En 2017, 20 años después de la crisis asiática y 10 años después del primer aviso serio de la crisis financiera con epicentro en Occidente, podemos hacer algunas consideraciones sobre los legados que dejan las crisis y las lecciones que ofrecen…y que no siempre aprendemos.
Joan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
En 1997 estalló la crisis del sudeste asiático conocida como tsunami. Los efectos fueron devastadores para muchos países de la región, aunque es cierto que al cabo de algunos pocos años muchos de ellos se habían aupado a posiciones de liderazgo en el crecimiento mundial. En 2007, la fragilidad asociada a un instrumento financiero que se nos hizo rápidamente familiar, las hipotecas subprime, enseñó las fauces, provocando problemas en agosto de ese año que parecieron taponarse con inyecciones importantes de liquidez en Estados Unidos y en Europa, aunque descubrimos, demasiado tarde, que no se trataba de un problema específico localizado sino de la punta del iceberg de una gangrena que reventó con crudeza en 2008.
Las amenazas a un sistema comercial abierto derivadas de planteamientos proteccionistas y unilaterales, y la continuidad de elevados endeudamientos, son algunos indicadores de que tras una década de crisis con epicentro en Occidente nos cuesta aprender las lecciones
Ciertamente, la recuperación de la crisis desde entonces ha sido para Occidente más lenta que la que experimentaron los países asiáticos tras 1997. La figura 1 recoge la forma en que la Reserva Federal compara las salidas de la crisis de Estados Unidos, mostrando cómo la recuperación iniciada desde 2009 está siendo más lenta que las que sucedieron tras otras crisis. La Comisión Europea ha presentado análisis similares para la zona euro. Es cierto que, además de los problemas estrictamente financieros, hay otros factores que subyacen a la (al menos por ahora) lenta recuperación –como problemas demográficos y de evolución de la productividad–, pero el legado de una crisis-no-del-todo-bien-resuelta está ahí.
Apuntemos, sin ánimo de exhaustividad, dos dimensiones. Por una parte, los países asiáticos aprovecharon al máximo las oportunidades de un sistema comercial mundial abierto para salir de su crisis. Por otro lado, aprendieron bien las fragilidades de una dependencia excesiva del ahorro y del endeudamiento exteriores, con estrategias que los convirtieron en fuente de excedentes comerciales y financieros importantes. Las amenazas a un sistema comercial abierto derivadas de planteamientos proteccionistas y unilaterales, y la continuidad de elevados endeudamientos que denuncia el Banco de Pagos Internacionales e incluso la OCDE, son algunos indicadores de que, tras una década de crisis con epicentro en Occidente, nos cuesta aprender las lecciones.
Aprovechar los mercados mundiales abiertos
En el ámbito comercial los datos son claros, con el papel al alza de las economías emergentes y en desarrollo (denominadas como el Sur, en la jerga econòmica). Según datos de un reciente Informe conjunto del FMI, la WTO y el Banco Mundial, el comercio Sur-Sur habría pasado de representar el 5 % de los flujos comerciales mundiales en 1990-1994 a suponer el 17% en 2010-2015, mientras que el Norte-Sur habría variado del 32 al 45%, pasando así el comercio Norte-Norte del 63 a solo un 38%.
Una coalición Asia-Europa en favor de mantener abierto el sistema comercial mundial sería especialmente interesante para ambas áreas y para el conjunto de la economía mundial
El cuadro 2 muestra la evolución del porcentaje de las exportaciones mundiales de mercancías de diferentes regiones y países en 1973, 1993 y 2016. El aumento del papel de Asia es bien conocido, basado en la consolidación de posiciones de algunos países que ya habían iniciado su expansión internacional antes de 1997 –como los que la Organización Mundial del Comercio agrupa en los Six Asian Traders (Hong Kong, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia, Malasia y Singapur) y, por supuesto, el ascenso espectacular de China–.
También debemos constatar cómo Europa mantiene posiciones de forma razonable, con la moraleja de que el Viejo Continente está especialmente interesado en que las tentaciones proteccionistas que vienen del otro lado del Atlántico Norte no originen disrupciones en el comercio mundial. De hecho, una coalición Asia-Europa en favor de mantener abierto el sistema comercial mundial sería especialmente interesante para ambas áreas y para el conjunto de la economía mundial.
Responsabilidad en ahorro y deuda
Otra dimensión importante para entender el éxito de los países asiáticos tras su crisis y las vacilaciones en la recuperación de los últimos años es la relativa al binomio ahorro/endeudamiento. El expresidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, explicaba ya en 2005 cómo la respuesta de los países asiáticos, ante la evidencia de las fragilidades que les había originado endeudarse demasiado con el extranjero, había sido potenciar el ahorro doméstico y, en conjunto, convertirse en un pulmón de ahorro de la economía mundial. Junto al comportamiento de una China que tenía razones culturales y demográficas para ahorrar más, ello convirtió a Asia-Pacífico en la base de la abundancia global de ahorro –global saving glut, en la famosa expresión de Bernanke– que habría permitido a esos países convertirse en los nuevos grandes prestamistas de la economía mundial, canalizando sus recursos excedentes hacia Estados Unidos y otras economías avanzadas. El cambio de papeles en la economía mundial, con China al frente de los superavitarios y Estados Unidos de los deficitarios, fue un llamativo resultado.
Frente a la estrategia de los países más afectados por la crisis de 1997 de ahorrar más y endeudarse menos (de hecho, pasar a ser acreedores), las respuestas tras 2007-2008 no han ido por la misma vía
Frente a la estrategia de los países más afectados por la crisis de 1997 de ahorrar más y endeudarse menos (de hecho, pasar a ser acreedores), las respuestas tras 2007-2008 no han ido por la misma vía. Es cierto que el sector público se ha endeudado en Occidente para salir al paso de la debilidad del sector privado, y que en algunos países –entre ellos, España– el desendeudamiento del sector privado ha sido tan doloroso como importante. Pero los datos presentados en junio por el Banco de Pagos Internacionales (BPI/BIS) en su informe anual, que muestran un aumento del endeudamiento privado en las economías avanzadas que se habría situado, en 2016, en el 195% del PIB (repartido a partes casi iguales entre deuda de las familias y de las empresas), con un ascenso de 12 puntos respecto a la situación existente a finales de 2007, merecen reflexión.
¿Se puede salir de una crisis de deuda con más deuda? Esta sería la forma cruda de plantear las dudas sobre la solidez del camino seguido. Llama la atención, según los datos del BIS/BPI, como ese aumento de deuda privada transmite una imagen muy diferente de la habitual: mientras países como Estados Unidos, Alemania, Japón y España habrían reducido su ratio de endeudamiento, otros, como Canadá, Suecia, Francia o Suiza (además de la zona euro en su conjunto), en cambio, lo estarían incrementado, y bastante. ¡Por fin una estadística en la que el conjunto de la eurozona diverge de la dominante Alemania! Aunque lástima que sea ésta, pensarán algunos.
Una dimensión adicional preocupante es que, según los mencionados datos del BIS, desde 2007 también las economías emergentes habrían entrado en la vía de aumentos notables del endeudamiento privado
Una dimensión adicional preocupante es que, según los mencionados datos del BIS, desde 2007 también las economías emergentes habrían entrado en la vía de aumentos notables del endeudamiento privado, con una subida de 30 puntos hasta alcanzar el 107% de su PIB en 2016. El caso de China, el más notable, es objeto de atento seguimiento, pero los datos de Turquía, Rusia y Brasil merecen atención… así como la prudencia, también a este respecto, de India.
En resumen, Occidente había basado su modelo de prosperidad en las ventajas del comercio abierto y en la solidez de un sistema financiero que, debemos recordar, debe conectar con eficiencia ahorro con inversiones productivas, financiando prudentemente endeudamientos solventes. El peor legado de la crisis sería abandonar esos rasgos, especialmente si con ello lastrase, asimismo, al conjunto de la economía mundial.
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