Este 2023 se debate acerca de la forma de articular las relaciones entre las economías avanzadas y las emergentes, lideradas por China. ¿Es inevitable una confrontación o hay cabida para formulaciones pragmáticas? Y Europa ¿qué papel juega en ello?
Juan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.
El comunicado final tras la reunión de la cumbre del G7 en mayo de 2023, celebrada en Hiroshima, tuvo un eje central en las relaciones entre ese grupo de las economías avanzadas y China. Llamó la atención la terminología con que se planteaban dos escenarios, uno de ruptura, asociado al ya conocido decoupling o “desacoplamiento” entre los bloques de países avanzados y emergentes, y otro, más flexible y pragmático, presentado como de-risking, una reducción de riesgos excesivos pero sin implicar necesariamente rupturas.
Este tipo de equilibrios va en la línea de la respuesta europea a los retos actuales en términos de una “autonomía estratégica abierta” que quiere reducir dependencias
La semántica es importante, pero podría dar la impresión de que en ocasiones es demasiado artificial. El término de-risking ya se utilizaba en otros contextos para referirse a la estrategia de eludir riesgos (“no prestes a deudores dudosos”, por ejemplo), pero ahora se utiliza en un documento de alto nivel político con un sentido (algo) diferente para tratar de diferenciar entre unas estrategias de reducir exposiciones a riesgos –como una excesiva dependencia de algunos suministros– pero manteniendo abiertas las relaciones económicas en general, y lo que sería una más radical fragmentación de la economía mundial en bloques. Este tipo de equilibrios va en la línea de la respuesta europea a los retos actuales en términos de una “autonomía estratégica abierta” que quiere reducir dependencias –y evitar que, como ha sucedido recientemente, estas se transformen en “armas” contra la UE, como en el caso de los suministros de gas procedentes de Rusia–, pero al mismo tiempo se insiste en la voluntad de contribuir a mantener abierto el sistema comercial y financiero internacional. ¿Se trata de equilibrios semánticos confusos e imposibles, o realmente de planteamientos diferentes?
Ciertamente, en los análisis de la situación global y sus perspectivas de futuro están presentes planteamientos pesimistas
Ciertamente, en los análisis de la situación global y sus perspectivas de futuro están presentes planteamientos pesimistas. Tras la invasión de Ucrania se empezaron a publicar estudios acerca de los eventuales costes de una “fragmentación” de la economía global. En enero de 2023 el FMI lanzó un conjunto de documentos en los que sistematizaba esos costes, en términos de reducción de flujos comerciales e inversores, de pérdida de vías de colaboración científica y tecnológica, de surgimiento de estándares de eventual incompatibilidad, etc. Las estimaciones alcanzaban cifras en ocasiones superiores al 10% del PIB mundial. Los más apocalípticos desempolvaban la “trampa de Tucídides” –la formulación del profesor de Harvard Allison que extrapolaba el análisis del historiador griego acerca de las causas de las guerras del Peloponeso de hace unos 25 siglos– referida a la frecuencia con que las pugnas por la hegemonía se acababan dilucidando por vías militares. Las tensiones en Ucrania y los temores acerca de Taiwán reactivaban esos recelos. Otros argumentaban que la estrategia de China es explícita respecto a su objetivo de ascender al liderazgo mundial, pero constatan cómo desde hace décadas el gigante asiático viene avanzando en esa línea por vías comerciales, financieras, tecnológicas, control de materias primas, etc., sin parecer “necesitar” una confrontación militar, aunque asimismo la historia (de)muestra que en ocasiones la racionalidad se ve desbordaba por otros “impulsos”.
Una dimensión relevante para Europa es en qué medida podría el Viejo Continente dibujar un “perfil propio”, más allá del alineamiento con las posiciones de Estados Unidos, en confrontaciones tecnológicas y geopolíticas. La repetida “autonomía estratégica” de la UE tendría así dimensiones frente al “rival China” pero asimismo frente al “amigo Estados Unidos”. Recientemente, destacados economistas del Banco Central Europeo –Attinasi, Boeckelmann y Meunier– han publicado estudios en los que, por una parte, constatan los avances del friendshoring en las inversiones y en las cadenas globales de valor –es decir, el peso creciente de factores de similitud geopolítica como factor explicativo de decisiones empresariales por encima de otras consideraciones más estrictamente “economicistas”–, pero por otra parte, en este mundo de nuevos términos, explicitan los temores ante unfriendly friends y muestran cómo los efectos de los planteamientos de Estados Unidos para reforzar su papel en tecnologías avanzadas y medioambientales, como los reflejados en la Inflation Reduction Act de 2022, estarían ganando cuotas de mercado en sectores relevantes en buena medida a expensas del “rival China”, pero asimismo deteriorando las posiciones de los (teóricos) amigos europeos. Dado que los criterios para beneficiarse de las subvenciones y los apoyos por parte de Estados Unidos hacia la producción en sectores estratégicos se vinculan a la producción en ese mismo país o al aprovisionamiento de componentes con la misma procedencia o en países con acuerdos comerciales (como Canadá y México), se argumenta que una forma de reducir los efectos colaterales del “fuego amigo” sobre Europa sería formalizar un acuerdo de ese tipo, recuperando así los proyectos largamente debatidos en la década pasada de los “acuerdos transatlánticos” (TTIP) que tantas polémicas suscitaron en sectores sensibles como los de productos transgénicos.
Una dimensión relevante para Europa es en qué medida podría el Viejo Continente dibujar un “perfil propio”, más allá del alineamiento con las posiciones de Estados Unidos, en confrontaciones tecnológicas y geopolíticas
En una línea argumental muy “europea”, los análisis de los citados expertos del Banco Central Europeo acaban recordando siempre que lo peligroso de utilizar medidas discriminatorias y proteccionistas para conseguir objetivos nacionales no son únicamente las ineficientes (y perjudiciales para Europa) “reasignaciones” de producción y comercio en sentidos que se alejan de la racionalidad económica, sino que además se comprometen los objetivos a largo plazo, como contar con la mejor utilización de los recursos para avanzar en tecnologías medioambientales de la máxima eficacia o sacar el mayor partido posible de la eficiencia tecnológica en los diversos sectores. Se trata, en definitiva, de una variante de un conflicto tradicional a lo largo de la historia entre los intereses particulares a corto plazo y la racionalidad compartida a largo plazo. Este conflicto subyace, dicho sea de paso, a la tan repetida como controvertida formulación europea de “autonomía estratégica abierta” con las dimensiones de realismo para reducir los riesgos (de-risking) derivados de unas dependencias exteriores excesivas, pero con la voluntad de seguir reconociendo las importantes ganancias de economías abiertas a medio y largo plazo para el crecimiento y el desarrollo. Un equilibrio delicado entre las posiciones de Adam Smith en favor del comercio abierto como fuente de “la riqueza de las naciones” y las formulaciones mercantilistas que ese autor criticaba y que permitieron a Inglaterra y Francia progresar en los siglos XVII y XVIII con planteamientos que hoy parecen encarnar China y Estados Unidos.
Dado que los criterios para beneficiarse de las subvenciones y los apoyos por parte de Estados Unidos hacia la producción en sectores estratégicos se vinculan a la producción en ese mismo país o al aprovisionamiento de componentes con la misma procedencia o en países con acuerdos comerciales (como Canadá y México), se argumenta que una forma de reducir los efectos colaterales del “fuego amigo” sobre Europa sería formalizar un acuerdo de ese tipo
Ciertamente, se trata de un conflicto tradicional, pero con apuestas muy elevadas en la actualidad. Los recientes desarrollos en la pugna por el liderazgo tecnológico en microchips están yendo de escalada en escalada. A principios de julio de 2023, por ejemplo, China anunciaba restricciones en las exportaciones a Occidente (no solo a Estados Unidos) de materias primas como el galio o el germanio, cruciales en la producción de semiconductores (chips) de alta gama, como respuesta a los anuncios de limitaciones de ventas a China de chips de última generación por parte de una empresa líder ubicada en Países Bajos tras las explícitas presiones al respecto por parte de Estados Unidos. Los analistas han destacado cómo una decisión de un gobierno europeo como el de Países Bajos (que en julio se disolvía para convocar elecciones en un marco de una crisis sociopolítica de alcance) con escasa o nula participación de los organismos de la UE podía desencadenar movimientos que impactaban a toda Europa, un nuevo ejemplo de lo mucho que queda por avanzar en materia de una integración europea efectiva en los temas de fondo realmente decisivos.
En aspectos como la salud global o los problemas medioambientales, las dimensiones supranacionales desbordan los bloques geopolíticos y requieren cierta coordinación o, al menos, unas visiones compartidas. Pero, más allá de buenas palabras, a menudo los intereses unilaterales de las grandes potencias pasan por encima de cualquier bienintencionada referencia a la racionalidad colectiva
Es cierto que asimismo tienen cabida en los análisis otros enfoques más constructivos. Se constata que algunos indicadores clásicos de globalización están estancados, pero otros continúan en ascenso, entre ellos la denominada “globalización de intangibles” (comercio en servicios a través de internet, redes sociales, etc.). Vuelve a hablarse de “reglobalización” como alternativa a “desglobalización” y se recuerda que, en aspectos como la salud global o los problemas medioambientales, las dimensiones supranacionales desbordan los bloques geopolíticos y requieren cierta coordinación o, al menos, unas visiones compartidas. Pero, más allá de buenas palabras, a menudo los intereses unilaterales de las grandes potencias pasan por encima de cualquier bienintencionada referencia a la racionalidad colectiva. ¿Quiere ello decir que los análisis económicos quedan del todo relegados ante la crudeza de las tensiones geopolíticas? No necesariamente. Los retos subyacentes van a continuar estando ahí, como la necesidad de reconducir una inflación que se resiste más de lo esperado a bajar y cuya gestión se está viendo complicada por las dudas respecto a la solidez de la estabilidad financiera tras las alarmas encendidas a principios de 2023 y los problemas de endeudamiento que se mantienen elevados y con creciente coste por las subidas de tipos. En paralelo a cualquier evolución posible de la geopolítica, los retos económicos requieren combinar dosis elevadas de decisión y realismo, como recordaba Agustín Carstens, director del Banco Internacional de Pagos de Basilea, en la presentación del Informe Económico Anual de esa institución en junio pasado. Lúcida decisión y crudo realismo.