Vivimos un momento inequívocamente humano. La actual pandemia ha movido el suelo bajo nuestros pies, ha puesto al descubierto algo olvidado o incluso supuestamente superado: la vulnerabilidad de nuestra sociedad y nuestros sistemas. Ha desenterrado nuestra intrínseca humanidad que teníamos cuidadosamente silenciada.
MARTA CARBALLAL BROOME. Especialista en empleo y gestión de personas y profesora colaboradora en ESCP Business School Madrid Campus.
Quien más, quien menos ha hecho sus propias reflexiones sobre estos acontecimientos y sus consecuencias en el ámbito personal, social, sanitario, político y cómo no, laboral.
Muchos de los que tienen la suerte de trabajar, han abierto una caja que tenían relativamente bien cerrada. Esta vida profesional, ¿es la que quiero?, ¿tiene sentido?, ¿es esto bienestar?, ¿qué aporta mi trabajo al mundo? En la crisis de compromiso laboral —engagement— que ya veníamos observando entre profesionales y empresas, esto no hace más que avivar ese fuego. La consciencia del individuo se ha amplificado y ya no bastará con que en las empresas pongamos otra mesa de pimpón para transmitirle al empleado nuestro compromiso con él, con su propósito y con su vida. La cosa va más en serio ahora.
En paralelo, y lamentablemente, otros no pueden ni cuestionárselo. No se trata de amar su trabajo, se trata de tener unos ingresos que les permitan irse a dormir sabiendo que mañana pondrán comida en su mesa.
En todo esto, la Inteligencia Artificial y la robótica, con lo bueno y lo malo, tensiona más las cosas: trabajos que desaparecerán en los próximos cinco años, trabajos que harán falta, la buena vida que nos espera, la mala vida que nos espera.
Difícil imaginar ese futuro. ¿Como será la vida laboral para mí, para mis vecinos, para mis compañeros actuales, para mis alumnos? Solo hay una certeza: la humanidad se reivindica a sí misma, se está haciendo un hueco entre nosotros. Los trabajos repetitivos y previsibles ya no estarán. Las tareas automatizables y controlables no nos ocuparán. Y ese hueco no creará un vacío, sino que potenciará una dimensión nueva en todas nuestras funciones y trabajos como jefes, como empleados, como profesores, como consultores.
Ese hueco requerirá que volvamos a valorar y aplicar profesionalmente nuestras facultades más humanas: la escucha, la empatía, la creatividad, el cuidado, la imaginación, la emoción, la argumentación, la sensibilidad… funciones que han estado arrinconadas, percibidas como innecesarias pero que pasan a rango de imprescindibles. Quien no lo entienda, corre el riesgo de quedarse atrás.