El médico del futuro será mujer, joven, muy preparada y, sobre todo, empática y capaz de adaptarse a una realidad cambiante y flexible.
Dr. Josep Vilaplana Birba. Presidente del Consejo de Colegios de Médicos de Cataluña y presidente del Colegio Oficial de Médicos de Girona.
Nuestra sociedad, como el resto de sociedades modernas y avanzadas, está experimentando cambios sociodemográficos profundos. El incremento de la esperanza de vida es, sin duda, un gran éxito colectivo que, al mismo tiempo, nos presenta una población más envejecida con nuevos problemas y retos.
Asimismo, los avances tecnológicos y las nuevas tecnologías de la comunicación han contribuido de forma notoria a que los ciudadanos estén más informados y dispuestos a participar activamente en las decisiones que afectan a su salud. Son ciudadanos, y pacientes, que quieren decidir cómo ser atendidos, por quién ser atendidos, en qué lugar e, incluso, hasta cuándo quieren recibir tratamiento médico.
Obviamente, y es una buena señal, los médicos no somos ajenos a estos cambios sociodemográficos que afectan al conjunto de la sociedad. De hecho, la profesión también vive inmersa en un proceso de transformación propio que se escenificó en el 3r Congreso de la Profesión Médica que celebramos el año pasado en Girona. De esa reunión, y fruto del proceso de reflexión que se había hecho previamente, se consensuó la Declaración de Girona, un documento que recoge los retos que afrontará la profesión en un futuro próximo y la firme decisión del colectivo médico de Cataluña de hacerles frente.
El paciente, en el centro de todo
Uno de los puntos que recoge el documento es la necesidad, especialmente en la medicina que nos aguarda, de que las personas estén en el centro de nuestra actividad médica y de nuestra vocación profesional. Necesitamos un médico que trate enfermos –y no enfermedades–, y que facilite la coparticipación del paciente en la toma de decisiones sobre su salud, teniendo una visión integral de sus necesidades. El médico del futuro, y también el actual, debe mirar más allá de los datos propiamente clínicos del paciente y valorarlo en su conjunto, a partir de los aspectos sociales, personales e, incluso, económicos que lo rodean. En este sentido, la figura del médico de cabecera es clave, pues es el que tiene, con mayor facilidad, una idea más global del paciente. Por este motivo es tan importante empoderar al médico de familia y trabajar en equipos multidisciplinarios, para evitar que la especialización médica nos fragmente en exceso la visión del paciente.
Más allá de ser capaces de proporcionar el diagnóstico y tratamiento adecuados en cada caso, los médicos debemos tener la habilidad de compartir con el paciente las decisiones que afectan a su salud, y acompañarlo a lo largo del tratamiento, especialmente en los momentos de mayor incertidumbre
Esta nueva concepción del paciente pone el acento en algunos matices, pues la confianza, sobre la base del conocimiento científico, el respeto, la empatía e, incluso, la libertad para elegir el tratamiento, adquiere una relevancia superior. Más allá de ser capaces de proporcionar el diagnóstico y tratamiento adecuados en cada caso, los médicos debemos tener la habilidad de compartir con el paciente las decisiones que afectan a su salud, y acompañarlo a lo largo del tratamiento, especialmente en los momentos de mayor incertidumbre. Estos aspectos se han demostrado muy importantes a la hora de mejorar la efectividad terapéutica.
2+2 no siempre suman 4
Los médicos también tenemos que ser capaces de ayudar al paciente a entender que, en medicina, no siempre hay una respuesta correcta o, como mínimo no una única respuesta correcta.
Médicos y pacientes tenemos que aprender a tolerar y gestionar adecuadamente la incertidumbre científica y diagnóstica. Incluso en la actualidad, que son tiempos de altísima tecnificación que nos encaminan hacia una medicina de precisión, la incertidumbre forma parte de nuestra actividad más cotidiana y su manejo es clave para no generar frustración y desazón a médicos y pacientes. La obsesión por hallar la respuesta correcta a determinada dolencia o problema, con el riesgo que esto comporta de simplificar excesivamente la rica naturaleza del razonamiento clínico, es la antítesis de la atención sanitaria más humanista que pide hoy la sociedad.
Por eso, creo que un cambio hacia el reconocimiento de la incertidumbre, junto con la aceptación de los resultados –a veces imprevisibles– de los enfermos a determinados tratamientos, y esa visión global del paciente, para cultivar nuestra vocación de atención a las personas, es esencial para todos si queremos que nuestro sistema sanitario evolucione en los próximos años.