Aceptar evidencias derivadas de la experiencia que no encajan con determinadas creencias o intereses es complicado, pero seguir haciéndonos “trampas al solitario” resulta especialmente grave en momentos tan delicados como los actuales.
Juan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.
Hoy sabemos que uno de los errores que condujeron a la crisis financiera desde 2008 fue haber llegado a creer que la financiación abundante y barata estaría disponible de forma prácticamente indefinida. La expansión crediticia más allá de cualquier parámetro razonable y el correlativo endeudamiento de muchos “actores económicos” (familias, empresas, países) se vio lubrificada por unos relajados tipos de interés que se situaban, en muchos lugares, por debajo de los que se justificarían por pautas empíricas derivadas de la experiencia y de la historia, como la “regla de Taylor” o similares. Se han dado diversas explicaciones para esos bajos tipos que echaron leña al fuego de los excesos financieros. Desde su papel en Estados Unidos para “anestesiar” problemas distributivos (el execonomista-jefe del FMI, Raghuram Rajan, lo sintetizó diciendo que la forma de tratar de compensar el estancamiento de los salarios reales de buena parte de la población fue la concesión de crédito abundante y barato), mientras que en la zona euro se apeló a cómo las necesidades de países como Alemania (con algunas dificultades en los primeros años el siglo XXI) pesaron mucho más que el “sobrecalentamiento” que se estaba agravando en España y otros países.
El clima de euforia, en Estados Unidos y en el Sur de Europa, condujo a ignorar, incluso despectivamente, las advertencias del propio Rajan y las tímidas observaciones de otros analistas e instituciones hasta que fue demasiado tarde. “Esta vez es diferente” era la conocida réplica a quienes se atrevían a mostrar su preocupación apelando a las lecciones de la historia, especialmente las fragilidades del binomio sobreendeudamiento + crédito-fácil que ya resumió Irving Fisher… ¡en 1933! Comportamientos irresponsables, pero complacientes, se impusieron al prudente realismo. La tendencia a convertir rápidamente en nuevos dogmas planteamientos que sintonizan con determinados intereses o ideologías, por contrarios que sean a la experiencia o a la historia, no es infrecuente, aunque tal vez se está acentuando en los tiempos modernos, y no solo en los ámbitos económicos.
La tendencia a convertir rápidamente en nuevos dogmas planteamientos que sintonizan con determinados intereses o ideologías, por contrarios que sean a la experiencia o a la historia, no es infrecuente, aunque tal vez se está acentuando en los tiempos modernos, y no solo en los ámbitos económicos
LA MISMA PIEDRA UNA Y OTRA VEZ
Antes de que la invasión de Ucrania complicase tremendamente el escenario económico y geopolítico, ya podíamos saber que los grandes aumentos de endeudamiento en que se incurrió para afrontar las urgencias de la pandemia tenían que encontrar una vía de “normalización” a medida que avanzase lo que el Banco Internacional de Pagos denominó la “Pandexit”. Con la situación similar que se produjo tras la crisis financiera (agravada en Europa con la crisis de la deuda soberana) habíamos aprendido que se trataba de una trayectoria delicada en la que debía recordarse lo que resumió de forma clara otro execonomista-jefe del FMI, Olivier Blanchard, al insistir en que esa “carrera” hacia el desendeudamiento era “una maratón, no un esprint”. Pero en los últimos tiempos hemos asistido asimismo a unos ciertos posicionamientos que trataban de quitar importancia a la seriedad de los problemas de la “carga de deuda”, en base al argumento de que los tipos de interés históricamente en mínimos durante la segunda década del siglo XXI permitían financiar “casi gratis” los volúmenes de endeudamiento.
Una versión más extrema que adquirió un cierto eco, mediático y político, fue la denominada “moderna teoría monetaria” (MMT, en siglas inglesas). Esta incluso animaba a seguir endeudándose sin mayores preocupaciones, precisamente apelando al “coste cero” de obtener financiación. Pero el “gratis total” raramente existe y la tendencia al alza de algunos de los tipos de interés está evidenciando la frivolidad e ingenuidad de esos planteamientos que desafiaban las experiencias históricas.
SE VEÍA VENIR
La elevación de los tipos de interés suele atribuirse a las urgencias del espectacular repunte de la inflación, pero cabe recordar que había razones de fondo para prever esa dinámica al alza de los tipos incluso antes de la nueva oleada inflacionista. Ya en los últimos años se había hecho necesario preguntarse si los tipos de interés nominales en mínimos, con tipos de interés reales a menudo en negativo, era la versión moderna de la “eutanasia del ahorrador”. Y debemos recordar que el ahorro no solo es una variable económica sino asimismo sociocultural: las sociedades que ahorran muestran previsión respecto al futuro, responsabilidad intertemporal e intergeneracional, mientras que las que dejan deudas traspasan al futuro los costes que hoy no se quieren asumir con realismo. Adicionalmente, incluso organismos internacionales relevantes se hacían eco de que la financiación ultrabarata que ha estado disponible hasta hace poco no siempre ha beneficiado a los proyectos más interesantes, ni en términos estrictamente empresariales ni de interés social general, sino a los mejor “conectados” para acceder a esa privilegiada financiación. Por ello, una cierta normalización de los tipos de interés tiene elementos de deseabilidad más allá de su papel de herramienta frente a la inflación.
La elevación de los tipos de interés suele atribuirse a las urgencias del espectacular repunte de la inflación, pero cabe recordar que había razones de fondo para prever esa dinámica al alza de los tipos incluso antes de la nueva oleada inflacionista
Para los escépticos, recordar asimismo que, incluso con las subidas de tipos que se anuncian, los tipos de interés reales –descontando la inflación– seguirán estando en negativo en prácticamente todas las economías avanzadas y buena parte de las emergentes. Volver a hacernos trampas al solitario solo puede ser un confort psicológico si nos podemos permitir el lujo de eludir la realidad. Lo que no es el caso, y menos en las circunstancias actuales.
La financiación ultrabarata que ha estado disponible hasta hace poco no siempre ha beneficiado a los proyectos más interesantes, ni en términos estrictamente empresariales ni de interés social general, sino a los mejor “conectados” para acceder a esa privilegiada financiación. Por ello, una cierta normalización de los tipos de interés tiene elementos de deseabilidad más allá de su papel de herramienta frente a la inflación
¿ES ESTO EL FINAL DE UN PARÉNTESIS?
Algo parecido puede decirse de los planteamientos acerca de la inflación. Durante décadas, factores como la dinámica de una globalización, que aumentó de forma gigantesca la oferta de bienes y servicios en los mercados mundiales, al incorporar en ellos a miles de millones de personas en decenas de países (entre ellos, los más poblados del mundo), ayudaron a contener los precios (más allá del tópico del “todo a cien”). No debería sorprendernos (al menos tanto) que los crecientes obstáculos a la fluidez de la globalización en los tiempos más recientes –desde los “proteccionismos de baja intensidad” en la segunda década del siglo XXI a la guerra comercial desde 2018 y las nuevas trabas con la pandemia, y hasta las recientes dinámicas de “fragmentación” agravadas con la invasión de Ucrania– estarían actuando en sentido opuesto, el de “reabrir” los demonios de la inflación.
Durante décadas, factores como la dinámica de una globalización, que aumentó de forma gigantesca la oferta de bienes y servicios en los mercados mundiales, al incorporar en ellos a miles de millones de personas en decenas de países (entre ellos, los más poblados del mundo), ayudaron a contener los precios (más allá del tópico del “todo a cien”)
Otros factores demográficos o especulativos sin duda también están presentes. Pero incluso si se atenúan algunos excesos puntuales, posiblemente deberemos acostumbrarnos a un entorno con una inflación que nos haga recordar la situación entre la crisis financiera y 2021 como una cierta insólita “tregua”. No debimos bajar nunca la guardia ante los riesgos inflacionistas, tal como se hizo, junto a los derivados de los tipos de interés, al repetir –hasta tratar de convertir con ello en verdad– que inflación y tipos estaban destinados a ser “más bajos durante más tiempo” como se seguía insistiendo ¡incluso en 2020!
Ciertamente la situación actual es particularmente compleja y delicada. Pero precisamente por ello, un sano realismo, basado en las lecciones de la experiencia, debería tener más peso que volver a refugiarnos en irresponsabilidades cuyos anestésicos efectos placebo a corto plazo suelen derivar en unos costes mucho más elevados cuando la invocada magia se disipa y (re)descubrimos la cruda desnudez de la realidad.