El origen de esta palabra viene de la unión entre stagnation (estancamiento) e inflation (inflación). En consecuencia, la estanflación consiste en la concurrencia de dos situaciones que no suelen coincidir: alta inflación con estancamiento o incluso recesión de la economía.
ERNESTO IGNACIO GÓMEZ TARRAGONA. Decano presidente, Colegio de Economistas de la Rioja
No obstante, este término utilizado a partir de 1965 venía a referirse también a los episodios de inflación no solo con estancamiento o recesión de la economía, sino con aumento de las tasas de desempleo.
Si partimos de la definición más habitual que recoge inflación y recesión, debemos tener en cuenta que la recesión suele definirse como decrecimiento del producto interior bruto (PIB) durante al menos dos trimestres consecutivos. Por tanto, inflación elevada en un entorno con al menos dos trimestres consecutivos de reducción del PIB.
La recesión suele definirse como decrecimiento del producto interior bruto (PIB) durante al menos dos trimestres consecutivos
Recuerdo como si fuera ayer cuando a finales del siglo pasado mi profesor de Macroeconomía, el Dr. José Antonio Durán de Lara, nos alertaba del entonces improbable demonio de la estanflación. En aquel momento parecía algo exótico propio de lugares como Japón y con muchos matices. Pues bien, durante los últimos años este término se nos ha hecho peligrosamente conocido. No hemos vivido un proceso de estanflación pero hemos estado cerca: alta inflación con bajo crecimiento económico, con un crecimiento que no daba para muchas alegrías en las tasas de desempleo.
Pues bien, este entorno, que a mí siempre me ha parecido propio de economías envejecidas y agotadas, es terriblemente endemoniado para la macroeconomía tradicional.
La política monetaria poco puede hacer frente a la estanflación: si sube los tipos de interés para bajar la inflación, cae el crecimiento económico. Y si baja los tipos de interés para reactivar la economía, la inflación sigue descontrolada. Compleja elección.
Lo mismo sucede con una política fiscal generosa tendente a reactivar la economía. Al hacerlo se reactiva la inflación. Y si no se hace, acaban pagándolo con mayor fuerza los más desfavorecidos.
Por último, y para mayor complejidad, la inflación de los últimos años, aderezada con bajas tasas de crecimiento, tiene un componente distinto en EEUU que en Europa, con lo cual las recetas para su erradicación también deben ser distintas. Y para colmo, la estanflación no afecta por igual a todos los bienes y sectores, con lo que las medidas deben ser menos generalistas y más quirúrgicas.
La política monetaria poco puede hacer frente a la estanflación: si sube los tipos de interés para bajar la inflación, cae el crecimiento económico
El ejemplo más sencillo viene constituido por la subida terrorífica de materias primas vivida con la guerra de Ucrania. Por ejemplo, las subidas del precio del grano y del petróleo. Ambas generan inflación y, en un entorno de bajo crecimiento, debe lucharse aplicando medidas concretas tendentes a disminuir el precio de ambos productos. En el caso del grano, impulsando políticas de siembra en España en lugar de importándolo. En el caso del petróleo, buscando alternativas más eficientes que consuman menos energía y favoreciendo las renovables.
También sería positivo disminuir los altos niveles de deuda. Estamos viviendo niveles muy altos que pueden provocar finalmente problemas de credibilidad que afecten al crecimiento.
Otro tipo de medidas debe ir orientado a aumentar la productividad, potenciar la I+D y acelerar la digitalización para reducir costes. Sobre la productividad, convendría hablar mucho más en España. Tenemos una de las productividades más bajas de nuestro entorno y, sin embargo, rara vez se afronta un debate serio sobre esta cuestión. Pero esa es otra historia.