El punto de partida del último libro de José María Gay de Liébana es la situación actual de la economía española. Dónde estamos pero también hacia dónde vamos son dos de los interrogantes sobre los que pivota una obra que sobre todo analiza los elementos que deben ir de la mano para poner rumbo a la recuperación económica.
Texto: Berta Seijo
20% de desempleo y más de 6 millones de españoles viviendo con un sueldo inferior a 700 euros al mes. ¿Realmente podemos hablar de recuperación económica?
Creo que no, y hay una cuestión que me preocupa: en 2008 la economía española superaba los 1,116 billones de euros y trabajaban 20,5 millones de personas. Ahora nuestro PIB es algo inferior y trabajan 18,5 millones de personas. Por lo tanto, hay dos millones que se han quedado fuera del mercado laboral y que no se necesitan para alcanzar el PIB de 2008. Y es que cada vez es más frecuente la sustitución de la mano de obra humana por los avances tecnológicos. Además, todavía hay 300.000 empresas desaparecidas (el número de empresas precrisis era de 3,4 millones; ahora es de 3,1 millones). Pero, fundamentalmente, yo lo que veo es que el jardín no está para plantar nada.
Esto dista mucho del mensaje que lanza el Gobierno…
El Gobierno vende y hace su marketing, pero nuestro patrón de crecimiento es a golpe de turismo “prestado” y low cost. Luego, en los demás sectores no estamos avanzando: la industria, que para mí es fundamental, sólo supone el 14% del PIB (si sacamos el peso del sector energético).
¿Y qué papel juega la economía sumergida en todo esto?
La economía sumergida es una realidad evidente. Siempre hay ese desfase entre el número de parados según la EPA y el número de parados según la Seguridad Social: una diferencia de, más o menos, 1,8 millones de puestos de trabajo. Lo que ocurre es que, al margen de que la economía sumergida es mala, yo creo que, en definitiva, los grandes incentivadores de esta práctica son el propio Gobierno y la clase política. Ellos establecen un circuito lleno de burocracia, excesos legislativos y presión administrativa que frena la creación de empresas.
“A la larga, un país endeudado es un país esclavizado”
Al margen de la desburocratización, ¿qué tipo de políticas fiscales y laborales cree que deberían implantarse para potenciar el crecimiento económico del país?
Teniendo en cuenta que las pymes representan prácticamente el 100% de nuestro tejido empresarial, hay que ponerles las cosas muy fáciles desde la perspectiva fiscal y laboral. Actualmente, las pymes tributan a más del 20%. Y este es el primer problema, porque una pequeña o mediana empresa no puede soportar la misma carga tributaria que una gran empresa.
Después, hemos de favorecer la contratación de personal por parte de las pymes, habilitando mecanismos especiales como abaratar la Seguridad Social (la nuestra es la más cara de Europa) o bonificar a los parados de larga duración para que sean contratados y pasen a cobrar del sector privado y no de los presupuestos generales del Estado.
Ya que se ha referido al desempleo de larga duración, ¿qué factores cree que favorecen su aumento?
Sobre todo, una falta de formación. Más del 60% de los parados españoles de larga duración tiene una muy baja cualificación, pero ningún partido en el poder ha querido afrontar esta realidad.
Detrás de esto hay un sistema educativo nefasto, como resultado de la politización de los planes de estudios. Luego, también se ha apostado demasiado por el sistema universitario, dejando de lado la Formación Profesional. Hemos de revalorizarla como han hecho en Alemania, Austria o Suiza. Estos países apuestan por la Formación Profesional Dual, precisamente lo que nosotros necesitamos.
Tarde o temprano alguien tendrá que poner freno al grave problema del desempleo, más aún sabiendo que España cerró 2016 con una deuda pública que alcanzó el 99% del PIB…
Vivimos en una sociedad muy subsidiada donde, sobre todo, se ha querido dotar bien al Estado de bienestar. Ahora, pero, nos estamos empezando a plantear si lo podemos mantener, porque las cuentas públicas no lo aguantan. Este año, la deuda pública española ha llegado a ser superior al 100% del PIB y ya es alarmante. La deuda pública se va formando a causa del desfase entre lo que se ingresa y lo que se gasta, y esto provoca el déficit público. El déficit público en España no se controla porque el gasto público se va disparando y los gobernantes no tienen ningún interés en ponerle freno.
“Vivimos en una sociedad muy subsidiada donde, sobre todo, se ha querido dotar bien el Estado del bienestar. Ahora, sin embargo, nos estamos empezando a plantear si lo podemos mantener, porque las cuentas públicas no lo aguantan.”
¿Cuál sería la consecuencia más directa de esta falta de interés?
Pues que cada año cerramos con pérdidas. Y como no es suficiente con incrementar los impuestos a los ciudadanos, nos endeudamos. En 2008, los pasivos en circulación del conjunto de las administraciones públicas ascendían a medio billón de euros. En noviembre de 2016, toda esta deuda pública ya sumaba más de 1,5 billones de euros. Por ahora, el Banco Central Europeo compra deuda pública española y de otros países de la UE, pero teóricamente a finales de 2017, Mario Draghi va a retirar los estímulos monetarios.
¿Qué puede suponer este varapalo para la economía europea?
Si esto sucede, estaremos a expensas de que venga otro señor que compre deuda pública. Pero viendo que nunca se devuelve, no nos va a dejar el dinero al 3 o al 4%, sino al 12 o al 15%. Eso puede provocar a nivel español, europeo y mundial una situación de inestabilidad importante. Incluso podría suponer el estallido de otra crisis, esta vez aún más fuerte porque implicaría a los propios estados, al margen del sector privado.
Yo voy analizando las cuentas cada semana y el problema es siempre el mismo: que esto no tiene freno. Y es algo que me preocupa, fundamentalmente porque desde el Gobierno se nos dice con toda naturalidad que este año las pensiones van a pagarse con deuda pública. O dicho de otra manera: que dentro de unos años, mi hijo tendrá que pagar la pensión de alguien que ya habrá muerto. Es un despropósito, y se nota que nuestros mandatarios no son conscientes del mundo real ni de lo que serían las finanzas porque, a la larga, un país endeudado es un país esclavizado.
Entiendo que la clase política actual no es mucho de su agrado…
Tenemos una clase política de patio de colegio, que lo único que hace es desacreditarse mutuamente y que lo arregla todo a base de leyes. No piensa en el futuro del país, sino que sólo se preocupa por la erótica del poder y por vivir del “chollo político”. Lamentablemente, hasta la izquierda más revolucionaria, en cuanto ha llegado al poder ya ha pasado a formar parte de esta casta.
Por lo tanto, a lo que a líderes se refiere, hace años que en España (y en Europa) no hay ningún referente que arrastre a las masas en el buen sentido, que contagie su ilusión, su entusiasmo, sus ganas y, sobre todo, que escuche a la gente y que se interese de verdad por sus problemas.
¿Podría decirse que esa necesidad de buenos líderes es lo que incrementa la popularidad de personajes como Trump o Le Pen?
Claro, los países ante esta debilidad y pérdida de liderazgo no saben reaccionar. Luego, todos estos personajes y movimientos en el caso de España y Europa nos están conduciendo al auge de los populismos y de los nacionalismos.
Y también a la incertidumbre que pesa sobre la continuidad de los Estados de bienestar europeos.
Tal y como funciona el mundo occidental, a base de un sistema de reparto, si cada vez hay menos gente que trabaja y que cotiza, y cada vez hay más pensionistas, tenemos un desequilibrio. Si a esto le sumamos la revolución tecnológica, el problema se agrava. Y es que muchos de los trabajos que ahora están desempeñando jóvenes recién graduados, en un futuro no tan lejano, los van a llevar a cabo robots, drones y humanoides. Por lo tanto, si no hay gente trabajando y los estados quieren seguir teniendo ingresos, estos robots tendrán que cotizar y pagar impuestos para financiar la renta básica, que es el paso siguiente al que va nuestra sociedad. El mundo ha cambiado y aunque se sostenga que la industria vuelve a Europa, el panorama no es el mismo y las nuevas fábricas que ya están abriendo son robotizadas.
Cercano y crítico con aquello que no es de su agrado, José María Gay de Liébana (Barcelona, 1953) combina a la perfección y con la energía que le caracteriza su faceta de economista, profesor universitario y comentarista mediático en televisión, radio y prensa. Popularmente, se le conoce como “el catedrático del sentido común” o “el economista indignado”, sin olvidar su afición por el futbol, concretamente por el Espanyol, del cual es un ferviente hincha. Gay de Liébana, además, fue uno de los primeros expertos en predecir la crisis en nuestro país. Y es que, allá por 2007, este Doctor en Economía y Derecho puso el foco en la “borrachera de deuda” que los gobernantes, a su vez, estaban pasando por alto y que poco más tarde traería nefastas consecuencias para todos. Actualmente, Gay de Liébana sigue denunciando la gestión que la clase política hace de las finanzas públicas y su incapacidad para incentivar el tejido empresarial del país. Su interés insaciable por diseccionar la realidad económica, le ha llevado a participar en numerosas conferencias y a publicar varios libros.