Hace siete años que Oriol Mitjà trabaja en cuerpo y alma para erradicar el pian, una enfermedad que no mata pero que destroza las vidas de aquellos que la padecen. Médico e investigador del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), Mitjà y su equipo saben que si todo sigue por el buen camino pasarán a la historia por haber puesto punto final a una infección que afecta aproximadamente a 80 millones de personas en todo el mundo, sobre todo a niños. Con él hemos hablado sobre cómo su lucha desde la pequeña isla de Lihir (Papúa Nueva Guinea) ha surtido efecto.
Texto: Berta Seijo
Fotos: Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal)
“Todos tenemos la esperanza realista de poder certificar la erradicación del pian antes del 2030”
Cuéntenos cómo empezó todo: ¿por qué se formó como médico y luego se especializó en enfermedades tropicales infecciosas en particular?
Cuando era pequeño experimenté en mi propio cuerpo los beneficios de un tratamiento bien administrado y pensé que yo debía estudiar para ser capaz de hacer lo mismo y terminar con el sufrimiento de tanta gente como fuera posible. Por otro lado, siempre me han gustado los virus, los microbios y las bacterias; aunque sean pequeños, son seres que tienen el poder de hacernos mucho daño. Luchas contra ellos pero se multiplican, se transforman y te lo ponen difícil.
El año 2010 marca un punto de inflexión en su vida: realiza un viaje a la isla de Lihir (Papúa Nueva Guinea) que estaba previsto para un mes pero que aún dura. ¿Qué le hizo quedarse?
Encaje bien allí y, por otra parte, el lugar, el trabajo y la gente de la isla también me gustaron mucho a mí. Además, durante los primeros días descubrí la existencia del pian y ese fue el motivo por el que decidí quedarme definitivamente. Es una enfermedad desconocida, infecciosa, generalizada y que afecta a niños pobres. El tema me enganchó enseguida.
“Al menos parece que tenemos asegurada la azitromicina necesaria para terminar la campaña. Conseguir el dinero para hacerla llegar a los lugares más escondidos del planeta es el próximo objetivo, aunque no sea una tarea fácil.”
Desde entonces impulsa la cura de esta enfermedad infecciosa que la ciencia califica como desatendida, y lo hace con un tratamiento que vale menos de 1 euro por paciente y que resulta efectivo en menos de 24 horas. La OMS ya se ha implicado en su plan y ha puesto en marcha campañas de distribución de comprimidos a lo largo de este año y del siguiente. Ahora bien, ¿en qué punto se encuentra a día de hoy la erradicación del pian? ¿Estamos ante un hito histórico con fecha prevista?
En principio no hay vuelta atrás para acabar con el pian, o al menos para hacer el intento definitivo. La fecha prevista era el 2020, pero la OMS se ha visto obligada a retrasarla unos años debido a la falta de financiación y a las dificultades para coordinar la campaña con todos los gobiernos una vez se decida cuál es la estrategia más adecuada –la podremos conocer en los próximos meses–. Creo que todos tenemos la esperanza bastante realista de poder certificar la erradicación del pian antes del 2030.
Llegar hasta aquí, pero, seguro que no ha sido fácil. ¿Con qué obstáculos se han encontrado usted y su equipo a lo largo de estos últimos siete años? Haciendo balance, ¿cree que la reacción de gobiernos, instituciones como la UE o el propio mundo académico ha estado a la altura de las circunstancias?
Ha habido muchas luces y algunas sombras. La verdad es que no hemos tenido la suerte de encontrarnos en un momento favorable, económicamente hablando. La crisis ha propiciado que algunos gobiernos, que en otras circunstancias sabemos que habrían dedicado recursos a nuestra causa, hayan priorizado la solución de otros problemas que les han parecido más urgentes. Y empresas que antes tenían muchos beneficios y que también nos podrían haber ayudado, ahora se encuentran en momentos más complicados y no se han acabado de decidir a hacerlo de forma firme. Últimamente las cosas empiezan a mejorar ya que, gracias a la donación de una farmacéutica brasileña, parece que, al menos, tenemos asegurada la azitromicina necesaria para terminar la campaña. Conseguir el dinero para hacerla llegar a los lugares más escondidos y de difícil acceso del planeta es el próximo objetivo, aunque no sea una tarea fácil.
“Fue muy duro ver cómo la gente de Lihir encontraba normal que sus niños tuvieran llagas dolorosas por el cuerpo, no hiciera nada para curarlos ni hubiera ningún programa especial en los hospitales del país para intentar acabar con la enfermedad.”
Hablando de obstáculos, en reiteradas ocasiones ha explicado que su trabajo no solo consiste en ofrecer tratamiento, sino en hacer frente a la pobreza multidimensional de las comunidades con las que trata: falta de educación, de hábitos higiénicos y saludables, etc. ¿Qué cuesta más de enseñar o de hacer entender a la población local?
Yo puedo hablar de mi experiencia en la isla de Lihir, pero supongo que las problemáticas de estas comunidades son similares a las que sufren en África o en Sudamérica. Normalmente tratamos con gente sin estudios. De ningún modo quiero decir que no sean listos y espabilados, lo que pasa es que sus prioridades son distintas a las nuestras. Dicho de otro modo: cuando tú y tus hijos no tenéis una vivienda digna ni nada para comer, la educación y la higiene se convierten en aspectos secundarios.
Por otra parte, aunque aprovechamos cada campaña de investigación de casos de pian para hacer un poco de pedagogía destacando la importancia de la higiene para combatir enfermedades infecciosas, a menudo vemos que no les podemos pedir que no vayan descalzos o que se limpien bien por la sencilla razón de que ni tienen agua corriente ni pueden comprarse unas chanclas o una pastilla de jabón. Todo lo que en nuestro país parece obvio, allí no lo es. Es otro mundo.
¿Y cómo vivió los primeros contactos con personas, especialmente con niños, que viven en situación de pobreza extrema y que en pleno siglo XXI nunca habían recibido ningún tipo de ayuda sanitaria?
Los primeros contactos de este tipo no los tuve precisamente en Lihir ni en Papúa, sino mucho antes. Y es que mi interés por la gente desatendida en los países subdesarrollados viene de muy atrás. De hecho, el viaje que cambió mi vida fue el que realicé a la India con 18 años. Allí estuve trabajando durante unas semanas en una leprosería. Gracias a esta experiencia descubrí que hay otra realidad, muy diferente de la de Barcelona u otros lugares del primer mundo que había tenido la suerte de visitar, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Cuando con casi 30 años llegué a Papúa, ya estaba bastante acostumbrado a estos aspectos, pero igualmente fue muy duro ver cómo la gente de Lihir encontraba normal que sus niños tuvieran llagas dolorosas por el cuerpo, no hiciera nada para curarlos ni hubiera ningún programa especial en los hospitales del país para intentar acabar con la enfermedad.
¿Y en momentos como éste, en los peores, qué le hace seguir adelante?
Por suerte, en los momentos más duros sé que puedo contar con la gente que me quiere, tanto en Barcelona como en la misma isla de Lihir, donde tras siete años trabajando he hecho muchos amigos y compañeros con los que puedo desfogarme o ir a cenar. También tengo una perrita, hago deporte y mi pareja, que en los últimos años se ha involucrado en el proyecto, me acompaña. Por otro lado, ver que avanzamos y que los datos que aportamos a la OMS les sirven para trazar el plan definitivo y acabar con el pian en pocos años, son cosas que me dan mucha satisfacción profesional y personal.