no han hecho el trabajo simétrico es una de las razones que explican por qué la recuperación en el Viejo Continente esté siendo más lenta y débil que en otras regiones de la economía mundial. Y una vez más necesitamos que haya un equilibrio más razonable también con respecto a esta vertiente.
BIG TRADE OFF |
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| COMO DIMENSIÓN ADICIONAL A LOS RETOS DE FUTURO DE EUROPA, debemos hacer referencia al equilibrio entre eficiencia (o dicho de otro modo, competitividad) y equidad (o, si se quiere, cohesión social). Ya hace un tiempo, el Premio Nobel de Economía, Edmund Phelps, habló de la relación entre estas dos dimensiones como el big trade off de cualquier sociedad. Los datos sobre incrementos de las desigualdades en Europa en los últimos tiempos son uno de los ingredientes que explican las fricciones sociopolíticas que vienen aflorando y que tienen manifestaciones mediáticas y electorales cada vez más claras. Nuevamente hay que rehuir el maniqueísmo empobrecedor entre las posiciones numantinas de los unos y los que apelan a las presiones competitivas de los emergentes (y a algunos excesos cometidos) para tratar de legitimar una revisión a la baja del Estado del Bienestar más sustancial de lo que sería razonable. |
Cabe recordar que el proyecto de integración europea nació para sustituir los mecanismos de confrontación -a menudo sangrientos en Europa- por unos intereses compartidos que hicieran que la aparición de más conflictos indeseables en el continente fuera algo, además de imposible, impensable. Tras muchas décadas de lentos avances -a veces con retrocesos transitorios- últimamente nos encontramos con reproches y recelos intraeuropeos que van en sentido justamente opuesto al lúcido espíritu fundacional. Por ello, necesitamos recuperar los equilibrios razonables para poder retomar el camino. Este es ahora el reto de Europa. O si lo desean en términos más llanos: ahora nos toca decidir qué querrá ser Europa cuando sea grande... o si queremos dejar que lo llegue a ser. |