Una de las decisiones más importantes que toma una empresa durante su trayectoria es la elección del activo inmobiliario que convertirá en su sede. El árbol de decisiones que se abre es inmenso, pero, sin duda, la decisión más relevante es en relación a la conveniencia de comprar el activo que se quiere ocupar o bien firmar un contrato de arrendamiento con un tercero.
Anna Gener. Socia y directora general de Aguirre Newman Barcelona.
Las empresas que son propietarias de los activos que ocupan están inmovilizando una parte muy relevante de sus recursos con una actividad que no es la propia. A menudo, destinar esos recursos al core business del negocio implica unas ventajas muy superiores que tener este dinero concentrado en un inmueble.
Asimismo, ser dueño de un activo supone convertirse en responsable de su gestión a nivel técnico y normativo, lo que obliga a disponer de un equipo con los conocimientos inmobiliarios necesarios.
Por otra parte, las necesidades inmobiliarias de una empresa suelen cambiar en el transcurso de los años. Y una superficie que en un determinado momento de la historia de la empresa era la adecuada, puede convertirse en insuficiente o sobrante a medio plazo.
En los últimos tiempos hemos visto cómo muchas de las empresas que eran propietarias de sus activos realizaban operaciones de sale & lease back (venta del activo y posterior arrendamiento) como una manera de financiarse y liberar recursos para destinarlos a su actividad.
En esta línea, las principales ventajas del alquiler son las siguientes:
• Incrementar o reducir superficie una vez finaliza el compromiso contractual, que suele ser de tres años.
• Destinar los recursos de la empresa exclusivamente a la actividad que le es propia.
• Y evitar riesgos inmobiliarios y de gestión.