En los últimos tiempos aumenta la perplejidad ante aspectos que difieren de lo que creíamos habitual: desde tipos de interés ínfimos o negativos que penalizan el ahorro y estimulan el endeudamiento o nuevas formas de dinero que escapan al control de las autoridades hasta un entorno en que las reglas de la globalización parecen tambalearse
Juan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
En esta época de series televisivas que se han popularizado y ocupan una parte significativa del ocio, tal vez no sea tan frívolo como parecía a primera vista utilizarlas como referencias para algunos importantes cambios que están originando perplejidades y desorientación a la hora de tratar de entender qué está pasando en nuestras economías y en nuestras sociedades. Una de ellas, Stranger Things, parece un título adecuado para resumir el actual escenario. En poco tiempo hemos visto eclosionar nuevas realidades, algunas insólitas, otras que suponen retornos a situaciones del pasado que creíamos superadas. Como suele suceder en épocas de transformaciones rápidas y disruptivas, los recelos y desconciertos conviven (y a menudo parecen dominar) con las esperanzas que suscitan las novedades, lo que encaja con el gran eco las distopías en el mundo de las series: desde los escenarios de consecuencias de aplicaciones de la tecnología que describen los episodios de Black Mirror (algunos de ellos parecían ficción hace pocos años y hoy son ya realidades, como el de control social “puntuando a los ciudadanos” en China) o Years and Years (acerca de los cambios que propician la llegada al cargo de primer ministro en Reino Unido de personas de determinado perfil) o el más (todavía más) dramático Handmaid’s Tale.
Menos ahorro, más endeudamiento
Por una parte, constatamos como los tipos de interés bajos que se implementaron para hacer frente a la crisis de 2008 parecen haberse perpetuado, de modo que la edición de octubre de 2019 del Informe sobre Estabilidad Financiera Global del FMI eligió como título “más bajos durante más tiempo” en referencia a ello. Las implicaciones son profundas y llamativas: la retribución del ahorro, la recompensa por lo que nos habían enseñado nuestros mayores que era la virtud del ahorro, se convierte en prácticamente cero o negativa, generando lo que, parafraseando a Keynes, podríamos denominar una “eutanasia del ahorrador”… al tiempo que los bajos costes de endeudarse acentúan una peligrosa acumulación de (más) deuda y de peor calidad, según los análisis del FMI o la OCDE. Ahorro penalizado, endeudamiento favorecido, se diría que el mundo funciona al revés… Con “aviso de spoiler”, indicar que en la citada serie Stranger Things la clave resulta estar en que por un conjunto de circunstancias se habría abierto una conexión a una especie de mundo paralelo en que las cosas funcionan “Upside down”, al revés. ¿Está la ficción más cerca de la realidad de lo que pensamos?
La retribución del ahorro, la recompensa por lo que nos habían enseñado nuestros mayores que era la virtud del ahorro, se convierte en prácticamente cero o negativa, generando lo que, parafraseando a Keynes, podríamos denominar una “eutanasia del ahorrador”
¿Adiós a la hegemonía de las entidades financieras?
Otro aspecto en que las cosas parecen haberse “vuelto del revés” es en algo tan cotidiano como lo que es el dinero. Aunque en la historia ha habido muchas formas de medios de pago y de intercambio, llevábamos décadas, prácticamente siglos, en que la emisión de dinero era una de las competencias de los poderes públicos, generalmente a través de los Bancos Centrales, y el control del dinero y del crédito a través de las políticas monetarias y financieras era una pieza esencial de las políticas públicas. La reciente aparición de “monedas virtuales” que no sólo utilizan formatos estrictamente digitales –nada de monedas y billetes – y que presumen de no estar supeditadas a ningún poder público que las pueda manipular, ha empezado a sacudir muchas cosas. Algunos Bancos Centrales ya están reaccionando. A principios de diciembre la Banque de France anunciaba para 2020 ensayos con una “moneda digital de banco central” (CBDC en siglas inglesas) que, de confirmarse, supondría que un país importante se añade a la lista de otras economías de menor dimensión que ya han anunciado iniciativas al respecto. Una consecuencia todavía inexplorada de ello podría ser la capacidad de los ciudadanos particulares (familias y empresas) de operar directamente con sus bancos centrales (o con las entidades privadas emisoras de criptomonedas) arrojando dudas sobre el papel de unas entidades financieras tradicionales cuyos márgenes de rentabilidad ya se ven erosionados por el entorno de mínimos tipos de interés.
Una consecuencia todavía inexplorada de ello podría ser la capacidad de los ciudadanos particulares de operar directamente con sus bancos centrales, arrojando dudas sobre el papel de unas entidades financieras tradicionales cuyos márgenes de rentabilidad ya se ven erosionados por el entorno de mínimos tipos de interés
Algunas de las iniciativas en nuevos medios de pago digitales están protagonizadas por BigTech, grandes corporaciones que gestionan los pagos entre sus cientos de miles de clientes de formas novedosas o que, directamente, anuncian lanzamientos de monedas con pretensión de utilización más general. Esta incursión en el ámbito monetario y financiero de esas empresas -tanto las que tienen sede en Estados Unidos como las que han ido apareciendo en China casi como réplica de las occidentales- sería solo una de las vertientes en que esas corporaciones sacan partido de lo que algunos analistas han denominado su DNA (control de ingentes volúmenes de Datos y capacidad de articular networks de relaciones entre millones de usuarios en número creciente de actividades). Desde el punto de vista económico, incluso el FMI dedicaba hace poco un comentado estudio acerca del papel de esas grandes empresas para explicar la concentración de “poder de mercado” y los subsiguientes beneficios en un segmento reducido, frente a la tendencia a la baja, por ejemplo, de la participación de los salarios en la renta nacional. Sin embargo, parece claro que las implicaciones en términos de control social a partir de los bigdata de que disponen esas entidades conforman un escenario que supera algunos episodios que parecían ficción en Black Mirror. Y además presagian, tal vez, un itinerario hacia un escenario Blade Runner en que las interacciones entre humanos y máquinas ha tomado derivadas insospechadas y alguna corporación es un estado dentro del Estado.
Como han mostrado los trabajos de Piketty o Zucman, algunos indicadores de distribución de la renta se parecen hoy más a los de 1900 que a los de 1970
Desigualdades de otro siglo
Entre las cosas que se estarían “volviendo al revés” figuraría el retorno a unas pautas de distribución de la renta con mayores desigualdades, con más polarizaciones, similares a las de hace un siglo o más. No es de extrañar la utilización frecuente del término “reversión” para referirse al retroceso a parámetros que nos alejan de las mejoras sociales conseguidas -al menos en las economías avanzadas pero que se consideraban referencias a seguir por el resto de países- con la generalización de los “estados del bienestar” tras la segunda guerra mundial. Como han mostrado los trabajos de Piketty o Zucman, algunos indicadores de distribución de la renta se parecen hoy más a los de 1900 que a los de 1970. La generalización del “malestar con(tra) la globalización”, tomando prestada la expresión de Stiglitz, sería una consecuencia. Pero otra importante sería la puesta en tela de juicio de forma cada vez más cruda y abierta de las “reglas del juego” del sistema multilateral abierto en comercio y finanzas vigente en las últimas décadas, ante la constatación de que segmentos importantes quedaban excluidos de ellos y/o la percepción, en cualquier caso, de que no se distribuían de forma equitativa.
La introducción de la noción de inclusividad no parece estar llegando a tiempo de aplacar ese malestar, con eclosiones de protestas en países de muy diversas latitudes y diferentes niveles socioeconómicos. Las barreras proteccionistas, que el G20 se conjuró para evitar desde 2008-2009 a fin de no repetir los errores que agravaron la Gran Depresión desde 1929-1930, han reaparecido con virulencia desde 2018, obligando a “desempolvar” los análisis académicos y políticos sobre sus costes. Asistimos a declaraciones según las cuales el mundo que imaginó David Ricardo hace más de dos siglos, al explicar cómo el aprovechamiento de las “ventajas comparativas” en el comercio internacional abrían posibilidades de intercambio mutuamente ventajosas, sería una ingenuidad en comparación con la realpolitik en que las grandes potencias convierten la gestión de sus transacciones comerciales en una herramienta en sus pugnas por la hegemonía, haciendo reaparecer un Managed Trade contrapuesto a los avances hacia la liberalización comercial. Una liberalización comercial que durante décadas han sido un pilar de una globalización que se ve ahora tensionada. La nueva directora del FMI, la ciudadana búlgara Kristalina Georgieva, apela a las experiencias que le da su origen nacional para explicar, en su primer discurso en el cargo, el riesgo de fracturas, de fragmentaciones, llegando incluso a efectuar comparaciones con el Muro de Berlín o el Telón de Acero.
Las barreras proteccionistas, que el G20 se conjuró para evitar desde 2008-2009 a fin de no repetir los errores que agravaron la Gran Depresión desde 1929-1930, han reaparecido con virulencia desde 2018, obligando a “desempolvar” los análisis académicos y políticos sobre sus costes.
Realmente estamos viviendo cosas extrañas. Algunas nos muestran formas de funcionar “al revés” de lo que estábamos acostumbrados. Otras pueden interpretarse en términos de retornos, de reversiones, a unas pautas que creíamos que habíamos dejado atrás para siempre. Es cierto que algunos episodios deberían recordarnos que las idas y venidas son constantes a lo largo de la historia: el escenario global del Imperio Romano, con reglas jurídicas y calzadas de comunicaciones compartidas, cayó. La original Ruta de la Seda, que unió durante siglos China con Asia Central, Oriente Próximo y las ciudades más prósperas de Europa, cayó. El sistema comercial y financiero abierto vigente entre 1870 y 1913, cayó con estrépito con la Primera Guerra Mundial. Tal vez fue ingenuo pensar que tras la Segunda Guerra Mundial habíamos alcanzado la fórmula para hacer compatibles democracia, crecimiento y bienestar… Pero, pese a los agoreros a menudo interesados, el futuro no está escrito y deberíamos tener la lucidez y el empuje para (de)mostrar que, en un futuro, que ya ha empezado, esos aspectos son tanto compatibles como complementarios