Ya retirado de la vida política, Joaquín Almunia sigue siendo un ferviente defensor de la Unión Europea. Se le nota cuando habla con optimismo y seguridad de esta alianza que muchos parecen poner en duda últimamente. Quien entre 2010 y 2014 fue vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de Competencia, tras haberlo sido también de Asuntos Económicos y Monetarios, aboga por la integración europea así como reivindica la reformulación de la socialdemocracia y, en concreto, del proyecto político del PSOE, partido que lideró entre 1997 y 2000.
Texto: Berta Seijo
Fotos: Comisión Europea
Este año se ha conmemorado el 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma. Con los frentes abiertos que tiene actualmente la UE, ¿llegaremos a celebrar su centenario?
Sí, por supuesto. Además, espero que dentro de 40 años los logros de la integración de la UE sean mayores que los que hemos conseguido en estas seis décadas y que los ciudadanos entiendan mejor que ahora las ventajas de estar integrados y los enormes riesgos de dividirnos y de volver al pasado.
“Los ciudadanos europeos saben muy bien que las soluciones se encuentran más en Europa que en la vuelta a los nacionalismos.”
Pero, usted, que siempre ha demostrado una fuerte vocación europeísta, ¿entiende el fuerte escepticismo y desconfianza que a muchos ciudadanos les producen las instituciones europeas?
Hay que ser pragmáticos y objetivos: es lógico que los ciudadanos europeos critiquen el bajo crecimiento, el paro o el aumento de las desigualdades, pero saben muy bien que las soluciones se encuentran más en Europa que en la vuelta a los nacionalismos. Además, aunque siempre se ponga el origen de los problemas en las instituciones europeas, son los gobiernos nacionales los que ponen freno o simplemente no están a la altura de las circunstancias para tomar las decisiones necesarias en Bruselas.
En este sentido, puede que haya también una parte de desconocimiento entre la ciudadanía sobre cómo se toman las decisiones en la UE…
Hay un juego peligroso, déjame calificarlo de “perverso”. Y es que los jefes de Estado y de Gobierno, incluso antes de regresar a sus respectivas casas, comunican los resultados de las reuniones del Consejo Europeo a los medios de comunicación nacionales de sus países y les dicen: “La culpa es de Bruselas”. Pero los máximos responsables de no haber tomado la decisión correcta, de haberse quedado a medias o de no tener el coraje de afrontar los verdaderos problemas son ellos, por una sencilla razón: el grado de integración europea aún no es tan alto como para que las decisiones se puedan tomar a espaldas de los gobiernos.
Hace más de tres años que se retiró de la política europea, pero como responsable de Asuntos Económicos y Monetarios (entre 2004 y 2010) le tocó enfrentarse al estallido de la crisis económica y financiera. ¿Cómo ve la situación ahora?
Es cierto que, a partir de 2010, a raíz de la crisis de la deuda pública, se cometieron errores de política económica (exceso de rigor presupuestario y de austeridad) y no se adoptaron a tiempo las medidas necesarias (el avance hacia la Unión Bancaria o determinadas reformas que sólo podían aprobar los parlamentos nacionales). Hoy, sin embargo, ya podemos hablar de crecimiento. La UE –y en particular la zona euro– se ha recuperado de la segunda recesión y el paro disminuye, aunque todavía esté a niveles muy elevados en países como España o Grecia. Por supuesto, hay que hacer un mayor esfuerzo de crecimiento y de generación de empleo, y hay que mejorar la capacidad de las economías europeas para beneficiarse de la innovación y de las nuevas tecnologías. Esto no va a darnos todos los resultados necesarios porque en Europa, al igual que en otras economías avanzadas, han aumentado mucho las desigualdades y hay que hacer un mayor esfuerzo por corregirlas. Precisamente, el brexit despeja uno de los mayores obstáculos que ha habido en Europa para avanzar en políticas o estrategias de contenido social. Creo que hay que aprovechar este momento y dar un paso adelante. De hecho, la Comisión Europea ya ha avanzado propuestas para ir construyendo una dimensión social de la UE que, por desgracia, se ha olvidado durante demasiados años.
Luego, como comisario europeo de Competencia (entre 2010 y 2014) decidió abrir una investigación a Google por abuso de posición dominante en el mercado de la búsqueda en Internet. ¿El atraso europeo en materia tecnológica es consecuencia de este fuerte dominio por parte de los gigantes norteamericanos?
Es verdad que algunas empresas gozan de una posición dominante, y es posible que exista un abuso de esa posición dominante en el mercado. Por eso, la Comisión Europea está investigando a Google y a algunas otras empresas muy grandes del sector. Normalmente estas empresas son norteamericanas, pero puede que también existan otras en Europa. En cualquier caso, aquí no hemos sabido crear las condiciones para que los investigadores y creadores europeos del sector de las nuevas tecnologías de Internet y de la economía digital puedan prosperar adecuadamente. Necesitamos un mercado de capitales europeo, avanzando en las propuestas que ya ha puesto sobre la mesa la Comisión Europea. Hay que crear instrumentos de capital riesgo que ayuden a los innovadores sin llevarles a la necesidad de endeudarse desde el principio de su actividad. Hay que acomodar las regulaciones y eliminar barreras que no tienen sentido en la economía digital. Debemos aprender de lo que han hecho los norteamericanos, no castigarles por haber triunfado. Sólo hay que perseguirles e investigarles cuando abusan de su triunfo y eliminan la competencia.
Y una vez han abusado de su triunfo, ¿cómo es negociar con grandes multinacionales que disponen de infinitos recursos económicos y de los mejores asesores?
Es verdad que disponen de muchos recursos económicos y de muchísimos asesores. La Comisión no tiene estos presupuestos, pero sí que dispone de excelentes expertos en política de Competencia. Por lo tanto, cuando hay reuniones entre una compañía de esa dimensión y la Comisión, la Comisión tiene menos asesores pero son muchísimo mejores.
«El brexit despeja uno de los mayores obstáculos que ha habido en Europa para avanzar en políticas de contenido social. Creo que hay que aprovechar este momento y dar un paso adelante.»
A usted, que también ha jugado un rol muy importante en la política española desde la Transición, sobre todo como ministro en las dos legislaturas de Felipe González, ¿le preocupan las tensiones entre Cataluña y el resto del Estado?
No es un conflicto nuevo; desde el siglo XIX hasta ahora siempre ha habido tensiones y problemas de entendimiento entre Cataluña y el resto de España. Con la aprobación de la Constitución y del primer Estatuto de Cataluña, parecía que esas tensiones se habían encauzado de una forma democrática y dialogante. Por desgracia, eso no es así ahora. Desde que se aprobó el último Estatuto de Cataluña y el PP lo recurrió hasta el Tribunal Constitucional, la respuesta por parte de CiU y ERC fue salirse de los cauces de diálogo establecidos. Desde entonces el ‘procés’ va descarrilando. Y es que en democracia no es posible tomar decisiones en nombre del pueblo si no se tiene a todo el pueblo detrás. No olvidemos que el actual Gobierno de la Generalitat no tiene mayoría de votos, aunque sí de escaños en el Parlamento de Cataluña.
Por otra parte, me parece muy bien que se castigue la desobediencia a sentencias de un Tribunal Constitucional que es de todos y para todos, aunque el PP no puede pensar que actuando sólo judicialmente resolverá un conflicto que es político.
¿Y qué me dice de la avalancha de casos de corrupción que estamos viviendo?
La corrupción es una plaga. Hay que perseguirla, como se está haciendo, aunque creo que se ha tardado demasiado en hacerlo. En España, y en Cataluña en particular, se ha hablado de casos de corrupción que parecía conocer mucha gente pero en los que la justicia no actuaba. Está bien que esta actúe, es imprescindible. Lo que hay que hacer es dejarla trabajar y que quien haya metido la mano en la caja pague las consecuencias como tiene que hacer cualquier ciudadano en un país libre.
Ahora bien, ¿por qué se ha producido tanta corrupción? Esa es una pregunta que nos corresponde responder a las fuerzas políticas, a los responsables públicos. No basta sólo con criticar a los corruptos. Tenemos la obligación de reflexionar sobre cómo se pudo producir lo que ahora sabemos que se produjo, cómo se podría haber descubierto antes, cómo se podría haber reaccionado de manera mucho más contundente y cuáles son las vías para evitar, en la medida de lo posible, que se vuelvan a repetir unos episodios que no sólo hacen daño a las cuentas públicas, sino que también dañan la democracia y la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y en sus representantes.
«Es evidente que en el PSOE existen problemas de liderazgo que hay que resolver. Y lo importante es hacerlo sobre la base de propuestas políticas, no de simpatías o antipatías personales.»
Tras retirarse de la política, usted descartó públicamente entrar en la empresa privada. ¿Por qué lo hizo: por falta de interés o por motivos éticos?
Por falta de interés, porque no es mi mundo y nunca lo ha sido. Respeto a las empresas privadas, pero prefiero dedicarme a lo que me dedico ahora: a presidir un think tank europeo, a participar en otros, a dar clases y charlas sobre política europea. Eso es lo que me gusta, lo que me atrae y donde me siento cómodo.
¿Y qué opina sobre las puertas giratorias?
Creo que hay que defender a quienes después de su vida política activa deciden tener una vida con una dimensión empresarial; eso no es un delito, ni mucho menos. Criticar, como hace en particular Podemos, a algunos políticos por haber pertenecido a un consejo de administración me parece una demagogia insoportable. Lo que hay que evitar son los conflictos de interés de quienes pretenden beneficiarse de haber sido políticos (o de serlo todavía en activo) para engordar sus cuentas corrientes o para defender intereses particulares aprovechando sus influencias, prestigio o conocimientos.
Por último, tengo que preguntarle sobre su partido, que no parece atravesar su mejor momento…
El PSOE, como ocurre con toda la socialdemocracia europea, tiene que revisar y reformular un proyecto político que sea capaz de atraer de nuevo el apoyo de la mayoría de los ciudadanos y, en particular, de los trabajadores y de los sectores de la sociedad que más necesitan del Estado de bienestar y de las políticas públicas de igualdad y de redistribución. Es evidente que en el PSOE en particular, desde el final del Gobierno de Zapatero hasta ahora, existen problemas de liderazgo que hay que resolver. Lo importante es hacerlo sobre la base de propuestas políticas que conecten con las prioridades de la sociedad española y no simplemente en función de simpatías o antipatías personales.