El bajo crecimiento y la distribución desigual de éste, la ralentización del comercio y las distorsiones financieras que reemergen periódicamente son fuentes de preocupación para una recuperación económica postcrisis que cuesta retomar más de lo esperado.
Joan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
En una intervención previa a la cumbre del G-20 que tuvo lugar en la ciudad china de Hangzhou en septiembre de 2016, la directora del FMI, Christine Lagarde, seleccionó los aspectos que reflejan las figuras 1 y 2 para resumir los problemas a hacer frente. El primero de ellos evidencia las dificultades para retomar un ritmo de crecimiento económico a escala mundial similar al promedio conseguido entre 1990 y 2007. Tras la caída de 2009 y el “rebote” de 2010, se han ido encadenado muchos años de bajo ritmo – o de crecimiento lento, elusivo o anémico, por recurrir a algunas de las expresiones utilizadas– que han dado lugar a interpretaciones que van desde la de “un nuevo estancamiento secular” hasta listados de lastres para la recuperación, incluidos la carga del endeudamiento acumulado, las dificultades sin resolver en el sistema financiero o los problemas en el sistema comercial mundial. Los debates sobre los márgenes de maniobra para mejorar la situación en un entorno con elementos novedosos, aparentemente inéditos en algunos casos, son el hilo conductor de muchos de los documentos de análisis de la situación global publicados en los meses finales de 2016.
Los debates sobre los márgenes de maniobra para mejorar la situación en un entorno con elementos novedosos, inéditos en algunos casos, son el hilo conductor de muchos de los documentos de análisis de la situación global publicados recientemente
El crecimiento inclusivo
Pero incluso en la formulación del muy ortodoxo FMI, el mensaje de la figura 1 se conectaba con el de la figura 2 que, además de ser presentado por Lagarde, consta en el documento oficial enviado por el FMI a la cumbre del G-20 y que muestra cómo desde finales de los 80 los denominados “dividendos de la globalización” habrían beneficiado básicamente al segmento más alto en la distribución de la renta. La divergencia entre la evolución de los ingresos del 10% más favorecido de la población –los datos están referidos a cinco de las principales economías avanzadas– contrastan con el práctico estancamiento de los segmentos intermedios –las sufridas clases medias– y los de ingresos más bajos. Esta conexión entre los problemas del crecimiento y los de distribución se incorporaba de forma llamativa al comunicado final de la cumbre del G-20. Por primera vez, en este tipo de documentos de referencia, se incluía una sección específica sobre Desarrollo Inclusivo e Interconectado que empezaba afirmando que “nuestro crecimiento, para ser fuerte, sostenible y equilibrado, debe ser asimismo inclusivo” (punto 32). Esa era una de la veintena de referencias a la necesidad de que la recuperación económica no se limite a los agregados macroeconómicos sino que llegue a sectores mucho más amplios de las sociedades para asegurar su solidez, su continuidad en el tiempo, y contener las fricciones sociales y políticas a menudo traducidas en reacciones adversas a la propia dinámica de integración global –incluida la europea– que están aflorando con fuerza en los últimos tiempos.
El documento oficial enviado por el FMI a la cumbre del G-20 de septiembre de 2016 incluía, por primera vez en este tipo de informes de referencia, una sección específica sobre Desarrollo Inclusivo e Interconectado que empezaba afirmando que “nuestro crecimiento, para ser fuerte, sostenible y equilibrado, debe ser asimismo inclusivo”
Al principio del otoño de 2016, la Organización Mundial del Comercio (OMC) realizaba sus jornadas de Public Forum, esta vez centradas en el tema del comercio inclusivo y en la búsqueda de vías que impliquen a segmentos más amplios del tejido empresarial y social y les hagan llegar los beneficios del comercio internacional. No es casualidad que el informe más importante que publica anualmente la OMC, el World Trade Report, publicado en esas mismas fechas, tenga como tema central el papel de las pymes en el comercio, visibilizando no sólo cómo algunas de éstas tienen ya un relevante papel como exportadoras sino cómo además muchas otras están implicadas indirectamente como proveedoras de otras (a menudo más grandes y públicamente conocidas) que son las que figuran como exportadoras directas. Potenciar, sacar partido y retribuir adecuadamente esa crucial aportación de amplios segmentos del tejido empresarial –y del entramado social que le subyace– es un modo de recuperar el dinamismo del comercio mundial y mejorar su creciente y debatida legitimidad.
Tiempo de desigualdades
Efectivamente, uno de los problemas conectados con la lentitud de la recuperación de la economía global es la ralentización del comercio internacional desde 2011 a 2012. La figura 3 muestra cómo, en lo que llevamos de segunda década del siglo XXI, el ritmo de crecimiento del comercio mundial ha caído a menos de la mitad si lo comparamos con el periodo transcurrido desde mediados de los 80 hasta el inicio de la crisis. Como muestra asimismo la figura 3, los datos recientes nos retrotraen a los duros momentos de finales de los 70 y principios de los 80. No es coincidencia que a principios de esa última década se hablase de neoproteccionismo, y de la reaparición de tentaciones y de tensiones proteccionistas –las interdependencias entre débil crecimiento, ralentización del comercio y rebrotes proteccionistas son una constante en la historia– que ahora vuelven a manifestarse.
Por otro lado, la figura 4 muestra varios indicadores de la reciente reaparición de pulsiones proteccionistas, algunas de ellas incluso anteriores al inicio formal de la crisis financiera en 2008, cuando ciertos desajustes y asimetrías ya estaban aflorando. Extraída del Interim Economic Outlook publicado por la OCDE en septiembre de 2016, la figura 4 presenta una inquietante pregunta a modo de título: ¿reaparecen las tentaciones proteccionistas?¿Ese freno del comercio es un “malestar transitorio” o puede estar indicando un peligroso “paro cardíaco” para la economía global? De nuevo, surgen las apelaciones a ampliar las bases e incluir a participantes –asimismo beneficiarios– de unas reglas económicas que parecen concentrar cada vez más de forma excesiva sus dividendos en demasiadas pocas manos.
El prólogo de la última edición del Informe Global de Competitividad empieza describiendo el difícil escenario actual como un tiempo de “creciente desigualdad en la distribución de la renta, tensiones sociales y políticas en aumento, y un sentimiento general de incertidumbre respecto al futuro”. Constatar este difícil entorno es necesario para “encender de nuevo” el motor del crecimiento con el realismo que requiere la adecuación a un entorno tecnológico y geopolítico que está cambiando con una inusitada rapidez que deja perplejos a analistas y políticos y que provoca desazón en la opinión pública. Asimismo, en el prólogo del World Economic Outlook publicado en octubre de 2016, el economista jefe del FMI, Maurice Obstfeld, a la hora de resumir qué se puede (o qué se debe hacer), insiste por una parte en la necesidad de “incluir medidas que mitiguen los efectos adversos de los cambios económicos sobre la distribución de la renta, ya sean debidos a la tecnología, a las fuerzas de la globalización o a otros desarrollos”. Y por otra parte insiste en los riesgos de un “entorno global hostil al comercio”, que dificulte obtener las ganancias de productividad y la difusión de tecnologías, conocimientos e inversiones.
Aprender del pasado
La necesidad de recuperar un mayor crecimiento es, pues, complementaria y no contrapuesta a la de que éste sea de más calidad y esté mejor distribuido. La experiencia de los espejismos del modelo de crecimiento previo a la crisis –de hecho, el que nos condujo a la Gran Recesión– debería habernos hecho aprender ya esa crucial lección acerca de que la solidez del crecimiento es al menos tan importante como su magnitud a corto plazo. En caso de no ser así, las reticencias sociales que van apareciendo conforman un entorno no sólo sociopolíticamente frágil sino propenso a la difusión de planteamientos que, instrumentalizando las disfunciones en la forma en que se han gestionado la globalización y la crisis, conduzcan a reversiones que la historia ha demostrado que son remedios peores que los males que pretenden corregir. Al final, pese a la aparente novedad de algunos escenarios, siempre nos encontramos con las dificultades que tenemos para aprender las lecciones de la historia.
La experiencia de los espejismos del modelo de crecimiento previo a la crisis debería habernos hecho aprender que la solidez del crecimiento es al menos tan importante como su magnitud a corto plazo. En caso de no ser así, las reticencias sociales conforman un entorno sociopolíticamente frágil y propenso a la difusión de planteamientos erróneos