La revisión de perspectivas económicas publicada por el FMI a finales de julio de 2022 incorpora a la ya tradicional referencia a la incertidumbre el singular calificativo, casi políticamente incorrecto, de “sombrío” para caracterizar el escenario de cara al tercer trimestre de este año.
JUAN TUGORES QUES. Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.
El cuadro adjunto resume los datos y previsiones, con una estimación para 2022 que se sitúa ahora en el 2,2 (4 décimas menos que en la previsión de abril) y para 2023 incluso algo peor: un 2,9% (revisando a la baja en 7 décimas la anterior proyección).
Los principales ingredientes de estas revisiones a la baja son las grandes economías: las cifras para Estados Unidos referidas a 2022 se empeoran en 1,4 puntos, para China, en un 1,1%, y para Alemania, en 9 décimas. Estos problemas simultáneos en los tradicionales motores de la economía mundial introducen una novedosa y delicada dimensión. Pese a los problemas de China, el conjunto de economías emergentes vuelven a marcar un diferencial respecto al conjunto de las avanzadas que se revisa al alza, especialmente para 2023.
La combinación de impactos e incertidumbres asociados a las consecuencias directas e indirectas de la situación en Ucrania, con los efectos asimismo difíciles de estimar de unas tensiones inflacionistas que han conducido a cambios en las estrategias de políticas monetarias inimaginables hace tan solo un par de años, así como a problemas importantes en la “economía real”, incluidas las dimensiones energéticas y alimentarias, conforman un escenario en el que apelar a dosis singulares de incertidumbre deja de ser un tópico para convertirse en una cruda descripción. Asimismo, los llamamientos a mantener abiertos niveles de cooperación supranacional aunque pueden parecer ahora más utópicos, son también más imprescindibles que nunca.