Jody Williams transmite energía, vitalidad y sinceridad cuando hay algo que no le gusta. Seguro que estas cualidades han jugado un papel decisivo en su labor de activista, primero en El Salvador y luego en la campaña para detener la producción y uso de las minas antipersonas en el mundo, por la que recibió el Nobel de la Paz en 1997. Sus ganas de lucha, sin embargo, no han cesado: ahora alterna la defensa del rol de la mujer en la Nobel Women’s Initiative con las acciones para poner fin a las armas letales autónomas, popularmente conocidas como robots asesinos.
Texto: Berta Seijo
Fotos: Cedidas
¿Cuándo comenzó su carrera como activista y por qué?
Era mayo de 1979 y yo estaba estudiando en la Universidad de Vermont. Durante aquella época en EE. UU. había protestas en contra de la intervención estadounidense en la Guerra de Vietnam y muchos cuestionábamos la política exterior del país. En ese momento comenzó mi carrera como activista.
Durante 11 años trabajó para crear conciencia sobre la intervención estadounidense en América Central. ¿Cuál fue su rol allí?
Cuando los EE. UU. comenzaron a intervenir económica, política y militarmente en El Salvador (y en Nicaragua) en los años 80, volví a experimentar el mismo enojo que con el caso de Vietnam. En esta ocasión, trabajé como voluntaria en varias organizaciones que luchaban para detener esta intervención. Durante dos años fui la coordinadora del Nicaragua-Honduras Education Project. Después, y hasta 1992, residí en El Salvador, ejerciendo el cargo de subdirectora en Medical Aid for El Salvador y trasladando a niños salvadoreños heridos por el conflicto a hospitales estadounidenses.
«El activismo implica levantarse de la silla, involucrarse y trabajar en equipo para originar el cambio»
¿Y cómo acabó luchando contra las minas antipersonas?
Después de una década en América Central, estaba lista para poner en marcha un cambio en mi vida, pero no estaba segura de lo que haría. De hecho, fue un grupo de veteranos de la Guerra del Vietnam quienes me preguntaron si quería crear una campaña para detener las minas antipersonas. Al principio, no entendía por qué no se centraban en armas (a primera vista) más potentes como las bombas nucleares. Pero, cuando me explicaron la diferencia entre las armas convencionales y las minas terrestres, lo vi claro: las minas, una vez desplegadas, pueden matar o mutilar a varias generaciones. No necesitan ninguna nueva orden, ningún uniforme, ningún comandante para estallar. Están allí para siempre.
Esta reflexión me horrorizó pero también hizo nacer un fuerte entusiasmo dentro de mí. Era necesario implicar a un gran número de ONG para ejercer la presión necesaria sobre los gobiernos y deshacernos de estas minas. ¡Y así lo hice!
¿Qué posibilitó el éxito de la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersonas (ICBL)? ¿Cómo conseguisteis coordinar una red tan amplia de organizaciones y voluntarios sin una oficina central?
Supongo que el elemento decisivo fue que todas las ONG que se unieron a la campaña lo hacían con verdadera pasión y que todos luchábamos contra un mismo enemigo. Algunas se dedicaban a la eliminación de minas, otros ayudaban a los supervivientes y víctimas, y también había organizaciones que analizaban las razones por las que las minas deberían ser ilegalizadas. Como coordinadora, me di cuenta de que si todos estos grupos de personas tenían que trabajar juntos, debían recibir la misma información. Por eso me aseguré de que todos tuvieran el fax -el más novedoso y mejor aparato tecnológico que había en el momento-. Luego, cuando apareció el correo electrónico, pues cambiamos de sistema. Si todos los participantes de un proyecto tienen la misma información, también tienen la misma cantidad de poder. Esto es lo que realmente hace que todo el mundo sienta que pertenece a una causa.
¿Cuál fue el impacto de la campaña?
Por ahora hay 162 países que pertenecen al Tratado de Ottawa (o Convención sobre la Prohibición de Minas Antipersonas), es decir, el 80% de los estados que hay en todo el mundo. Ningún país produce minas. Y a pesar de que 35 estados permanecen fuera del Tratado, tampoco estos no utilizan o producen minas antipersonas en la actualidad.
Aunque obedecen las disposiciones de la Convención, los EE. UU. no han firmado el Tratado porque se reservan el uso de estas armas en caso de guerra con Corea. China tampoco ha firmado, pero ya no produce para exportar y es un país involucrado en esfuerzos humanitarios en cuanto a la problemática de las minas antipersonas. Esto demuestra que si el mundo ve que algo no está bien, los gobiernos comienzan a impulsar el cambio movidos por la presión global.
«Las minas terrestres, una vez desplegadas, pueden matar o mutilar a varias generaciones. No necesitan ninguna nueva orden, ningún uniforme, ningún comandante para estallar. Están allí para siempre.»
A día de hoy es una de las fundadoras de la Nobel Women’s Initiative. ¿Cómo empezó esta aventura?
A finales de 2004, me encontraba en Nairobi con la Shirin Ebadi [Premio Nobel de la Paz 2003]. Recuerdo que comentábamos que le habían entregado el Premio Nobel de la Paz a Wangari Maathai. En ese momento, sólo había siete mujeres vivas que habían recibido este galardón. Pensamos que sería genial si todas nos pudiéramos unir para utilizar nuestra capacidad de influencia a la hora de ayudar y promover la labor de las mujeres que trabajan para lograr una paz sostenible con justicia e igualdad. Era una idea que me entusiasmaba y me ofrecí a recaudar dinero y a involucrar a gente en el proyecto. Este año celebramos 10 años de la creación de esta iniciativa y pienso que hemos conseguido dejar claro que no se trata de un afán de promocionarnos individualmente, sino de utilizar nuestra fuerza para resaltar el trabajo de otras mujeres.
También se encuentra inmersa en la lucha contra los robots asesinos con su marido, el activista Stephen Goose. Veo que le gustan los retos…
Es que hace unos años, mientras me documentaba para redactar un artículo sobre el uso ilegal que hacen los EE. UU. de los drones en el ámbito militar, averigüé que se estaba investigando para desarrollar armas totalmente autónomas, los llamados robots asesinos. Al menos, en el caso de los drones hay una persona que mira la pantalla del ordenador, que selecciona el objetivo, que decide si éste es alguien que debe ser destruido, y que pulsa el botón para disparar los misiles. Los robots asesinos funcionan y deciden solos; no hay ningún ser humano involucrado en la selección y asesinato de la víctima. Cuando me enteré de esto, me quedé horrorizada y muy impactada viendo que hay personas que piensan que no hay ningún problema a la hora de dotar a las máquinas del derecho de matar a seres humanos.
En abril de 2013 comenzamos a involucrar a las ONG que conocíamos de la ICBL y iniciamos la campaña Stop Killer Robots. En sólo nueve meses ya habíamos ejercido suficiente presión hacia los gobiernos y la comunidad internacional para que expertos de la ONU trataran el tema en Ginebra. Ahora seguimos con este diálogo que esperamos nos ayude a lograr una medida internacional que prohíba los robots asesinos que son completamente autónomos.
Como bien sabrá, el 90% de personas asesinadas por los ataques de drones estadounidenses no eran el objetivo buscado. Con este dato en mente, ¿cómo es posible que el presidente Barack Obama ganase el Premio Nobel de la Paz en 2009?
Me impactó mucho esta noticia, supongo que como a mucha gente. Obama nunca ha hecho nada para demostrar su compromiso real con la paz. Pero, sobre todo, esto fue culpa del propio Comité Nobel. ¿Cómo puedes darle a alguien que lidera guerras el Nobel de la Paz? Y el señor Obama no dijo nada durante unos días, hasta que habló y reconoció que no merecía este premio. Primero celebré esta decisión, pero cuando supe que lo aceptaba «en nombre de los estadounidenses», pensé que todo era horroroso. Si sabía que no lo merecía, ¡no lo debería haber aceptado de ninguna manera!
«Este año celebramos 10 años de la creación de la Nobel Women’s Initiative y pienso que hemos conseguido dejar claro que no se trata de un afán de promocionarnos individualmente, sino de utilizar nuestra fuerza para resaltar el trabajo de otros mujeres. «
Me gustaría saber su opinión sobre la actual situación de las mujeres refugiadas que, tras vivir los horrores de la guerra, están expuestas a todo tipo de violencia y explotación durante su viaje por Europa sin ninguna ayuda o protección. ¿Cómo pueden permitir las autoridades europeas que esto ocurra?
El pasado noviembre, Shirin Ebadi, Tawakkol Karman [Premio Nobel de la Paz 2011] y yo misma lideramos una delegación de expertos para encontrarnos con mujeres sirias que escapaban de la guerra en busca de refugio. Seguimos la ruta que muchas de estas personas tienen que0 hacer: de Serbia a Croacia, pasando por Eslovenia, hasta llegar a Alemania. Después de esto, te das cuenta de que para un país resulta realmente chocante recibir de repente decenas de miles de personas que desconocen tu lengua y tus costumbres. Ahora bien, creo que lo verdaderamente importante es cómo los países responden a este impacto. En otras palabras, cómo los gobiernos entienden que es esencial ayudar a los refugiados y crear un sistema para hacerlo todo más fácil. Está claro que la mayoría de estados europeos no han sabido afrontar este reto. Cuando los refugiados abandonan Turquía y llegan en Grecia no son bien recibidos… Serbia tampoco hace nada por ayudarles y son explotados; ¡incluso hay conductores de autobuses que les cobran más de lo que toca por un billete! Si prueban suerte en Eslovenia, se les trata como a ganado… En definitiva, creo que el propósito de estos países es hacerles sentir rechazados.
Y así asegurarse de que harán todo lo posible para escapar…
Exacto. Escapar a Alemania, al Reino Unido, a Suecia,… Y eso es horrible. Por supuesto, Alemania ha sido el país más generoso aceptando miles de refugiados pero todavía carece de un programa completo de integración para enseñar la lengua a los recién llegados o para asegurar que los menores reciben educación y los adultos formación profesional. Los refugiados deben sentir que forman parte de la sociedad.
¿Entiende que haya mujeres que afirmen que no son feministas? ¿Cree que todavía hay muchos prejuicios vinculados a este concepto?
Cualquier mujer que crea en la igualdad es feminista. Ser feminista no implica nada más que pensar que los hombres y las mujeres deberían tener los mismos derechos y oportunidades. Ahora bien, si prefieres no hacer uso de la palabra «feminista», no pasa nada; para mí tiene más valor lo que haces para cambiar las cosas que cómo te quieras llamar.
«En 2013 comenzamos a involucrar a las ONG que conocíamos de la ICBL y iniciamos la campaña Stop Killer Robots. En sólo nueve meses ya habíamos ejercido suficiente presión para que expertos de la ONU trataran el tema en Ginebra. Ahora seguimos con este diálogo que esperamos nos ayude a lograr una medida internacional que prohíba los robots asesinos.»
Y hablando de más hechos y menos palabras, ¿qué piensa sobre el activismo a través de las redes sociales?
Las redes sociales son una herramienta para llegar a más gente, como lo era el fax cuando inicié la campaña contra las minas antipersonas. Insisto: son sólo un elemento que acerca el activismo a la gente, pero convertirse en activista implica muchas más cosas. Implica levantarse de la silla, involucrarse y trabajar con los demás para originar el cambio.
Por último, ¿qué es realmente la paz en el mundo para usted?
Para mí la paz no es sólo la ausencia de guerra. Una paz sostenible significa que la mayoría de personas de este planeta tienen acceso a los recursos para vivir dignamente: sanidad, educación, formación profesional, etc. En otras palabras, lo que llamamos seguridad humana, un concepto que difiere mucho de la seguridad nacional, que se da cuando los gobiernos destinan todo el dinero a armamento y conflictos, sin prestar atención a las verdaderas necesidades del pueblo.
Jody Williams (Vermont, 1950) nació en el seno de una familia humilde y tradicional, pero rápidamente abandonó la edad de la inocencia para involucrarse de lleno en las protestas contra la Guerra de Vietnam. En aquel tiempo estudiaba Humanidades en la Universidad de Vermont, licenciatura que complementó con un máster en Relaciones Internacionales en la Johns Hopkins. Fue entonces cuando comenzó realmente su carrera como activista, motivada por la intervención estadounidense en El Salvador. Williams dedicó 10 años de su vida a esta causa, liderando tareas de ayuda humanitaria. En este conflicto las minas antipersonas ya se utilizaban para acabar con el enemigo, pero ni ella era consciente de que la lucha contra estas armas jugaría un papel tan importante en su trayectoria personal y profesional. Y es que en 1991 Jody Williams puso en marcha, con la colaboración de dos ONG, la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersonaa (ICBL). El proyecto llegó a su punto más álgido seis años (y 1.000 ONG de 60 países de todo el mundo) después, cuando Williams y todo el equipo recibieron conjuntamente el Premio Nobel de la Paz. Actualmente, la activista estadounidense encabeza la batalla, junto con su marido y director de la División de Armas de Human Rights Watch, Stephen Goose, contra los robots asesinos. Del mismo modo, es una de las fundadoras y portavoces de la Nobel Women’s Initiative, organización que financia e intensifica los esfuerzos de las mujeres que trabajan por una paz sostenible que promueve la justicia y la igualdad en todo el mundo.
«Quiero que la gente entienda que no tienes que ser rico ni importante ni recibir el permiso de nadie a la hora de mejorar el mundo». Este es el objetivo último de I am Jody Williams (University of California Press), las memorias que la Premio Nobel de la Paz escribió en 2013 para disfrute propio («¡fue divertido rememorar vivencias de mi juventud!»), pero también para animar a sus lectores a ser proactivos. Y es que su experiencia vital es un muy buen ejemplo de cómo cualquier persona puede convertirse en un agente de cambio si trabaja en equipo y con un objetivo común.