Cuando se habla del emprendimiento, se mezclan conceptos y modelos de un alcance bastante diferente. Sin ánimo de construir una teoría, yo diría que la diferencia que hay entre ser emprendedor, ser empresario, crear una empresa y gestionar una empresa (en sus diferentes estadios de inicio, consolidación y crecimiento) desconcierta. Por otro lado, las similitudes entre disciplinas como, por ejemplo, la gestión de la innovación e incluso el uso indiscriminado y sin matices de palabras como compromiso, riesgo, fracaso, etc., lo acaban de liar.
FRANCESC SOLÉ PARELLADA. Catedrático emérito de Organización de Empresas de la UPC y vicepresidente de la Fundación Conocimiento y Desarrollo.
Aún no disponemos de un índice reconocido ni de un manual indiscutible sobre emprendimiento, de ahí la abundancia de libros que rozan la autoayuda y que se pueden comprar por estaciones y aeropuertos. Consecuentemente, si bien la consideración social y la atención mediática por esta rama de las Ciencias de la Gestión es considerable, el reconocimiento de su utilidad en el mundo de la docencia es aún discutida. A menudo, escuchamos decir que sería muy buena idea que en todas las titulaciones se hablara de emprendimiento y que en las empresas se fomentara el espíritu emprendedor. Pero los resultados finales de los cursos -o cursillos-, a pesar de ser provechosos, no son tan satisfactorios como se esperaba.
¿Cómo sacamos, pues, el intríngulis de todo? Lo intentaremos empezando por el concepto de emprendedor. Cualquiera puede ser emprendedor, de hecho todos lo somos desde el momento de nacer. Como dicen algunos malintencionados: «El hombre es emprendedor hasta que entra en el sistema educativo», reconociendo la característica de emprendedor como propia de los humanos.
Así, coloquialmente, decimos que un alcalde es más emprendedor que otro, que un funcionario puede ser poco o muy emprendedor y, de hecho, se dice que determinado empresario es emprendedor contraponiéndolo a otro al que calificamos de conservador. Admitamos, pues, que sin mayor dificultad se puede reconocer por la observación el nivel de actitud emprendedora de una persona en diferentes oficios, si bien algunos exigen por sí mismos las características emprendedoras. Es el caso, por ejemplo, del investigador, que es un emprendedor, ya que empieza una búsqueda sin garantías de éxito, compitiendo con otros investigadores de todo el mundo, e invirtiendo tiempo y recursos. Y también estaremos de acuerdo que el oficio de ladrón, con un objetivo reprobable, también participa de las características emprendedoras.