En el libro La gran crisis: cambios y consecuencias. Lo que hemos aprendido y lo que todavía nos queda por aprender de la crisis financiera, Martin Wolf, jefe de Economía del Financial Times, expone su particular análisis acerca de los cambios ocurridos en la economía en los últimos años, identificando el origen de la crisis y desenredando su compleja interacción con la globalización y los desequilibrios globales y europeos. En este último aspecto, para Wolf las fuentes fueron más inestables debido a lo que el periodista denomina como la defectuosa arquitectura de la unión monetaria.
Text: Alfonso Cebrián. Doctor en Ciencias Económicas.
¿Por qué ha ocurrido esta gran crisis? ¿Puede ocurrir de nuevo? ¿Por qué no ocurrió antes? Si queremos encontrar la respuesta a estas preguntas es imprescindible contar con una visión económica que contemple estos grandes trances y depresiones como uno de los estados en los que la economía capitalista puede encontrarse.
Los orígenes del terremoto
Todos recordamos el año 2008, cuando la caída de Lehman Brothers supuso el comienzo de la gran crisis financiera de la que el jefe de Economía del Financial Times, Martin Wolf, habla en su último libro, y que todo el mundo sigue analizando (mientras intenta salir de ella) aún hoy en día. Así, durante toda la primera parte de La gran crisis: cambios y consecuencias. Lo que hemos aprendido y lo que todavía nos queda por aprender de la crisis financiera, el periodista norteamericano aborda las consecuencias de este terremoto económico, y trata las políticas de austeridad que ha desencadenado y sus efectos en todo el territorio euro, así como la importancia –y también la responsabilidad– que tiene Alemania en todas las consecuencias que han generado estas medidas, llegando a culpar al país germano de todo lo que ha ocurrido después. En este sentido, Wolf afirma que, desde que estalló la crisis, las directrices impuestas y el rumbo que se tomó durante el siguiente año fueron los correctos. Lamentablemente, sin embargo, los políticos dejaron de sostener las políticas requeridas para apoyar el desapalancamiento del sector privado y evitar, de este modo, una recesión de balance prolongada, cosa que tuvo como resultado una recuperación débil e incluso prácticamente parada en 2011 y 2012.
¿Cuál hubiera sido entonces la solución ideal? La crisis sacó a relucir que la eurozona realmente no estaba suficientemente preparada para poder soportar estos parones súbitos en los flujos de capitales privados que su creación había fomentado. En consecuencia, y descartando desde el primer momento la ruptura de la Unión, el siguiente paso es adivinar si existen reformas que hagan que Europa pueda funcionar de forma más óptima. Incluso en estos mismos días, Grecia y los países más vulnerables de la eurozona se han convertido en el espejo de las amenazas a las que se enfrentan los estados que no se encuentran bajo el paraguas de la unión monetaria, lo que sirvió en su momento como justificante para las medidas de austeridad que han acabado ralentizando la recuperación. Al mismo tiempo, tanto el Reino Unido como Estados Unidos nunca se sintieron realmente amenazados por el colapso en el apoyo a sus bonos estatales. Y otros países, como Alemania, acabaron beneficiándose de las dificultades de sus países vecinos de la eurozona, ya que las tasas de interés se encontraron en sus mínimos para los bonos a largo plazo.
La recuperación lenta y dolorosa de los menos favorecidos de la zona euro fue alimento de países como el germano, que se ha opuesto a cualquier política que estimulase la demanda, ya que ello le generó ganancias y para nada ha repercutido en su predisposición a ayudar.
Si la liberalización de las finanzas acaba llevando forzosamente a una crisis, deberemos implantar una nueva clase de sistema que recoja dos vertientes (y contemple tanto el largo como el corto plazo): por un lado, los países deben recuperarse de la crisis y, por el otro, se debe plantear la viabilidad de la eurozona para la consecución de una unión monetaria realmente factible
Una eurozona demasiado frágil
Visto todo lo anterior, ¿qué nos ha enseñado la crisis hasta ahora? Para empezar, que el sistema financiero de la eurozona es extremadamente frágil y con posibilidades de error y fraude, así como vulnerable al pánico, que no hace más que exagerar los motivos subyacentes de la crisis, y, por lo tanto, genera subidas y bajadas de periodos.
Por otro lado, también nos ha enseñado que cuando un sistema macroeconómico es estable, es cuando más peligro tiene de volverse más frágil, porque es el periodo en el que existe más sensación de seguridad para tomar decisiones que comportan riesgos. El peor aspecto de todos es la utilización del dinero de la industria financiera para obtener la regulación laxa que se quiere.
Asimismo, otro aspecto que conviene recordar es que los reguladores, por su parte, no serán capaces de mantener el ritmo, ya que no tienen motivación, recursos ni conocimientos; y que los académicos y diseñadores de políticas actuaron con ignorancia y arrogancia, considerando que la gravedad que la crisis ha acabado alcanzando era imposible de asumir. [Aquí cabe puntualizar que la crisis no ha creado todos estos aspectos, sino que los ha revelado para poder enmendarlos. En realidad, la crisis de la eurozona, y, por consecuencia, global, no solo fue estrictamente financiera, sino que resultó algo más profundo.]
Hacia una nueva clase de sistema
Llegados a este punto, nos queda ahora tan solo adentramos en la pregunta final: ¿cuál es la solución? Si la liberalización de las finanzas parece que acaba llevando al sistema de forma casi automática a una crisis, está claro que deberemos implantar una nueva clase de sistema. Pero ¿qué sistema? La respuesta debe tener dos vertientes que contemplen tanto el largo como el corto plazo. Así, para empezar, los países deben recuperarse de la crisis, que en muchos casos les ha dejado muy por debajo de los niveles tendenciales de producción. Y, asimismo, se debe plantear la viabilidad de la eurozona para la consecución de una unión monetaria realmente factible. Porque las crisis acabarán ocurriendo de manera cíclica, según Wolf, quien también nos revela un dato sorprendente: el coste fiscal de la crisis ha supuesto lo mismo para Estados Unidos y Reino Unido que lo que supondría una guerra mundial.
Martin Wolf (Londres, 1946) es Graduado en Económicas en Oxford. Comenzó a escribir para el rotativo Financial Times en 1987 y, desde 1996, es jefe de Economía del más prestigioso de los diarios económicos –junto con The Wall Street Journal–, lo que le convierte en uno de los periodistas económicos más influyentes de la escena internacional actual. Wolf también ha sido profesor visitante en las universidades de Oxford y Nottingham, miembro del Foro Económico Mundial en Davos y miembro de la Comisión Vickers del Reino Unido sobre la banca. En el año 2000 fue ordenado Caballero del Imperio Británico por sus servicios al periodismo financiero, y en 2012 recibió el Ischia International Journalism Award. Participante asiduo de las mayores jornadas y congresos económicos, el sector siempre escucha con atención sus opiniones, ya que es considerado uno de los gurús económicos de nuestros tiempos. Entre sus libros se incluyen Why Globalization Works y Fixing Global Finance. Su última obra, La gran crisis: cambios y consecuencias, es una de las lecturas obligatorias de este 2015 para cualquier profesional del sector.