Quizás sorprenda, en estos tiempos que corren, no reclamar más mujeres en el poder, no insistir en la existencia de un techo de cristal y no poner el dedo en la llaga de las numerosas limitaciones con que hoy se encuentra una mujer en su trayectoria profesional para poder gozar de una carrera plena. Pero yo no he venido hoy aquí para esto. Yo hoy he venido para reclamar otra cosa: la feminización del poder, la transformación completa del ecosistema laboral hacia un entorno más rico, fértil y multifacético.
MARTA CARBALLAL BROOME. Especialista en empleo y gestión de personas y profesora colaboradora en ESCP Business School Madrid Campus.
Al igual que la diversidad de raza, de edad, de cultura y origen social, la diversidad de género enriquece y su inclusión nos permite posicionarnos en la perspectiva más amplia. Nos permite integrar puntos de vista nuevos y ver la realidad con todos sus matices y colores. Nos permite ser mejores.
No cabe duda de que cada líder ejerce su labor con su sello personal, pero, aun así, creo que podemos encontrar ciertas pautas de ejercicio del poder más típicas en cada uno de los géneros.
Hace poco, en una conversación con una joven alta ejecutiva de una organización con un gran porcentaje de mandos masculinos, surgía su pregunta: ¿Cómo asumo mis propias imperfecciones en esta posición en la que debo dar ejemplo, tener un desempeño pulcro e intachable, en definitiva, ser una líder perfecta? Yo le propuse: ¿Y si en lugar de esconderlas, hacemos de ellas palancas para el cambio? ¿Y si en lugar de intentar adaptarnos al patrón de la supuesta perfección, nos convertimos en líderes que también saben ser imperfectos, humildes y asequibles? ¿Y si la energía que perdemos en parecer lo que no somos, tanto los hombres, como las mujeres, la invertimos en saber ser –cuando toca– humanos sensibles, dubitativos e inexactos?
Nuestro modelo del líder que todo lo sabe, que no se equivoca, que tiene la opinión formada y que anticipa el futuro con precisión, podría subir un nivel, podría ser más imperfecto, no solo asumiendo sino abiertamente mostrando todo lo que aún le queda por aprender. Abriríamos las organizaciones a un paradigma clave para el nuevo rumbo empresarial, donde el espíritu de aprendizaje continuo y la conexión humana nos asegurarían respectivamente la innovación y el compromiso que hoy parecemos estar buscando como locos por debajo de las piedras.
A este liderazgo imperfecto, le llamo yo, quizás equivocadamente, la feminización del poder.