A lo largo de la historia los avances tecnológicos y la geopolítica, en ocasiones, han coincidido en fomentar prosperidad, pero, en otras ocasiones, han actuado en sentidos opuestos, provocando tensiones de diversa gravedad. ¿Cuál será la conjunción de ambas fuerzas en 2025?
JUAN TUGORES QUES. Catedrático de Economía de la UB
Cuando se utiliza la expresión “duelo de titanes” en la esfera internacional reciente, la primera referencia es, casi inevitablemente, la pugna por la hegemonía mundial que de manera cada vez más abierta mantienen Estados Unidos y China. Desde 2015, con el plan “Made in China 2025”, poco después de la llegada a la presidencia del actual liderazgo en el país asiático, se explicitó el objeto de alcanzar el liderazgo para diez años después, que se cumplen ahora, en ámbitos tecnológicos considerados claves para la hegemonía económica y política. Con la misma rotundidad, las campañas electorales que llevaron al actual presidente de Estados Unidos al cargo, tanto en 2016 como en 2024, se basaron en el mantenimiento –como mínimo– de la posición de liderazgo ostentada desde la Segunda Guerra Mundial por ese país. Este obvio “duelo de titanes” va a ser, sin duda, un aspecto central de lo que suceda en 2025, con impactos más que colaterales sobre todo el planeta.
Para dotar de contexto a esa pugna, posiblemente es interesante que nos refiramos a las tensiones entre dos de las principales fuerzas que han funcionado a lo largo de la historia de la humanidad, a veces colaborando, a veces contraponiéndose. Por un lado, los avances científicos y tecnológicos que han ido posibilitando mejoras en los niveles de vida, facilitando no solo acceder a mayores niveles de producción de bienes y servicios, sino a menudo, asimismo, posibilitando nuevas formas de conexiones, de comunicaciones y transportes, no solo de mercancías, sino de personas e ideas. Y por otra parte, las realidades geopolíticas que en ocasiones han facilitado esas conexiones pero que, en otros casos, han generado barreras artificiales que han dificultado o bloqueado lo que la tecnología posibilitaba. Desde esta perspectiva los avances en la globalización desde las últimas décadas del siglo XX supusieron una conjunción entre mejoras tecnológicas en transportes y comunicación acompañadas por unas políticas en conjunto favorables a las conexiones internacionales, mientras que en los últimos tiempos la reaparición de tensiones geoestratégicas estaría evidenciando la “otra cara” de la relación tecnología-geopolítica, con crecientes evidencias de proteccionismo, fragmentaciones, recelos a los mercados abiertos, reaparición de fronteras de todo tipo, sanciones, bloqueos, incluso guerras. Y, en esta misma lógica, gran parte de la expectación que suscita 2025 se puede interpretar en términos de una nueva fase de confrontación entre avances tecnológicos espectaculares, incluyendo (pero no exclusivamente) la inteligencia artificial, y una geopolítica más de confrontación y fragmentación que de integración. ¿Serán los avances recientes la nueva “internet” compartida o, por el contrario, se tratarán de formulaciones agresivas de unos frente (contra) otros?
Para dotar de contexto a esa pugna, posiblemente es interesante referirnos a las tensiones entre dos de las principales fuerzas que han funcionado a lo largo de la historia
La impredecibilidad de las actuaciones y respuestas de los principales actores en 2025 complica las tareas de análisis y prospectiva. Se agotan las formulaciones acerca de cómo el “factor humano”, la idiosincrasia de los liderazgos singulares con creciente protagonismo en 2025, obliga a “modular” (seamos prudentes) los enfoques en términos de estricta racionalidad. La “teoría de juegos”, los planteamientos más sofisticados de comportamientos estratégicos, campa por sus fueros… Pero conviene recordar que esta “lucha de titanes” entre tecnología y geopolítica ha producido ya interesantes episodios en el pasado, de los que quizás podríamos extraer alguna lección o moraleja. Una comparación cada vez más frecuente entre quienes se refieren al “declive de occidente” –y más en concreto a menudo al del “imperio” estadounidense– es el paralelismo con la caída del Imperio romano, un largo proceso en el que (la degradación de) los aspectos de valores sociopolíticos y culturales y las dimensiones demográficas (evolución comparativa de natalidades y flujos migratorios) desempeñaron un papel equiparable a las dimensiones económicas, políticas y militares. El resultado fue, en todo caso, que lo que podríamos denominar el “mercado único + moneda única” de la gran Roma (incluidas sus vías de comunicaciones y su tradición jurídica que en buena parte perduran) no pudo mantenerse ante nuevas tensiones geopolíticas que originaron “fragmentaciones”, en la expresión que vuelve a estar de actualidad. Asimismo, se puede recordar como la “Ruta de la Seda”, que durante siglos permitió una eficaz y fluida (para la tecnología de transportes de la época) conexión que iba desde China hasta las ciudades de Europa occidental (incluida la Venecia de Marco Polo) pasando por prósperos puntos intermedios en Asia Central y Oriente Próximo, se vio asimismo colapsada por fricciones políticas y militares que la hicieron impracticable. No es casualidad que desde hace años la iniciativa de China para extender su influencia adoptase la denominación de la “Nueva ruta de la Seda”.
La impredecibilidad de las actuaciones y respuestas de los principales actores en 2025 complica las tareas de análisis y prospectiva
Para los que no quieran ir tan lejos en el tiempo, es instructivo recordar que los avances del siglo XIX y principios del siglo XX –incluidos los ferrocarriles, los barcos de vapor, el telégrafo, etc.– propiciaron lo que algunos llaman la “primera globalización”, con aumentos notables en los indicadores de conexiones comerciales y financieras, especialmente desde las últimas décadas del siglo XIX. Esa dinámica parecía imparable hasta que las tensiones geopolíticas –azuzadas por algún “factor humano”– la frenaron con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Hace poco la directora del FMI, C. Lagarde, presentaba la década de los años 20 del siglo pasado precisamente como una tensión entre la continuidad de unos avances que posibilitaban “unir/integrar” más el mundo –incluidos automóviles, televisión, aplicaciones generalizadas de la electricidad– pero en contraposición al repunte de tensiones geopolíticas, rivalidades acentuadas por otros “factores humanos” que acabaron conduciendo primero a una Gran Depresión y poco después a la Segunda Guerra Mundial.
Tecnología y geopolítica tienen relaciones muy complejas, pero este papel de la pugna tecnológica como herramienta geopolítica es hoy por hoy decisivo
Con estos precedentes podríamos decir que la “pugna de titanes” en 2025 será principalmente la que se está produciendo entre, por una parte, mejoras tecnológicas que, adecuadamente utilizadas, propiciarían mejorar niveles de vida y bienestar, afrontar de forma cooperativa problemas que son intrínsecamente supranacionales (incluidos los temas medioambientales y los riesgos latentes sobre la salud global) y, por otro lado, las evidencias tensiones y fricciones geopolíticas que alcanzan su máximo –otra lección de la historia– cuando está en juego la hegemonía mundial, algo difícil de compartir… ¿Cómo se sustanciará ahora, en el escenario 2025, esa pugna? ¿Qué papel tendrá la racionalidad frente a las vertientes más viscerales y primarias del “factor humano”?