10 años después del estallido de la crisis podemos tener ya una cierta perspectiva de las lecciones que esta nos deja, sobre todo para intentar entender los retos que tenemos por delante en la próxima década y los riesgos que, de no interpretar bien lo que nos ha pasado, podemos afrontar.
Joan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
Resumiremos en 10 puntos las implicaciones que nos deja una década de crisis, con la perspectiva de los escenarios para la próxima.
1. Un primer punto esencial es darnos cuenta de que, si queremos entender lo que ha pasado desde el año 2008, la pregunta adecuada no es «¿por qué tuvimos una crisis?» sino «¿por qué volvimos a tener otra?» como las que ha experimentado la economía desde hace siglos y, en particular, como las que a nivel internacional han sido graves, con la de 1929 como referencia inevitable. A principios del siglo XXI, se hablaba, a menudo con una complacencia que los hechos desmintieron dramáticamente, «del fin de los ciclos económicos». Hay que recordar cómo las advertencias de observadores prudentes (que no hay que confundir con la «industria del catastrofismo» con tanta repercusión mediática), que avisaban de peligrosas similitudes con momentos anteriores que terminaron mal, fueron despreciadas con el argumento habitual de «esta vez es diferente «, rechazando explícitamente reconocer las lecciones de la Historia. ¿Las habremos aprendido ahora mejor y de verdad, o volveremos a caer en los mismos errores en un futuro más o menos próximo?
2. Un segundo punto, también central, es la necesidad de relativizar lo que significa «recuperación». En esta última década una pregunta muy frecuente ha sido cuándo conseguiríamos recuperarnos de los efectos negativos del shock que supuso la crisis. Se entiende lo que esto significaba en términos de, por ejemplo, cuándo se retornaría a los niveles del PIB o del empleo que teníamos antes de 2008. Pero más allá del retorno a los valores previos de importantes indicadores económicos, es importante constatar que en ningún caso la famosa «recuperación» sería un retorno a la situación existente en los (aparentes) años «dorados» de mediados de la primera década del siglo XXI. Entre 2008 y 2018 han cambiado muchas cosas enormemente significativas, desde la tecnología hasta la geopolítica, pasando por la demografía y las preocupaciones sociopolíticas, por lo que hay que rehuir las añoranzas de regreso a un pasado que ya es imposible (y, posiblemente, indeseable, por las fragilidades que comportaba) recuperar.
Un primer punto esencial es darnos cuenta de que, si queremos entender lo que ha pasado desde el año 2008, la pregunta adecuada no es «¿por qué tuvimos una crisis?» sino «¿por qué volvimos a tener otra?»
3. En un ámbito más concreto, a la vista del papel capital de los factores financieros en el estallido de la crisis de hace 10 años, habría que retener el análisis que ya en 1933 formuló el economista estadounidense Irving Fisher sobre los aspectos que tienen en común las crisis financieras graves. Fisher destaca que el sobreendeudamiento es una causa/síntoma central, cuya contrapartida son los excesos en la concesión de crédito por parte de entidades financieras que no evalúan bien los riesgos. El camino hacia la crisis de 2008 mostró, como es bastante conocido en muchas economías occidentales -desde los Estados Unidos hasta muchos países europeos-, una dinámica de endeudamiento excesivo que no se quiso/pudo/supo reconducir a tiempo. Después de 2008 parecía que la lección estaba aprendida, y en algunos casos los procesos de «desendeudamiento» fueron dolorosos. Pero desde hace unos años, varios estudios, especialmente los del Banco Internacional de Pagos (BIS) de Basilea, insisten en señalar, con preocupación, que el volumen de deuda a escala global continúa subiendo, y no sólo por el endeudamiento público que toma el relevo del privado en algunos países o por una vertiginosa trayectoria de la deuda privada en China. ¿Nos estamos volviendo a sentar encima de un «volcán de deuda»?
4. La tentación de excesos financieros ha estado siempre presente a lo largo de la Historia. Una respuesta que parecería clara para «acotarlos» -tanto a estos, como a todas las manifestaciones de la codicia- sería establecer regulaciones prudentes por parte de los poderes públicos que supervisaran y limitaran lo que se puede hacer con algo tan delicado como son las máquinas del dinero, del crédito y de la deuda. De hecho, fueron las regulaciones establecidas en las leyes bancarias de Estados Unidos por parte de la Administración Roosevelt en 1933 y 1935, las que contribuyeron a hacer frente a la Gran Depresión. Y, precisamente, fue la derogación de estas regulaciones, a finales del siglo XX y principios del siglo XXI, la que volvió a dar «barra libre» a las entidades financieras de Estados Unidos, posibilitando los excesos que llevaron a la crisis. Es cierto que, desde 2008, se han puesto en marcha normativas y regulaciones a nivel nacional e internacional (incluida la dimensión europea), pero también lo es que estas regulaciones han sido «aguadas» durante sus tramitaciones debido a las presiones de los lobbies financieros, dejando abiertas las dudas sobre si podían realmente estar seguros de que la mejora en la solvencia de los sistemas financieros nos ponía a cubierto de nuevos riesgos… o no.
Entre 2008 y 2018 han cambiado muchas cosas enormemente significativas, desde la tecnología hasta la geopolítica, pasando por la demografía y las preocupaciones sociopolíticas, por lo que hay que rehuir las añoranzas de regreso a un pasado que ya es imposible (y, posiblemente, indeseable, por las fragilidades que comportaba) recuperar
5. El papel de las políticas macroeconómicas se ha visto sometido a fuertes debates y reconsideraciones. Al principio de la crisis, las expansiones fiscales fueron notables para parar el golpe -dèficits públicos que salvaron el mundo, sentenció el economista estadounidense Paul Krugman-, pero desde entonces las controversias sobre el grado deseable de disciplina fiscal y de preocupación por la sostenibilidad de las finanzas públicas siguen abiertas. En política monetaria, bajar los tipos oficiales de interés a cero marcó un límite a partir del cual explorar nuevas dimensiones, como las expansiones cuantitativas o (algunos) tipos de interés negativos. En todo caso, una cuestión que puede marcar el futuro es la consideración de que las tradicionales políticas macroeconómicas (fiscales y monetarias) tienen hoy menos margen de respuesta si se produce otro bache, por lo que la capacidad de respuesta de las políticas públicas se encuentra en entredicho.
6. Otro tema abierto es el famoso «cambio de modelo productivo». Al llegar la crisis se convirtió en un mantra insistir en la responsabilidad que tenía sobre su especial gravedad para nuestro entorno más cercano el haber basado la aparente prosperidad precrisis en un modelo productivo centrado en actividades que no competían internacionalmente, con limitado valor añadido, e intensivas en empleo de baja cualificación. Las declaraciones reiteradas sobre la necesidad de un profundo cambio de modelo productivo con el fin de encauzar con mayor solidez la salida de la crisis han dado frutos sólo muy parciales. Hay que reconocer que el posicionamiento de nuestro tejido productivo en la competitividad global ha mejorado, con una presencia exportadora muy notable tanto de empresas grandes como de otras de menor dimensión. Pero también es cierto que los sectores del «viejo» modelo productivo vuelven a tener un papel protagonista que pone en duda que el relevo en el motor de dinamismo económico haya sido suficientemente profundo.
7. El paso al primer plano de las preocupaciones por la «distribución de la renta» es otra dimensión que ha venido para quedarse. Las tasas de crecimiento previas a la crisis escondieron la desigualdad en el reparto de los llamados «dividendos de la globalización». Pero los debates sobre la forma percibida como no equitativa como se distribuyeron los costes de los ajustes a la crisis, y más recientemente también la percepción que los beneficios de la recuperación no estaban reduciendo las asimetrías sociales -con más precariedad en las condiciones laborales, pérdida de peso del factor trabajo en la distribución de la renta, etc., han hecho que aflorara un malestar social con consecuencias políticas evidentes. La próxima década deberá afrontar la necesidad de una mayor inclusividad (otro término que ha pasado a primer plano) si se quiere evitar un crescendo de tensiones sociopolíticas de final difícil de prever.
Después de 2008 parecía que la lección estaba aprendida, y en algunos casos los procesos de «desendeudamiento» fueron dolorosos. Pero desde hace unos años, varios estudios, especialmente los del Banco Internacional de Pagos (BIS) de Basilea, insisten en señalar, con preocupación, que el volumen de deuda a escala global continúa subiendo
8. El legado de la crisis continúa marcando el presente, pero nuevas fuentes de preocupaciones han pasado a ocupar un lugar similar de preeminencia. Los cambios tecnológicos y las fricciones geopolíticas son las más evidentes. ¿Cómo será la convivencia entre personas y máquinas en los próximos tiempos? ¿Qué puestos de trabajo quedarán para los humanos en un mundo donde la robótica y la inteligencia artificial abren nuevas fronteras? Se suceden los estudios que evalúan si los efectos de «desplazar» de sus empleos a los humanos quedarán más o menos compensados por la aparición de nuevas fuentes de actividad con las que las personas se puedan ganar la vida. Y, aun siendo optimistas, ¿serán todas las personas las que puedan sacar provecho de los nuevos escenarios o se generarán asimetrías socialmente difíciles de manejar? A lo largo de la Historia, tecnología, economía y política han interactuado de formas complejas, y el escenario, ahora abierto, tiene ingredientes de especial complejidad.
9. El listado de víctimas de la crisis y su digestión contiene en un lugar destacado el llamado «orden liberal internacional», vigente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La reaparición de tensiones proteccionistas, impulsadas por la potencia que ha liderado en las últimas décadas el sistema abierto global, conviven con planteamientos políticos en los que los autoritarismos y populismos ganan peso en lugares estratégicos del mapa mundial. El «modelo chino» coge vuelo aprovechando el repliegue de los Estados Unidos. La candidatura alternativa de Europa se encuentra sometida a presiones, a menudo desde dentro. Y en el conjunto de Occidente, unas clases medias empobrecidas y desorientadas miran con perplejidad los acontecimientos, al tiempo que parecen repetirse algunos de los rasgos que llevaron a respuestas peligrosas durante los años 1920 y 1930.
Es cierto que, desde 2008, se han puesto en marcha normativas y regulaciones a nivel nacional e internacional (incluida la dimensión europea), pero también lo es que estas regulaciones han sido «aguadas» durante sus tramitaciones debido a las presiones de los lobbies financieros
10. Si muchas personas, sociedades y países se encuentran en situaciones de tensión ante todas las incertidumbres generadas por estos escenarios complejos, parece más necesario que nunca que las instituciones, privadas y públicas, combinen la lucidez en los análisis con la serenidad para hacer frente a los nuevos retos. Recuperar equilibrios razonables entre, por ejemplo, las preocupaciones por la eficiencia y por la equidad, entre competitividad y cohesión social, entre el papel de los mercados y de los poderes públicos, entre las dimensiones nacionales y globales, se vuelve tan difícil como imprescindible. Las instituciones deben ser, como dice la canción de los 70, «puentes sobre aguas turbulentas”… ¡especialmente cuando más turbulentas vienen las aguas!