Hace 10 o 12 años, algún experto hablaba de “tormenta perfecta” al referirse a lo que estaba ocurriendo en torno a 2020 con el empuje de los big data, la inteligencia artificial y el Internet de las cosas, entre otros avances de la era digital. Pobre insensato, le diría desde este año glorioso de 2030. Ni ha habido tormenta perfecta, ni se han producido descalabros: la era digital ha avanzado mucho con algunas convulsiones, pero nuestros hombres y mujeres de la actualidad han vivido y viven con tranquilidad, asimilando los cambios más transformadores de la historia.
JOSEP-FRANCESC VALLS. Catedrático de ESADE Business & Law School.
Lo que hemos vivido durante los dos o tres últimos lustros ha sido la revolución más profunda de la historia de la humanidad. Nada que ver con la industrial –ferrocarril, textil, motor, electricidad, petróleo– que creó el concepto de puesto de trabajo alrededor de la industria manufacturera. Tras muchas décadas de sangre, sudor y lágrimas, los patrones y los trabajadores establecieron un contrato cada vez más ecuánime según la aportación de cada uno. David Ricardo, Adam Smith, Engels o Marx fueron los grandes analistas del cambio y de las nuevas relaciones laborales.
Ni tampoco nada que ver con la revolución post-industrial y tecnológica. En los 50 últimos años del siglo pasado, se produjo un vuelco fenomenal: mayor productividad; predominio de los servicios; aplicación de las tecnologías de la información; urbanización definitiva de la sociedad mundial; globalización; y envejecimiento de la población en las áreas más ricas, a la par que se implantaban ciertos avances del Estado de bienestar. Releyendo a John K. Galbraith, a Alain, Touraine, a Anthony Giddens, a Ulrich Beck, a Alvin Tofller, a Daniel Bell o a Radovan Richta, se observan los trazos de lo nuevo que aparecía en la segunda mitad del siglo pasado.
Información y huellas
Pero durante las tres primeras décadas del siglo, la transformación digital ha superado con creces los avances de la sociedad. El cambio mayor ha sido que el aparato productivo gira alrededor del cliente –customer-centricity–. Es decir, tiene a este como origen y centro de todas las decisiones.
Hasta ahora, la manufactura, la distribución y los servicios enfocaban la economía desde la perspectiva de la producción, de los intereses de los proveedores o de los empleados. La culpa de que en la era digital sea efectivamente posible colocar al cliente en el origen y en el centro de todo la tienen los big data. Estos producen la más valiosa de las informaciones a partir de las huellas que dejan los humanos allí por donde van, tanto presencial como, sobre todo, internáuticamente. Y digo esto último porque el 70% de la población actual mundial –8.500 millones de habitantes– se conecta ya a Internet, cerca del 60% es activa en redes sociales y el 85% usa un móvil.
Durante las tres primeras décadas del siglo, la transformación digital ha superado con creces los avances de la sociedad. El cambio mayor ha sido que el aparato productivo gira alrededor del cliente (customer-centricity)
Los big data son, desde hace tiempo, la principal materia prima que se comercia. Convenientemente procesados, permiten el conocimiento de las necesidades y aspiraciones de los humanos en cada momento, es decir, el contenido de lo que desean, el precio, la cantidad, el momento de la compra, el canal… Hoy, el precio de los big data nada tiene que ver con el de 2015 o 2020. Las empresas potentes se los confeccionan por sí mismas, pero las pymes han buscado sistemas de abaratarlos, mediante fórmulas cooperativas, gremiales, o a nivel de clústeres o ciudades. Lo mismo que los algoritmos. Sin ir más lejos, la semana pasada adquirí uno a través de Internet, puesto que ya es un producto de consumo cotidiano. Me costó menos de 100 euros y una vez aplicado nos ha identificado 1.450 de los 1.500 compradores de un nuevo producto de mi empresa.
No me gustan los robots
No me gustaban los robots. Siempre los consideré feos y más cercanos a un juguete que a algo útil. Sin embargo, hoy vivo rodeado de ellos: son espléndidos compañeros, me dan soporte en múltiples asuntos personales, en la casa, en los temas profesionales y en mis relaciones sociales; juego con ellos. Hasta me parecen guapos o guapas e intiman con mis amigos. Son la parte más evidente de la inteligencia artificial.
Los big data son la principal materia prima que se comercia. Convenientemente procesados, permiten el conocimiento de las necesidades y aspiraciones de los humanos en cada momento
En un corto espacio de tiempo, el que va desde 2017 a 2023, en Europa se produjo la implantación masiva de robots que sustituyeron cerca del 15% de la población laboral. Resultó una experiencia muy dura ver cómo cada nuevo ingenio suplantaba entre 3,5 y 6 empleados, según las ratios del momento. Entre 2023 y 2030, aunque se aceleró el proceso de robotización, la destrucción de puestos de trabajo y la tensión social se redujeron enormemente. ¿Qué ocurrió? Confluyeron varias razones. La primera, que los países de la Unión Europea decidieron implantar la renta mínima garantizada para todo aquel que se encontrara sin trabajo, y esto ayudó al reciclaje de los trabajadores en los nuevos métodos digitales y a permitir que los que se descabalgaron laboralmente tuvieran un mínimo vital. La segunda, que se realizó un esfuerzo masivo a partir de 2017 para modificar los sistemas y los contenidos de la formación europea, colocando lo digital por delante de todo. La tercera, que los gobiernos pusieron la agenda digital en el frontal de sus objetivos políticos. Y la cuarta, que la creación de nuevos puestos de trabajo digitales aumentó tanto o más que la población que se desocupaba. Participaré la semana que viene en el tribunal de una tesis doctoral que demuestra claramente este cuarto aserto. Hace el paralelismo con los ludistas y los conductores de coches de caballo. Ambos colectivos defendían en su momento que desaparecerían los puestos de trabajo si se aceptaban las máquinas y los primeros coches a gasolina. Ocurrió lo contrario en ambos casos. Hoy, la mayoría de la población trabaja en data science y arquitectura de big data, en analítica web, en la edición de contenidos, en las APPs, en los juegos y en el audiovisual, en la creación de experiencias, en SEM y SEO, como comunity manager…