Hay muchas formas de liderar, pero es imposible aspirar al liderazgo humanista sin ética ni conciencia.
MIQUEL BONET. Profesor de Negociación y Comunicación iL3 de la UB.
Hace pocos días, en Mallorca, mataron a Eva, una hembra chimpancé. ¿Su delito? Escaparse del Zoológico de Sa Coma. Alguien, asumiendo su rol de líder, decidió que tal acción merecía acabar con su vida, del mismo modo como sacrificaron en octubre del año pasado a Excalibur, el perro del ébola -que no tenía ébola-. Y digo yo: ¿es este el modelo de sociedad al que aspiramos?
Evolucionar desde el australopiteco hasta nuestro modo de vida actual nos ha costado más de cuatro millones de años, y poco habremos aprendido cuando matamos para eliminar un problema. Parece, por tanto, que este es el liderazgo que no queremos: gente insegura que se siente amenazada, y toma decisiones sin empatía alguna y sin pensar en las personas que trata de dirigir, en vez de utilizar la autoridad que le han otorgado sus propios subordinados para organizar el talento de cada uno y cumplir con más productividad y eficacia su trabajo en la empresa.
Hay cualidades que suenan bien, pero se aplican muy mal. Este sería el caso de los valores. Imagino que hoy en día no existe ninguna organización que esté en el mercado -con su plan de marketingy su gama de productos o servicios- que no diga que trabaja de forma ética, pero ¿qué ética? ¿La que inventamos o la del filósofo italiano Antonio Gramsci: “Decir la verdad y llegar juntos a la verdad?” Y como quiera que esta prerrogativa depende de la voluntad popular, para una sociedad puede resultar ético que los niños trabajen; para otra, que las mujeres ganen menos por el mismo trabajo; y para un colectivo espejo como el americano, que las prestaciones sociales no sean obligatorias. Allá cada uno con su conciencia.
Como decía el gran pensador francés Jean-Paul Sartre: “La conciencia vive en el mundo que acabamos de crear cada uno de nosotros.” Por eso nadie se avergüenza de que asesinen a un pobre mono ni de que torturen a lanzadas un toro. Ni tampoco nos ruborizamos porque nos lideren supuestos jerarcas y directivos cuyas credenciales y experiencia no trascienden más allá de algún master, o por el nepotismo de algunos amos cuyo único valor acostumbra a ser su codicia.