A pesar de la aparente repentina irrupción de la inteligencia artificial (IA), su desarrollo ha sido un proceso gradual gestado en laboratorios informáticos desde mediados del siglo pasado, y, por lo tanto, podemos contemplarla como la evolución natural de la informática en este proceso de digitalización en el que nos encontramos inmersos.
JORDI TORREs. Catedrático de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC)
Ahora bien, a pesar de que la IA comparte con la informática los tres componentes fundamentales de máquinas, algoritmos y datos, es innegable que su magnitud ha cambiado completamente. Actualmente, disponemos de una cantidad de datos sin precedentes, acumulados a lo largo de muchos años. Contamos con algoritmos matemáticos altamente eficientes, y tenemos máquinas potentes, como supercomputadoras, capaces de realizar miles de billones de operaciones por segundo, como el MareNostrum 5, que se acaba de inaugurar en el Barcelona Supercomputing Center – Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS).
Pero, aunque la continua evolución de la IA nos pueda llevar a territorios desconocidos, esta, en su estado actual, se encuentra lejos de los escenarios de ciencia ficción donde la retratan como un ente con entidad propia.
LIMITACIONES DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
La IA no tiene conciencia ni sentido común; incluso no entiende una cosa tan básica como el concepto de causa y efecto. El matemático y filósofo Judea Pearl lo ejemplifica muy bien con dos elementos: la salida del sol y el canto del gallo. Una IA es capaz de comprender la correlación entre estos dos hechos, pero no es capaz de identificar si el gallo canta porque sale el sol o si es el sol el que sale porque canta el gallo. Reputados investigadores como Stuart Russell consideran que necesitaríamos varios Einsteins para conseguir una IA con estas capacidades, si es que nunca se logra.
La IA no tiene conciencia ni sentido común; incluso no entiende una cosa tan básica como el concepto de causa y efecto
Dicho esto, las capacidades actuales de la IA son impresionantes y lo están cambiando todo. En campos como la medicina, se observan avances que proporcionan a los médicos herramientas valiosas para hacer diagnósticos mucho más precisos. Aun así, también hay que reconocer aspectos negativos, como por ejemplo la manipulación de imágenes para crear noticias falsas, una práctica accesible para cualquiera que tenga un simple ordenador. Además, la IA actual refleja sesgos inherentes en los datos de entrenamiento, una problemática que hay que abordar y mitigar para conseguir sistemas de IA más equitativos y justos. Pero, a pesar de todo esto, no podemos dejar de aprovechar esta tecnología para que nos ayude a resolver los grandes retos que tenemos planteados actualmente la humanidad, igual que hemos hecho con las diferentes tecnologías que han ido apareciendo a lo largo de la historia. Si no las hubiéramos empleado, estaríamos todavía en las cuevas.
NECESIDAD DE REGULACIÓN PARA PODER CONTROLAR LA IA
Ahora bien, ya que es una herramienta extremadamente potente, es crucial que la podamos controlar mediante una regulación adecuada, que tendría que estar en vigor lo antes posible, del mismo modo que se han regulado todas aquellas cuestiones de importancia para la humanidad. Por ejemplo, hoy no nos podemos imaginar una sociedad avanzada sin una agencia como la Agencia Europea de Medicamentos, que regula y controla la producción, la distribución y el uso de los fármacos. Y no solo nos tenemos que ocupar de regular el desarrollo de la tecnología en sí, sino también de sus efectos, como el cambio en el mercado laboral que la IA está provocando al reemplazar los humanos en ciertas fases del proceso de automatización y digitalización en el que estamos inmersos.
La IA en sí misma no es ni buena ni mala, depende de su uso y de quien se beneficie de ella, y hay que buscar que no solo se beneficien unos cuantos, ¡sino toda la sociedad!