En 1832 inicia su actividad en Barcelona la Fábrica Bonaplata de hilados, tejidos y estampados, la primera accionada por máquinas de vapor de todo el estado. Su creación supondrá un paso importante en la industrialización de Cataluña, un proceso, sin embargo, que ya se había iniciado el siglo anterior con la fabricación de los tejidos estampados llamados indianas (y que recibían su nombre por su procedencia original). La Bonaplata será impulsada, no sin dificultades, por tres emprendedores catalanes dispuestos a aportar las últimas innovaciones internacionales a la industria del país. Pero la fábrica tendrá una vida efímera: en el convulso y revolucionario verano de 1835 será incendiada.
Gregor Siles. Profesor tutor de la UNED y miembro de Tot Història Associació Cultural.
¿Cómo se llega a esta situación?
En el siglo XVIII, Barcelona es un polo importante de comercio y de manufactura de indianas en Europa; estos tejidos invadían los mercados por su estética, limpieza, comodidad y por tener un precio más barato que la lana. De esta manera, el Mediterráneo recobra importancia comercial y, de rebote, Cataluña se beneficia (y es que el comercio directo con América, monopolio de Castilla en Cádiz, no se abrirá hasta el 1778).
Así, en la década de 1730 se inauguran las primeras industrias de indianas en Barcelona. Este es un hecho destacado porque, mientras que otros territorios se especializan en el estampado, lugares como Inglaterra y Cataluña asumirán todo el proceso productivo, poniendo las bases de la industrialización.
De hecho, a finales del siglo XVIII e inicios del XIX ya se empiezan a introducir máquinas de hilar mecánicas inglesas -jenny, water, mule-, así como las berguedanas autóctonas, movidas por engranajes y ruedas hidráulicas. Y en 1805 los fabricantes Paz y Jacinto Ramón, de Barcelona,compran una primera máquina de vapor para bombear el agua del Rec Comtal y mover las hiladoras mecánicas.
El antecedente
En este contexto, un joven llamado Josep Bonaplata, hijo menor de un fabricante de indianas, decide independizarse y crear su propia empresa. Para ello, se asocia con Joan Vilaregut, procedente también de una saga industrial, y ambos inician, en el año 1828, una fábrica en Sallent, donde utilizan los primeros telares mecánicos aplicados al algodón.
Bonaplata y Vilaregut son dos emprendedores de familias comprometidas con el liberalismo político; los Vilaregut, además, han sufrido el exilio en Londres por su oposición al absolutismo, y es gracias a esta experiencia que conocen los últimos avances de la industria británica. Por este motivo, pronto decidirán comenzar un nuevo proyecto fabril independiente de la fuerza hidráulica.
Por su parte, en 1830, Josep Bonaplata y Joan Rull, un nuevo socio estampador, viajan a Inglaterra para comprar nueva maquinaria. Además, conseguirán permiso gubernamental y recibirán una subvención estatal (que no gusta al resto de algodoneros) para el montaje en Barcelona de una fundación y de talleres con máquinas inglesas de hilaturas de estambre y algodón movidas por vapor. Es así como crean, en 1831, la «Sociedad Bonaplata, Vilaregut, Rull y Cía».
La quema de la Bonaplata fue una reacción ludita propia de los orígenes del movimiento obrero que también se daba en Inglaterra y en el que se destruían las máquinas como protesta por las condiciones laborales
El resultado
La fábrica se levantará en la calle Tallers de Barcelona en el Raval, barrio que, por haber sido poco urbanizado en el siglo anterior, facilita la ubicación de industrias. En 1832 se pondrá en marcha la fundación; en 1833, los hilados y tejidos; y en 1835 ya dispondrán de una plantilla de entre 600 y 700 trabajadores que, en aquella época, trabajaban a destajo por la longitud de las piezas. Desgraciadamente, este precio, fijado por una ordenanza, será sistemáticamente incumplido por los empresarios, que alargaban la tela sin incrementar la paga. Y eso, sumado al estallido de la guerra carlista que encarecerá los precios, provocará que los obreros pierdan poder adquisitivo, por lo que reclamarán una mejora salarial que no se produce. El malestar, entonces, irá en aumento -hay que recordar que las jornadas eran de 12 horas y que no estaba reconocido el derecho de reunión: cualquier protesta podía conducir al despido- hasta que en el verano de 1835, Barcelona será sacudida por una revolución.
En efecto, el tímido liberalismo del Gobierno y la guerra levantan a la ciudad, que exige una política más progresista y una mayor eficacia contra los carlistas. El primer estallido, el 25 de julio, comportará la quema de conventos -la Iglesia se asocia con el antiguo régimen-, y el 5 de agosto se incendiará el Vapor Bonaplata. La explicación a esta acción es muy sencilla: se trató de una reacción ludita propia de los orígenes del movimiento obrero que también se daba en Inglaterra y en el que se destruían las máquinas como protesta por las condiciones laborales. Con todo, sin embargo, el historiador Josep Termes también ha insinuado que detrás de la destrucción de la Bonaplata podría haber habido la presencia de otros fabricantes recelosos de la competencia que esta suponía. En cualquier caso, los días siguientes al incendio, cuatro obreros serán fusilados como responsables del fuego, por lo que el desastre de la destrucción de la fábrica se sumó al de la represión.
La fábrica se levantó en la calle Tallers de Barcelona en el Raval. En 1832 se puso en marcha la fundación; en 1833, los hilados y tejidos; y en 1835 ya disponían de una plantilla de entre 600 y 700 trabajadores
Mucho más que una fábrica
Mientras estuvo activa, la Fábrica Bonaplata no sólo dio trabajo a otros sectores, sino que, a la vez, funcionó como un mecanismo de aprendizaje para el país en cuanto al uso del vapor. Como resultado de la fiebre por esta nueva tecnología, de hecho, incluso se editó un nuevo diario liberal, El Vapor: Periódico Político, Literario y Mercantil de Cataluña, donde Bonaventura Carles de Aribau publicó el poema «Oda a la Pàtria» (1833), arranque de la Renaixença.
Por otra parte, la pérdida de la Bonaplata no supuso ningún freno para el desarrollo de la industrialización en Cataluña, ya que las máquinas de vapor se expandieron pronto por todo el territorio. Desgraciadamente, eso sí, las tensiones sociales no desaparecieron con su incendio, y la frecuente incapacidad de entendimiento entre empresarios y obreros puso travas a un mayor desarrollo del país.
Con todo, sin embargo, el recuerdo de la Bonaplata perduró y, años después, Idelfons Cerdà (1859) rememoraba en su obra Teoría general de la urbanización el impacto de la fábrica en el inicio de su vocación urbanística: «Recuerdo la profunda impresión que en mí causó la aplicación del vapor en la industria, que siendo yo todavía muy joven, vi, por vez primera, verificada en Barcelona (…) comprendí que la aplicación del vapor como fuerza motriz señalaba para la humanidad el término de una época y el principio de otra» (p 6-7).
Referencias:
Nadal, Jordi. (1983). «Los Bonaplata: Tres generaciones de industriales catalanes en La España del siglo XIX». Anuario de la Sección de Economía, 3, 6-19.
Sánchez, Alex. Coord. (2011). Barcelona y la industria de las indianas. Barcelona: Archivo Histórico.