En el contexto del mercado de trabajo se están produciendo un conjunto de transformaciones que, sacudidas recientemente por el impacto de la pandemia, determinan la velocidad, forma y alcance de la respuesta que todas las instituciones, también las universidades, deben dar para seguir garantizando la promoción personal y profesional de la ciudadanía. Este escenario convulso convive con un proceso de envejecimiento de la población —al menos, en los países desarrollados— y con un alargamiento de la vida laboral que obliga a no solo contar con la capacidad de las nuevas generaciones para pilotar el conjunto de transiciones que es necesario llevar a cabo.
Coordinación: Àngels Fitó Bertran. Vicerrectora de Competitividad y Empleabilidad de la Universitat Oberta de Catalunya y vicedecana del Colegio de Economistas de Cataluña.
UNA NUEVA FORMACIÓN PARA UNA NUEVA EMPLEABILIDAD
Actualmente el porcentaje de personas que realizan actividades de educación superior en España (10%) es inferior a la media europea (15%) y muy inferior al objetivo que se fijó en la pasada Cumbre de Oporto, que estableció como objetivo que, para 2030, el 60% de los ciudadanos de hasta 60 años se encuentren en un proceso de formación. Estas tasas tan bajas en cuanto al reciclaje o actualización impactan negativamente en los principales indicadores de innovación y evidencian que, en un momento de fuerte disrupción de los perfiles profesionales y de polarización del mercado de trabajo, las condiciones en las que el tejido productivo podrá asumir la transición hacia modelos de negocio más sostenibles y digitales no son las óptimas.
Si en el plano individual corresponde al profesional reconocer cuáles son las capacidades que todavía le aportan valor en términos de empleo, así como identificar aquellos aspectos que debe desarrollar, en el marco corporativo, es la organización quien debe impulsar el rediseño de planes de carrera profesional que permitan que su equipo explote todo su potencial. A su vez, corresponde a los estamentos públicos diseñar políticas activas de empleo que propicien la movilidad —o la transición— laboral de las personas mediante planes de capacitación inteligente que busquen, más allá de la ocupación inmediata, las bases de una empleabilidad sostenible y a la vez tractora de mayor competitividad. Y, por supuesto, en este contexto multiactor, las universidades deben querer y poder preservar, pero de forma renovada, un rol principal en la generación, intercambio y aplicación de conocimiento también para la formación de una ciudadanía capacitada y consciente.
La formación continua solo podrá ser escalable, flexible y personalizada si integra las oportunidades tecnológicas; solo tendrá credibilidad si se construye en la evidencia científica que ofrece la investigación, y solo se convertirá en sistémica si se apalanca en las alianzas
Precisamente esta voluntad de que las universidades lideren una propuesta de formación continua está más presente que en las agendas y discursos políticos nacionales. Una formación continua que solo podrá ser escalable, flexible y personalizada si integra las oportunidades tecnológicas; que solo tendrá credibilidad si se construye en la evidencia científica que ofrece la investigación, y que solo se convertirá en sistémica si se apalanca en las alianzas.
Resumiendo
Los retos planetarios a los que nos enfrentamos, los avances científicos y tecnológicos, la globalización, la urgencia climática, el desequilibrio territorial, entre tantos otros, configuran un escenario de riesgos y oportunidades que alteran y reconfiguran las dinámicas sociales y laborales. En el contexto laboral, el alargamiento de la vida laboral, las cifras de paro juvenil, la robotización o la capacitación digital, la gestión de la temporalidad, la retención del talento, la intensificación de brechas como la de género, territorio, edad, calificación y dimensión empresarial, ponen en duda el rol sostenido de la universidad como ascensor social, a la vez que hacen más evidente la necesidad de que esta se transforme —también digitalmente— para continuar proveyendo a las personas, y a las organizaciones, de la capacidad de adaptación constante a un entorno en cambio permanente. Abogar, por parte de las universidades, por una visión extendida de la educación superior que apoya de manera continuada la promoción personal y profesional supone preservar su coliderazgo en la transformación económica y social formando personas que, en su desarrollo, empatizan con el entorno, gobiernan la tecnología, respetan la diversidad, buscan la evidencia científica, aplican el pensamiento crítico y encaran las situaciones complejas con una mirada global y transdisciplinar.