Corregir los severos problemas medioambientales y fomentar la innovación son dos aspectos esenciales de los retos de presente y las responsabilidades para con el futuro de nuestras sociedades. El Premio Nobel de Economía 2018 tiene una fundamental lectura en términos de recordarnos esos cruciales compromisos, a menudo preteridos por las urgencias del corto plazo.
Joan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
La concesión del Premio Nobel de Economía 2018 a William Nordhaus y Paul Romer ha sido justamente argumentada por la introducción de dos dimensiones tan relevantes como el medio ambiente y la innovación en los análisis del crecimiento económico. Se trata, en buena medida, de unos rasgos esenciales que ya estuvieron presentes en los orígenes de la Economía como disciplina científica pero que, a menudo, no tuvieron durante demasiado tiempo el reconocimiento central que hoy ha vuelto a primer plano.
El medio ambiente y la innovación en los análisis del crecimiento económico son, en buena medida, unos rasgos esenciales que ya estuvieron presentes en los orígenes de la Economía como disciplina científica pero que, a menudo, no tuvieron durante demasiado tiempo el reconocimiento central que hoy ha vuelto a primer plano
Naturaleza y progreso técnico en los clásicos de la Economía.
Que los recursos naturales no son ilimitados y que las interacciones entre la naturaleza y el comportamiento económico– y otras facetas de la actividad humana –son esenciales tuvo un papel central en la fisiocracia, liderada por François Quesnay en la Francia del siglo XVIII. Ese enfoque realzaba el papel de la agricultura, algo que puede considerarse tradicional y “pre-industrial”, pero asimismo incorporó aspectos novedosos, desde la propia denominación de “economistas” a quienes estudiaban los temas de la generación y distribución de la riqueza, hasta una confianza en los mecanismos de mercado y recelo ante los riesgos de un intervencionismo excesivo. Otra referencia histórica que suena moderna es el debate lanzado por uno de los padres del marginalismo en Inglaterra, Stanley Jevons, que ya en 1865 analizaba “la cuestión del carbón”, referida a cómo la introducción de procesos tecnológicos que mejoraban la eficiencia en el uso de recursos naturales podía, paradójicamente, aumentar su demanda y amenazar la sostenibilidad de su utilización. Por su parte, el papel central del progreso tecnológico está en las raíces de los planteamientos de los economistas clásicos, con los debates acerca del estado estacionario, con las controversias entre el pesimismo de Malthus y el optimismo de otros acerca del papel del progreso tecnológico como forma de superar lo que más tarde otros denominaron un “estancamiento secular”. Pero las urgencias de la coyuntura, por una parte, y un cierto repliegue de la Economía sobre sí misma, redujeron el peso de estas temáticas en los curricula de la profesión.
El papel central del progreso tecnológico está en las raíces de los planteamientos de los economistas clásicos, con los debates acerca del estado estacionario, con las controversias entre el pesimismo de Malthus y el optimismo de otros acerca del papel del progreso tecnológico como forma de superar lo que más tarde otros denominaron un “estancamiento secular”
Medio ambiente e innovación vuelven a lugares centrales
Desde las décadas finales del siglo XX, Nordhaus insistió en la necesidad de reincorporar las dimensiones medioambientales en el análisis económico, desde sus nociones más fundamentales: el producto interior bruto era una forma no ya limitada sino potencialmente inadecuada de medir la performance de los países si ignoraba los costes medioambientales del crecimiento económico. Y, argumentó de forma pionera que las interacciones económico-ecológicas merecían pasar a un primer plano. Sus formulaciones de “modelos de evaluación integrados” –el más utilizado es el denominado DICE, siglas de modelo Dinámico Integrado de Clima y Economía- explicitaron de forma más nítida que cualquier formulación anterior las eventuales tensiones entre crecimiento material y cambio climático. Las aportaciones de Nordhaus han suministrado puntos de partida relevantes para discutir las medidas para afrontar esas interacciones, desde subvenciones a las energías limpias hasta penalizaciones a la contaminación, pasando por regulaciones. Cuando Paul Samuelson eligió a Nordhaus para dar continuidad a su manual de Economía, el más vendido de la Historia, se posibilitó que no solo los especialistas, sino asimismo quienes se aproximaban por primera vez a las temáticas económicas, se encontraran con referencias a las interacciones entre la agenda más tradicional de la economía y las implicaciones medioambientales.
Desde las décadas finales del siglo XX, Nordhaus insistió en la necesidad de reincorporar las dimensiones medioambientales en el análisis económico, desde sus nociones más fundamentales: el producto interior bruto era una forma no ya limitada sino potencialmente inadecuada de medir la performance de los países si ignoraba los costes medioambientales del crecimiento económico
Respecto al progreso tecnológico, ya desde los años 1950, el Premio Nobel de Economía Robert Solow introdujo con fuerza su papel, aunque en su formulación pionera éste se presentaba como algo exógeno, como un “maná caído del cielo” en la expresión ya en desuso. La gran aportación de Romer fue explicitar –en su tesis doctoral en 1983, y en sus artículos pioneros de 1986 y 1990- cómo las innovaciones no sólo eran esenciales para entender la dinámica de prosperidad sino que su generación requería unos recursos y un entorno que se podía dar (o no) en muy diversos grados, y con ello afectar de forma sustancial al motor de crecimiento. Como casi todo en la Economía (y en la vida) el progreso tecnológico era endógeno, dependía de decisiones, prioridades y políticas. Por ello, las interacciones entre planteamientos empresariales y el marco de políticas de fomento de la creatividad y la innovación debían tener un central protagonismo: propiciar a generar un ecosistema de ideas que, además de su fertilidad intelectual, se trasladasen a aplicaciones prácticas en el sistema productivo. Un punto importante es que las innovaciones tienen unos componentes “apropiables” –mediante patentes y fórmulas de protección de la propiedad intelectual– pero otros de aportación a un “stock general de conocimientos” que beneficia a todos los potenciales usuarios, lo que introduce unas dimensiones de bien público y externalidad positiva que legitiman la necesidad de políticas públicas.
Más allá del cortoplacismo: compromisos de futuro y responsabilidades intergeneracionales
Más allá de la descripción de sus importantes aportaciones, un aspecto más de fondo a destacar, en las aportaciones de los galardonados, es el mensaje del papel de las responsabilidades de la Economía, no sólo con el presente, sino sobre todo con el futuro: crecer de forma medioambientalmente responsable es una dimensión crucial del compromiso efectivo de una sociedad con las generaciones futuras. Apostar por un modelo de innovación y creatividad potente y valorado socialmente es una excelente inversión de futuro. Ello requiere asumir las dimensiones intertemporales e intergeneracionales con una prioridad sustancialmente superior a la actual. Y, ahora que hemos cumplido ya una década del estallido de la crisis, es un buen momento para recordar que las imprudencias financieras que nos condujeron a ella comparten con la infravaloración de los impactos medioambientales y la insuficiencia en muchos lugares de la apuesta por la innovación, no sólo el papel de fuente de problemas sino, sobre todo, el constituir dimensiones de una irresponsabilidad hacia el futuro, el nuestro y el de las siguientes generaciones. Ojalá el Premio Nobel de Economía 2018 ayude a nuestras sociedades a devolver con fuerza a primer plano los compromisos que, más allá de urgencias y cortoplacismos, deberíamos tener con el futuro.