Josep Francí, director de Territorio y Cualificación Profesional de la Cambra de Comerç de Barcelona.
La tinta derramada a la hora de afirmar que la formación no debe ser un gasto sino una inversión podría llenar, sólo en nuestro país, un número importante de piscinas olímpicas. Se ha dicho de mil maneras y se ha recurrido a citas ingeniosas aplicadas específicamente a la formación como: «If you think education is expensive, try ignorance». Cita, por cierto, habitualmente adjudicada a un antiguo presidente (rector) de la Universidad de Harvard, Derek Bok, que en 1975 parecería haber bebido de la fuente de la columnista del Washington Post, Eppie Lederer.
Como sea, la distancia entre el discurso aceptable y aceptado de los diferentes actores de la Formación Continua y la realidad de la actividad en este ámbito sigue siendo muy considerable. Seguramente porque, más allá del discurso, lo que realmente marcará el cambio hacia una formación entendida como inversión es el modelo de crecimiento económico y el grado de innovación y de talento que requiera. Si innovar y aportar valor no es una necesidad para crecer, entonces mejorar la cualificación profesional de quienes la componen puede parecer superfluo. Si, por el contrario, es un requerimiento ineludible, los enteros de la Formación Continua aumentan.
Si innovar y aportar valor no es una necesidad para crecer, mejorar la cualificación profesional de quienes la componen puede parecer superfluo. Si, por el contrario, es un requerimiento ineludible, los enteros de la Formación Continua aumentan.
En este aspecto -y en muchos otros- la crisis económica ha evidenciado un antagonismo dramático: sólo podemos crecer si las empresas aportan más valor, si son más eficientes, si son capaces de abrir nuevos mercados. De lo contrario, ir tirando equivale a iniciar inexorablemente un camino, más o menos largo, hacia el cierre. Y este hecho debería hacer evolucionar nuestra cultura alrededor de la utilidad de la Formación Continua, para acabar entendiéndola y practicándola como una inversión imprescindible.
Esta evolución se irá produciendo a nivel territorial, ciudad por ciudad, polígono por polígono, acompañando –¡esperemos! – a grandes operaciones de impulso económico en el país. Y es por eso que estoy convencido de que el modelo de espacio formativo que la Cambra de Comerç de Barcelona concibió hace un par de décadas, y que ha ido evolucionando y mejorando hasta hoy, es especialmente adecuado: combina la diversidad de destinatarios, la variedad de soportes y, muy especialmente, cuenta con 13 espacios formativos que generan confianza -factor decisivo en el ámbito de la formación- para trabajar con las empresas en la mejora de la cualificación profesional de las personas que las componen que, al fin y al cabo, son su principal activo.