Hemos interrumpido un par de meses la tertulia. Cuestión de agenda. Aunque hoy participará menos gente de lo habitual, he preferido convocarla sin dilación. La oportunidad es que esta semana invité a un colega especial. Fue el más joven de los rectores europeos que firmó en 1988 la Magna Charta Universitatum, en Bolonia, Italia, y que posteriormente estamparía su firma como ministro de su país en la Declaración de Bolonia en 1999. Treinta años después de la firma de esta declaración, parece un buen momento para comentar con unos cuantos amigos acerca del cumplimiento de los objetivos de este proceso de reforma de los sistemas de educación superior de los países europeos. Nos acompañan las dos tertulianas habituales, los dos doctorandos —esta vez, en Educación Superior—, un par de profesores norteamericanos y otro chino. Nueve, en total; no se trata de un número bíblico, pero uno de sus significados lo asocia con la sabiduría y la brillantez.
JOSEP-FRANCESC VALLS. Director de la Cátedra Escenarios de futuro retail, turismo y servicios de la BSM-UPF.
El ministro abre el coloquio (en adelante, le llamaremos ministro porque, en su país, cuando una persona ocupa ese cargo mantiene el título para toda la vida):
—Cuando firmamos Bolonia, sabíamos que iniciábamos algo de muy largo alcance. Estábamos muy emocionados, aunque no éramos muchos los que nos lo creíamos de verdad. Contra lo que afirmábamos en los discursos oficiales, nunca pensamos que, veinte años después, en 2010, se alcanzaría la integración del Espacio Europeo de Educación Superior, el EEES. Ni en 2020. La tranquilidad que tengo es que, hoy, en 2030, a pesar de que todavía existen países que no la han completado, las cualificaciones, las homologaciones, las acreditaciones y las metodologías de enseñanza —sobre todo, en lo que atañe a la evaluación continuada— han dado el vuelco definitivo al espacio europeo. Desde el primer momento, se ordenaron los ciclos, los créditos y todo ello redundó en una mejora inmediata de la calidad de la formación en los países. Ha costado más que el profesorado y los coordinadores académicos entraran por la vía de la formación en conocimientos, competencias y habilidades, y promovieran la practicidad; muchos viejos buenos profesores perdieron energías oponiéndose a Bolonia hasta cerca de 2020. La digitalización y el online han venido a quitarles la poca razón que tuvieran.
Si no fuera porque la industria cultural es mucho más potente en Estados Unidos, los avances de largo recorrido se están llevando a cabo, hoy, en las universidades europeas y en las asiáticas. Envejeció Silicon Waley
ERASMUS, EL TSUNAMI CULTURAL
—¿Estos son los mayores logros de la Declaración de Bolonia? —le pregunto.
—Eso es lo que nos proponíamos para los primeros años del nuevo milenio: mejorar la competitividad profesional y social de Europa mediante la formación de calidad. En 2020, ya habíamos alcanzado gran parte de estos objetivos iniciales —responde el ministro—. Pero no hubiéramos alcanzado la excelencia si, un año antes de la firma de la Magna Charta Universitatum por parte de los rectores europeos, no se hubieran puesto en marcha las becas de movilidad del programa Erasmus. El crecimiento de los intercambios entre estudiantes fue exponencial desde el primer día: un tsunami cultural. Estos viajes abren la mente de nuestras chicas y chicos, que conviven en situaciones diversas, se enfrentan a visiones distintas y mejoran sus conocimientos. De hecho, entre 2014 y 2020, se cubrieron todas las plazas previstas de Erasmus: 3,3 millones de estudiantes realizaron estudios, prácticas laborales o voluntariado en otro país. Se agotaron los 14.700 millones de euros presupuestados. Ocurrió lo mismo con los 30.000 millones programados para el período 2021-2027. En la actualidad, cerca de 15 millones de jóvenes europeos han estudiado fuera de su universidad en otro país. Representan más del 25% de la población de 14 a 15 años.
—Una pregunta —interviene uno de los dos doctorandos en Educación Superior—: ¿por qué los intercambios de profesores no han prosperado de la misma manera?
—Es lógico que empezáramos por los estudiantes —responde el ministro—. Era lo más acuciante. Además, las propias universidades ya dedicaban muchos recursos a las carreras de sus profesores.
AMÉRICA, EUROPA, ASIA
—Puedo decirle, sin rubor —toma la palabra uno de los dos profesores americanos— que, si antaño la calidad docente norteamericana era bastante superior a la europea, hoy prácticamente estamos a la par en la pública y, tal vez, salvando las majors, por debajo de muchas privadas.
El otro profesor norteamericano asevera y añade:
—Si no fuera porque la industria cultural es mucho más potente en Estados Unidos, los avances de largo recorrido se están llevando a cabo, hoy, en las universidades europeas y en las asiáticas. Envejeció Silicon Waley.
—Pero, por cada gurú europeo —le corto— aparecen diez americanos. Además, aquí se traduce cualquier libro mediocre norteamericano y viceversa no sabe lo que cuesta.
—Tenemos los altavoces…. —ríe el colega americano.
—Respecto a Asia —añade el profesor chino—, debo decirle que hemos aprovechado estos veinte primeros años del milenio para beber en las universidades europeas. Si entre 1978, año de la apertura de mi país, y hasta 2015, se calculaba que cerca de 5 millones de chinos estudiaron en el extranjero, la mayoría en Europa, ahora en 2030, la cifra se acerca a los 18 millones. A pesar de disponer de universidades en puestos relevantes de los rankings internacionales, Europa nos lleva una ventaja inalcanzable.
Los doctorandos creen que el espacio común de educación europeo ha sido muy útil, pero que una carrera docente integral no se completa sin un periplo por las tres áreas. Todos asienten.
—Asia se encuentra mucho más atrasada todavía y echamos en falta todavía hoy tanto Bolonia como Erasmus —toma la palabra el profesor chino.
—Los escasos alumnos que realizaban intercambios en la década de los ochenta elegían las universidades europeas para ello —intervengo yo—. En los 2000, se decantaron por Canadá y Estados Unidos. Pero, a partir de 2010, tomaron el camino de Oriente: China, Hong Kong, Singapur y Corea, sobre todo.
—Me alegro mucho por los jóvenes europeos —añade—, pero en China necesitamos con urgencia esta revolución formativa como la de ustedes.
MÁS ALLÁ DE BOLONIA
—La transformación digital todavía ha mejorado más si cabe el Plan Bolonia y la movilidad de profesores y alumnos. La innovación en la que se sustenta se convierte en la piedra de toque para identificar el 80% de los nuevos puestos de trabajo que no existían hace una década —añade una de las colegas habituales.
—Yo voy un poco más allá —tercia el ministro—. Se han dado pasos agigantados en la formación superior en Europa. Pero falta todavía una vuelta de tuerca en la concepción de las carreras universitarias. Supuso un gran avance pasar los grados de cinco a cuatro años, pero, si me apura, yo los haría todavía más planos, de tres años, que abarquen más disciplinas troncales y den paso a los postgrados, másteres, doctorados y a la formación directiva permanente. La formación empieza en las aulas y se fragua en las empresas, en constante intercambio. Por eso, siempre me gustó el sistema alemán en el que cualquier carrera o formación profesional se combina con una práctica y viceversa.
Se han dado pasos agigantados en la formación superior en Europa. Pero falta todavía una vuelta de tuerca en la concepción de las carreras universitarias
—Aquí quería llegar —toma la palabra la otra de las colegas habituales—. Me parece muy bien el avance que ha significado Bolonia en la ordenación de los grados, los posgrados y los doctorados reglados. Esa fue la primera parte y sus objetivos se han cumplido con creces. Sobre este edificio se está construyendo en la última década el de la laboralidad…
—¿Qué quiere decir eso de la laboralidad? ¿Otro nuevo concepto en boga? —preguntan varios a la vez.
—Es la capacidad de las personas —tranquiliza la profesora— de desarrollar su carrera profesional, formándose continuamente. No hay que confundirla con la empleabilidad, referida esta a la capacidad de encontrar un empleo. Desaparecen los viejos puestos de trabajo y emergen otros nuevos cada día, con el consiguiente aprendizaje y reaprendizaje de conocimientos, competencias y habilidades. Se requiere, por tanto, una gran dosis de motivación personal, de autoinnovación. ¿Dónde se hallan los soportes externos de esta ciencia a aprender sobre la marcha? Para este camino ya no sirven los grados, ni los másteres ni los doctorados. Es el tiempo de las universities de las empresas, patronales, asociaciones y sindicatos, en las que los propios profesionales aportan y cocrean con sus empleados; han realizado un largo recorrido entre 2020-2030, pero deberán decuplicarlo en la década que sigue. Es el tiempo de las academies online de cursos de reciclaje cortos y profesionalizadores, como coach y soporte de las empresas. Es el tiempo de los MOOC, a los que la UE sigue dedicando presupuestos ingentes. Universities, Academies online, MOOC: estoy hablando de la formación a medida.
—¿Y quién acredita esta formación permanente y automotivada?
—El ritmo de producción y rigor que exige la gestión de los grados, postgrados y doctorados por parte de las universidades públicas y privadas es uno, y el de las instituciones que se dediquen a la laboralidad, otro —responde la profesora—. Esta segunda parte de los currículos requerirá menos títulos. Las nuevas unidades de executive education de las universidades deberán ocuparse más de este apartado, pero creo que, en las dos próximas décadas, 2030-2050, resultará tanto o más importante el cúmulo de experiencias profesionales y formativas propias, con o sin título, que las acreditaciones de grado, postgrado o doctorado.