El complicado 2022 deja abiertos muchos interrogantes para 2023, decisivos para evaluar el legado de los shocks recientes como la pandemia y la guerra. Nos centraremos en dos de los más centrales: las perspectivas acerca de si se puede reconducir la inflación y cómo, y el futuro de la propia globalización.
JOan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.
El año 2022 empezó con unas perspectivas relativamente optimistas: iba a ser el año de normalización tras la pandemia. La invasión de Ucrania precipitó múltiples complicaciones de todo tipo que han llevado a que las previsiones prácticamente unánimes para 2023 sean de ralentización notable del crecimiento económico, incluso con riesgos de recesión, así como de otras “megaamenazas” (siguiendo la expresión de Roubini), que incluyen temores de “fragmentaciones” en la economía (y la política) global y problemas de tensiones con un endeudamiento ya elevado cuya carga financiera se está viendo agravada por la subida de los tipos de interés. En este artículo trataremos de plantear de forma (algo más) constructiva los escenarios en dos frentes relevantes: si puede reconducirse la inflación sin costes sociales excesivos y cómo, y si son inexorables los riesgos de desglobalización o hay motivos para poder contar, en alguna medida, con “soluciones globales para problemas globales”.
Como dicen los escépticos, las políticas macroeconómicas pueden «imprimir más o menos dinero», pero no pueden ni extraer más gas ni cultivar más cereales, por lo que no hay que sobrevalorar su efectividad…
¿ATERRIZAJE SUAVE DE LA INFLACIÓN?
El término estanflación fue acuñado en la década de 1970 cuando las subidas en los precios del petróleo condujeron a la combinación de ralentización del crecimiento combinada con alta inflación, situación que en 2022 hemos vuelto a experimentar. La inflación se afrontó con medidas drásticas a partir de 1979, cuando Paul Volcker asumió la dirección de la Reserva Federal e implementó unas subidas de tipos de interés a niveles que dejan muy pequeños los actuales y que, además de una apreciación del dólar (similar a la reciente), pasaron una factura de recesión económica a principios de la década de 1980 tanto en Estados Unidos como en buena parte de la economía mundial. La crisis de la deuda, que se inició en México en 1982 y se extendió a otros países en desarrollo, fue otro “efecto colateral” de la disciplina antiinflacionista. Así pues, un gran interrogante es si en 2023 lograremos un “aterrizaje (más) suave” de las tensiones inflacionistas, sin los costes de doblegar las peligrosas dinámicas que pone en marcha la inflación una vez se “enquista”. Los optimistas sugieren que parte del trabajo de ajuste lo hará la reversión de los precios de algunas commodities, ya iniciada según algunos indicadores provisionales, tras el gran aumento inicial derivado de las escaseces y los temores como consecuencia de la invasión de Ucrania. Pero los pesimistas apuntan a que algunos componentes de la inflación, como los alimentos, no muestran tantos síntomas de inflexión a la baja, al tiempo que señalan los riesgos inflacionistas de factores de más amplio alcance como una demografía más sesgada hacia el envejecimiento que en décadas anteriores o los riesgos de fragmentaciones que erosionen el papel de la globalización como factor de aprovisionamiento fluido y barato. El Recuadro 1 detalla algunas de las posiciones confrontadas. Como dicen los escépticos, las políticas macroeconómicas pueden “imprimir más o menos dinero”, pero no pueden ni extraer más gas ni cultivar más cereales, por lo que no hay que sobrevalorar su efectividad… ni tampoco su papel moderador de unas presiones al alza de los precios que nos han hecho recordar que nunca debimos dar por desaparecidos los riesgos de la inflación.
Pero incluso si se tiene éxito en reconducir la inflación en 2023-2024, ¿se volverá a los niveles previos a la pandemia o si eran demasiado bajos a los niveles de consenso de los bancos centrales en torno 2%, o por el contrario hay factores estructurales que conducirán a una superior? Cabe recordar que a mediados de 2020, antes de los “cuellos de botella” y las subidas de precios de las materias primas y los alimentos, los analistas Goodhart y Pradhan advirtieron de la reaparición de la inflación con argumentos de fondo, que incluyen los retrocesos en una globalización que durante las décadas anteriores había llevado a los mercados mundiales una enorme cantidad de bienes y servicios aportados por muchos cientos de millones de personas desde decenas de países que se incorporaron a las dinámicas globales, constituyendo un “shock de oferta” positivo, con enormes efectos desinflacionistas que los recelos hacia la propia globalización estarían ralentizando. Tal vez la “inflación de equilibrio” en el futuro no sea tan plácida como en la última década…
Un gran interrogante es si en 2023 lograremos un «aterrizaje (más) suave» de las tensiones inflacionistas, sin los costes de doblegar las peligrosas dinámicas que pone en marcha la inflación una vez se «enquista»
¿CONTINUARÁ LA DESGLOBALIZACIÓN O SE MANTENDRÁN ABIERTOS LOS MECANISMOS SUPRANACIONALES?
En los últimos tiempos han ido aumentando las referencias a “desglobalización” o, de forma algo más suave, a “slowbalization”. Los recelos que provocó la pandemia acerca de la fluidez en los suministros exteriores se habrían visto reforzados en el escenario geopolítico tras la invasión de Ucrania. No se trataría solo de más retrocesos en determinados indicadores y actitudes, sino que incluso se plantea abiertamente el riesgo de una fragmentación de la economía global en “bloques” con crecientes trabas de conectividad comercial, financiera, tecnológica, etc. En noviembre de 2022 el FMI introdujo un muy comentado capítulo en su Informe de Perspectivas Regionales sobre Asia referente a los costes de esa eventual fragmentación, con la moraleja de que los mismos países asiáticos que han sido los grandes beneficiarios de la globalización de las últimas décadas podrían experimentar más perjuicios si esa dinámica se revertía de forma cruda.
Pero incluso si se tiene éxito en reconducir la inflación en 2023-2024, ¿se volverá a los niveles previos a la pandemia o si eran demasiado bajos a los niveles de consenso de los bancos centrales al 2%, o por el contrario hay factores estructurales que conducirán a una superior?
Pero asimismo cabe apuntar a planteamientos menos pesimistas. En noviembre de 2022, el premio Nobel Michael Spence señalaba que algunos acontecimientos podrían interpretarse como una oportunidad de mantener abiertas vías de cooperación supranacionales: desde foros en la cumbre del G20 en Indonesia hasta foros regionales como los de APEC o ASEAN, Spence detectaba síntomas de que la delicada situación económica y problemas inherentemente supranacionales, como las amenazas a la salud global y la situación medioambiental, podrían estar “modulando” las fricciones geopolíticas. Ya al final del verano de 2022, otro influyente economista, Richard Baldwin, publicó una serie de breves columnas sobre lo que calificaba como el “mito” de que la globalización ya habría alcanzado un máximo y estaría en retroceso. Baldwin señalaba que había que interpretar con cautela algunos indicadores, como el peso del comercio internacional sobre el PIB, cuya evolución no solo estaría muy marcada por el cambio de estrategia en China desde la segunda década del siglo XXI, sino que además sería aplicable, si acaso, al comercio en manufacturas, pero que el comercio en servicios continuaba al alza, impulsado por los avances tecnológicos que lo facilitaba enormemente (desde los servicios de ocio audiovisual hasta los servicios profesionales a distancia). Lucien Cernat, un alto cargo de la Comisión Europea, recogía otro de los aspectos señalados por Baldwin: la heterogeneidad entre la evolución de los indicadores de apertura comercial entre áreas económicas, mostrando que en el caso de la UE no se había detenido significativamente la tendencia al alza y que dentro de la UE algunos países, entre ellos España, continuaban con la apuesta por más presencia en los mercados exteriores, pese a algunos retrocesos transitorios durante la pandemia tan graves como el que impactó sobre el turismo. La noción de la “globalización de intangibles” (Recuadro 2) –que incluye difusión trasnacional de ideas, puntos de vista y formas de ver el mundo a través de redes sociales y de otro tipo (científicas, académicas)– sería una dimensión a tener en cuenta antes de dar por “sentenciada” la globalización. Ciertamente hay señales de tensiones preocupantes que dificultan mantener o retornar a la “hiperglobalización” previa a la crisis financiera, pero asimismo hay realidades inherentemente compartidas –con las sanitarias y medioambientales al frente– que nos recuerdan que a muchos efectos todos compartimos nuestra suerte a bordo de lo que Kenneth Boulding denominó, hace ya más de medio siglo, “la nave espacial Tierra”.