Las medidas proteccionistas iniciadas por los Estados Unidos a principios de 2018 están llevando, como en otros momentos de la Historia, a una escalada delicada y peligrosa con impactos que van mucho más allá de las facetas estrictamente comerciales o económicas.
Joan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
En enero de 2018, el Informe de Riesgos Globales del World Economic Forum titulaba uno de los epígrafes del documento «La muerte del comercio», refiriéndose, de forma provocativa, a los riesgos de una escalada proteccionista hasta entonces sólo apuntada por la administración Trump, pero desde entonces, mucho más seriamente implementada. Naturalmente, como nos enseña la Historia, una iniciativa de esta envergadura está destinada a ser rápidamente contrarrestada con medidas similares, iniciando una escala de represalias que cuando dan paso a una guerra comercial se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan. Aunque el titular Death of Trade pueda parecer –al menos por ahora– exagerado, los datos y la experiencia de los años 1930 nos muestra como el colapso de los intercambios comerciales puede ser realmente drástico si la dinámica escapa de control. Y según algunos planteamientos, la guerra comercial fue uno de los factores que coadyuvó, como mínimo, en el conflicto militar de la Segunda Guerra Mundial. Este abril, la directora del FMI recordaba cómo, después de esta, el sistema multilateral de comercio ayudó a enderezar la situación, pero que, ahora, «el sistema de normas y responsabilidades compartidas tiene el peligro de ser destruido» por la revitalización del proteccionismo. Y el director de la Organización Mundial de Comercio, en la presentación de las perspectivas para 2018, añadía que «un ciclo de represalias (comerciales) es lo último que necesita la economía mundial».
Aunque el titular Death of Trade pueda parecer –al menos por ahora– exagerado, los datos y la experiencia de los años 1930 nos muestra como el colapso de los intercambios comerciales puede ser realmente drástico si la dinámica escapa de control
Naturalmente, el proteccionismo no lo ha inventado Trump. De hecho, a lo largo de la Historia, el libre comercio ha sido más bien la excepción. De hecho, cuando después de la guerra se decidió, en la conferencia de Bretton Woods (1944), establecer un orden económico internacional con instituciones multilaterales que articularan una coordinación internacional que evitara volver a la desastrosa experiencia de las décadas anteriores, se previó una International Trade Organization –como miembro de una tríada, junto con el Fondo Monetario internacional y el Banco Mundial– que no pudo empezar a funcionar como institución internacional de pleno derecho y tuvo que ser sustituida por un más modesto Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, en sus siglas inglesas) que, sin embargo, hizo un buen trabajo, durante décadas, para ir avanzando en un lenta y gradual liberalización comercial. La pax Americana requería, también, paz comercial. Sólo a partir de 1995 fue posible poner en funcionamiento una Organización Mundial de Comercio (WTO) como una institución internacional plena, con medio siglo de retraso respecto del FMI, síntoma de que los temas comerciales son especialmente delicados en el ámbito internacional, por la cantidad de intereses concretos afectados.
La tentación del proteccionismo
Otra regularidad histórica es que, en momentos de dificultades como las recesiones y crisis, las tentaciones proteccionistas se acentúan. Esto es tan conocido que, en 2008, el G20 asumió en sus declaraciones formales que había que evitar volver a caer en esta peligrosa deriva. Pero, a pesar de los compromisos, no se pudo evitar el llamado «proteccionismo de baja intensidad» –o murky protectionism– en forma de una pléyade de medidas, a menudo camufladas de herramientas para contribuir a la recuperación económica, que en la práctica restablecían discriminaciones entre productos nacionales y extranjeros. Iniciativas como Global Trade Alert han documentado de forma bastante exhaustiva el amplio listado de este tipo de proteccionismo.
Ahora se trata de un salto cualitativo hacia delante. De manera abierta, incluso cruda, se presentan las medidas proteccionistas con los formatos más directos, como los aranceles, que habían sido revisados a la baja durante décadas. Y –lo que es, como mínimo, tan delicado y, potencialmente, más peligroso- se hace mediante planteamientos unilaterales, fuera de los mecanismos multilaterales laboriosamente establecidos durante décadas. Si ya se ha hecho referencia a la «muerte del comercio», ahora se hacen referencias a la muerte del orden mundial liberal. Un analista tan del establishment como Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, habla del RIP de las reglas del juego que han dominado la escena internacional desde la Segunda Guerra Mundial. Flirteando de nuevo con la terminología bélica, no faltan, tampoco, las referencias a cómo una escalada de conflicto comercial entre Estados Unidos y China podría interpretarse como una nueva fase de las fricciones que a lo largo de la Historia se han producido entre una potencia hegemónica y otra que aspiraba a relevarla en esta posición. Otros destacados analistas apuntan, también, que los temas de fondo bajo una eventual guerra comercial van más allá: Martin Feldstein, influyente expresidente del Consejo de Asesores Económicos de la Presidencia de Estados Unidos, indica el papel central de garantizar la propiedad intelectual y el control de las innovaciones, mientras que el premio Nobel Joseph Stiglitz apunta más específicamente a la lucha por el control de las tecnologías de inteligencia artificial, centrales en el futuro liderazgo económico y político.
De manera abierta, incluso cruda, se presentan las medidas proteccionistas con los formatos más directos, como los aranceles, que habían sido revisados a la baja durante décadas
¿Es todo, ahora, realmente distinto?
Intentando modular los temores por los efectos de una escalada proteccionista, algunas voces insisten en que la situación de la economía mundial, a finales de la segunda década del siglo XXI, es muy diferente de la existente en épocas anteriores en aspectos que hacen más difícil que las cosas lleguen tan lejos. Se argumenta que las cadenas globales de valor establecen muchas más interdependencias entre los países, de manera que penalizar, por ejemplo, las importaciones chinas que llegan a Estados Unidos podría terminar siendo especialmente negativo para empresas de este país que lideran redes de producción con presencia en China. O también se dice que, en la actualidad, las globalizaciones comercial o financiera son importantes, por supuesto, pero que la dimensión global de los flujos de conocimiento, las informaciones, las ideas, incluso las modas, son vertientes también capitales de lo que llamamos globalización. Son argumentos interesantes a tener en cuenta, pero no es seguro que sean definitivos. Por un lado, por el peso creciente de los componentes regionales en las cadenas globales de valor, que hace que se hable, por ejemplo, de la factoría Asia. Por otra parte, porque la conjunción de medidas restrictivas del comercio se produce, y con toda probabilidad no es simple coincidencia, con el ascenso de planteamientos de tipo autoritario, con retóricas de fervor maniqueo de contraposición entre «los nuestros» y «los otros». Algunos países ya utilizan, o apuntan, medidas de censura incluso en Internet, además de operaciones de manipulaciones o ciberataques que muestran dimensiones de las redes de información y comunicaciones globales que, hasta ahora, parecían un lado oscuro que estaría dejando de ser marginal.
Parafraseando un aforismo clásico del cinismo de la realpolitik, algunos dirían que la guerra es la continuación de las pugnas comerciales por otras vías. Otro planteamiento más constructivo es que, naturalmente, más vale competir comercialmente que hacerlo por la vía bélica. Para competir en ámbitos económicos se necesitan unas mínimas reglas compartidas como las que hemos tenido en las últimas décadas. Sería realmente un retroceso de alcance histórico hundir las reglas e instituciones y retornar a unos conflictos, inicialmente comerciales, que se convirtieran, de nuevo, en la antesala de peores escenarios. ¿Por qué nos cuesta tanto a la Humanidad aprender las más evidentes y capitales lecciones de la Historia?
Parafraseando un aforismo clásico del cinismo de la realpolitik, algunos dirían que la guerra es la continuación de las pugnas comerciales por otras vías. Otro planteamiento más constructivo es que, naturalmente, más vale competir comercialmente que hacerlo por la vía bélica