Érase una vez, cuando los mercados emergentes estaban de moda y eran el sabor del mes, todos los negocios querían tener presencia allí y contaban con su propio plan de desarrollo. Los mercados emergentes se convirtieron, así, en, básicamente, un destino de inversión atractivo para las empresas multinacionales en busca de crecimiento.
ROBERT SALOMON. Profesor de Management Internacional en NYU Stern School of Business.
No es sorprendente, pues, que el dinero rápidamente los inundara. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en el año 2013 la inversión de firmas extranjeras en mercados emergentes como Brasil, Rusia, India y China alcanzó los 706.000 millones de dólares. Y en ese mismo año, por primera vez en la historia, la inversión extranjera en los mercados emergentes representó más de la mitad de la inversión extranjera directa total del mundo.
Por supuesto, los cuentos de hadas están confeccionados a base de ficción y fantasía. Y el cuento de hadas de los mercados emergentes no dista mucho en este sentido. Aunque las economías emergentes (como Brasil, Rusia, India y China) capturan nuestra imaginación con su potencial, por desgracia, este potencial no siempre se traduce en beneficios.
Hacer negocios en los mercados emergentes es una actividad llena de riesgos. Los inversores de los países desarrollados tienen que lidiar con instituciones subdesarrolladas, y luchar para adaptarse a sus realidades culturales, políticas y económicas. Y así, en su esfuerzo por conquistar tierras lejanas, las empresas de países desarrollados a menudo se topan con más problemas que ganancias. Despertando a esta realidad, ahora estamos empezando a observar un éxodo de los mercados emergentes. Desde el pico de inversión registrado en el año 2013, las empresas de los países desarrollados han comenzado a alejarse de ellos, renunciando, en consecuencia, a sus inversiones fallidas.