En un estudio reciente, el FMI reconoce que alrededor del 40% de los empleos a nivel mundial se verá afectado por la emergencia de la inteligencia artificial (IA). Ese impacto será mayor en las economías avanzadas, con un 60% de empleos afectados, aunque ahí también surgen oportunidades importantes de mejoras de productividad y nuevas ocupaciones.
Dr. Marcos Eguiguren. Associate Provost for Strategic Projects de UPF-Barcelona School of Management. Cofundador de SingularNet Consulting
UNA REVOLUCIÓN LABORAL PROFUNDA
Con independencia de la guerra de cifras o de la presión a la baja de los salarios que la IA puede provocar, lo cierto es que cientos de millones de empleos desaparecerán en el planeta en los próximos años debido a la implantación de la IA, y solo un porcentaje relativamente pequeño de estos se recuperará a través de nuevas tipologías de trabajo.
Tal vez nos estemos alarmando en exceso y no ocurra lo que se vivió a principios del siglo XIX, cuando los ludditas protestaban contra las máquinas y contra la apisonadora de la Revolución Industrial. Por aquel entonces, la humanidad encontró otras ocupaciones y actividades que sustituyeron a aquellas que desaparecieron. Tal vez eso vuelva a suceder. Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre aquella Revolución Industrial y el advenimiento actual de la IA. En ese momento, la maquinaria sustituía básicamente la mano de obra y la fuerza humana, o la de los animales utilizados en actividades productivas. Hoy, la IA, entrelazada o no con la robótica o los sistemas autónomos, está orientada a sustituir parcialmente aquello que hace al ser humano diferente del resto de seres vivos sobre la capa de la Tierra, su inteligencia y su creatividad, aplicadas a las actividades económicas o de cualquier otro tipo. ¡Mucho ojo! Nos encontramos ante un cambio esencial muy distinto y muy profundo, si lo comparamos con revoluciones anteriores.
SOLUCIONES PARA EL INCREMENTO EXPONENCIAL DE LA PRODUCTIVIDAD
Se podrían buscar fórmulas público-privadas, de forma tal que el incremento exponencial de la productividad provocado por la adopción masiva de la IA fuera repartido socialmente para que pudiera financiar bolsas de renta mínima vital, de modo que estas permitieran que grandes cantidades de ciudadanos en muchos países pudieran seguir viviendo dignamente a pesar de no tener ocupación productiva destacable o de tener ocupaciones solo parciales.
Hoy, la IA, entrelazada o no con la robótica o los sistemas autónomos, está orientada a sustituir parcialmente aquello que hace al ser humano diferente del resto de seres vivos
Ese sería un paso muy complejo y requeriría, a nivel mundial, acuerdos estructurales y robustos entre sector privado, sector público y sector financiero –que podría tener un papel instrumental importante en la aplicación de esas soluciones–. Ello debería gozar, además, de la connivencia informada de la ciudadanía tras varios años de diálogo, de información no sesgada ni manipulada y de debate en profundidad. Hablamos de un verdadero nuevo contrato social para la segunda mitad del siglo XXI. A pesar de la enorme dificultad que supondría, creo que es algo factible a largo plazo.
LA IA EN EL MARCO DEL DESARROLLO SOCIAL
Pero el verdadero problema que suscita esa hipotética situación de sustitución masiva de puestos de trabajo por la IA radica en su dimensión moral. Y no me refiero aquí al hecho de que los algoritmos que forman las soluciones de IA respeten la dignidad humana y al intenso debate que ha surgido con relación a la necesidad de regular las muchas iniciativas existentes en el campo de la IA –que también–. Me refiero a algo todavía más profundo.
Hace ocho años, publiqué una novela titulada 2036 (Stonberg Editorial, Barcelona, 2016). Se trata de un thriller absorbente que se desarrolla entre el sur de Francia y Chicago, en el que el lector se enfrenta a la desconcertante muerte de una de las protagonistas, Irina, y en el que debe desentrañar dos misterios: quién mató a Irina y cómo es la sociedad en 2036, época en la que se desarrollan los hechos. En todos estos años, muchos lectores han contactado conmigo para compartir sus opiniones y hacerme partícipe de la angustia moral que les provocaba el tipo de sociedad que se intuye en la obra.
El libro recrea una sociedad ampliamente subsidiada, con una minoría que tiene trabajos de élite y vive una existencia lujosa y plena al servicio de grandes consorcios multinacionales o del sector público. Por el contrario, una mayoría, las clases omega, vive una vida aparentemente feliz, aunque sin excesos, gracias al apoyo económico de los estados, viviendas sociales y otras ayudas, así como algún trabajo temporal o a tiempo muy parcial. La mayoría de esos ciudadanos pasan gran parte de su tiempo ocupados en ocio virtual y en otras actividades de bajo coste y viven en una democracia nominal, puesto que la dependencia de cada individuo respecto al Estado es tan elevada que la verdadera libertad acaba no existiendo. De la misma forma, la creatividad, a pesar del mayor tiempo libre disponible, es muy restringida dado el peso asfixiante de los entornos virtuales y el papel absorbente de la IA.
Pero dejemos el entorno social que nos dibuja 2036. Es una obra de ficción, aunque también lo eran Un mundo feliz (Aldous Huxley) o 1984. (George Orwell). Es posible que ese mundo no se materialice tal y como se describe en la novela. Aun así, ¿estamos preparados para un mundo en que el ocio, del tipo que sea, se transforme en la actividad principal? ¿Estamos seguros de que ese ocio se canalizará en positivo? ¿Es eso lo que debemos considerar como felicidad? ¿No es también felicidad el esfuerzo y el sudor para superar la inseguridad y para progresar como individuos y como comunidad? ¿Dejaremos nuestro progreso en manos de unos pocos? ¿Estamos dispuestos a vivir una vida parcialmente regalada a cambio de renunciar a nuestra capacidad de progreso individual y de aporte social y, sin lugar a dudas, a nuestra libertad individual?
Desconozco la respuesta a esas preguntas y a otras muchas. Pero, créame, el veloz despliegue de la IA en el marco del desarrollo social y geopolítico que ya se intuye hoy siembra muchísimas dudas en el ámbito moral que los seres humanos deberíamos plantearnos. No es una broma.