Un dividendo es siempre motivo de alegría para un accionista. Por eso, en demografía, un dividendo también es algo que hay que celebrar, y que es una cohorte de personas que constituyen una fuerza de trabajo potencial que, en un momento determinado, puede hacerse efectiva mejorando con ello la producción de bienes y servicios.
IÑAKI ORTEGA. Director de Deusto Business School.
A lo largo de la historia reciente han existido tres grandes dividendos demográficos. El de las mujeres, que se hizo realidad cuando se incorporaron masivamente al trabajo; el de los jóvenes en las sociedades en desarrollo, que gracias a su educación fueron claves para impulsar sus economías; y el de la población emigrante, que se ha incorporado a las sociedades más ricas aportando mano de obra y rejuvenecimiento.
Ahora, sin darnos cuenta, ha llegado el dividiendo de los mayores, personas entre los 55 y 75 años, que gozan de buena salud y pueden seguir trabajando, aun cuando no siempre encuentran las oportunidades para ello. Los «dividendos de longevidad» se formularon por primera vez en 2006 en la revista The Scientist.
Este nuevo concepto resumía los beneficios que suponen para una sociedad los aumentos alcanzados en la esperanza de vida. En concreto, «la gente se mantendrá más tiempo en el mercado laboral, los ahorros personales aumentarán, bajará el absentismo y habrá menor presión para el sistema de salud.