Las tensiones entre el optimismo de vacunas efectivas frente al coronavirus se contraponen a los riesgos de nuevas oleadas que no se acaban de controlar, mientras algunos temas de fondo aguardan a soluciones con esperanzas, pero, también, con enormes dificultades a superar.
Juan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
Los inicios del primer año después del coronavirus, que coincide asimismo con el de la tercera década del siglo XXI, plantean debates acerca de los escenarios que se abren a partir de ahora. Los optimistas apelan a la esperada efectividad de las diversas vacunas que se están empezando a aplicar, con las esperanzas de que su rápida difusión propicie un “rebote” importante tras los indicadores en negativo que ha dejado 2020. Los pesimistas dudan de que el control efectivo de la difusión del virus sea tan rápido y de tan amplio alcance como los optimistas plantean, y auguran todavía varios largos y duros años de espera hasta poder recuperar los niveles previos al inicio de la pandemia. Es evidente que los aspectos médico-sanitarios serán decisivos, pero, asimismo, durante 2021, seguiremos asistiendo a controversias en torno a problemas de fondo previos al COVID-19 que, para algunos, las urgencias de esta crisis deberían contribuir a acelerar alcanzar soluciones mientras que, para otros, ni siquiera en estas duras circunstancias podrán efectivamente afrontarse por los poderosos intereses en juego.
El debate abierto hace tiempo es si podemos seguir hablando de un sistema multilateral abierto de comercio o, por el contrario, se ha impuesto de forma definitiva un managed trade en el que las grandes potencias, cada una a su estilo muy diferente –Estados Unidos, China, la propia UE– utilizan su capacidad de influencia para conformar las “reglas del juego” a imagen y semejanza de sus intereses
EL COMERCIO MUNDIAL, A DEBATE
Uno de esos temas será la reformulación, o no, del sistema comercial mundial. Más allá de los indicadores de flujos comerciales, que fueron especialmente negativos en los primeros meses de 2020, para mostrar posteriormente un suavización, el debate abierto hace tiempo es si podemos seguir hablando de un sistema multilateral abierto de comercio o, por el contrario, se ha impuesto de forma definitiva un managed trade en el que las grandes potencias, cada una a su estilo muy diferente –Estados Unidos, China, la propia UE–, utilizan su capacidad de influencia para conformar las “reglas del juego” a imagen y semejanza de sus intereses. Llamó la atención que, en diciembre de 2018, la cumbre del G20 de Buenos Aires explicitara la insatisfacción con la forma en que estaba funcionando el sistema comercial mundial, teóricamente multilateral, e instara a la reforma de la Organización Mundial de Comercio OMC/WTO. Llamó también la atención que la presidencia saudita de ese organismo, en 2020, hiciese de esa reforma uno de sus objetivos más emblemáticos… pero, probablemente, no sorprende que finalmente no se haya pasado, por ahora, de declaraciones retóricas acerca de la “iniciativa Riyadh” para tal reforma.
Otro aspecto que puede parecer técnico pero que, asimismo, será esencial seguir para evaluar la solidez de las esperanzas en que “hayamos aprendido las lecciones” de la crisis es lo que suceda con los acuerdos BEPS (Base Erosion and Profit Shitfing) en que se ha venido trabajando desde hace años, sobre todo por parte de la OCDE, con el teórico amparo del G
Hay aspectos prácticos que podrían considerarse simbólicos, pero que son relevantes, como la posición que asumirá la nueva Administración de Estados Unidos acerca de la designación de la nueva directora general de la OMC/WTO, en concreto si desbloquea el nombramiento de la candidata presentada por Nigeria, que tiene el más amplio consenso, pero que ha afrontado en las semanas finales de 2020 el veto de Estados Unidos. Otros temas que servirán de “piedra de toque” para evaluar la disposición de Estados Unidos en el ámbito comercial serán, en las relaciones con Europa, la dinámica de las sanciones mutuas que se han impuesto en respuesta a la constatación, por parte de la OMC/WTO, de las prácticas ilegales de ambas potencias en las formas de apoyar a Boeing y a Airbus. Y en las relaciones con la poderosa cuenca del Pacífico, deberemos estar atentos con expectación a la respuesta, si la hay, de Estados Unidos al acuerdo amplio de finales de 2020 entre China, los diez países de ASEAN y cuatro aliados tradicionales de Estados Unidos, como son Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Es llamativo cómo, en 2017, el mandato presidencial de Estados Unidos se inició abandonando un Acuerdo Trans-Pacífico orientado a “aislar a China”, mientras que entre los primeros retos del mandato presidencial que se inicia en 2021 debe afrontarse un gran acuerdo comercial de Asia-Pacífico orientado a “dejar fuera a Estados Unidos”.
UNA OPORTUNIDAD PARA PONER EL FOCO EN LA FISCALIDAD
Otro aspecto que puede parecer técnico pero que, asimismo, será esencial seguir para evaluar la solidez de las esperanzas en que “hayamos aprendido las lecciones” de la crisis es lo que suceda con los acuerdos BEPS (Base Erosion and Profit Shitfing) en que se ha venido trabajando desde hace años, sobre todo por parte de la OCDE, con el teórico amparo del G20. En un mundo en el que se han elevado las necesidades de recursos públicos para afrontar las urgencias del coronavirus, y en el que las ingentes emisiones de deuda pública tarde o temprano desbordarán las “benignas” interpretaciones de muchos acerca de que los bajísimos tipos de interés convierten en perfectamente asumibles unos niveles que ya han superado a los que se alcanzaron para financiar la Segunda Guerra Mundial, pasan a primer término las prácticas de corporaciones multinacionales y otras entidades que sacan partido de los diferentes regímenes fiscales, y, en especial, del tratamiento especialmente liviano que otorgan algunas jurisdicciones, para, “de facto”, contribuir en cuantías mínimas a financiar la provisión de bienes y servicios públicos.
La realidad, acrecentada en 2020, del ascenso de las transacciones digitales, hace difícil dilucidar en qué lugar físico se entiende que se ha producido una transacción. La OCDE anunció entonces avances importantes en los trabajos técnicos orientados a clarificar en qué país se debían entender como realizadas las operaciones, con un mayor peso de la ubicación del cliente final (que se descarga series o películas de algunas plataformas, o que recibe envíos de paquetería) y menor de las teóricas sedes fiscales de las corporaciones implicadas. A este «pilar 1” de los trabajos se añade un “pilar 2” para garantizar, en todo caso, la aplicación de un tipo impositivo básico a estas transacciones. Pero, como en el caso de la reforma de las reglas comerciales, la cumbre del G20 de noviembre de 2020 fue incapaz de dar el respaldo suficiente para pasar de los trabajos técnicos a normas efectivas aplicables, aplazándose de nuevo a 2021 las eventuales concreciones al respecto. Y, de nuevo, la posición de la Administración de Estados Unidos, que, hasta ahora, ha protegido los intereses a corto plazo de grandes corporaciones, va a ser relevante.
La realidad, acrecentada en 2020, del ascenso de las transacciones digitales, hace difícil dilucidar en qué lugar físico se entiende que se ha producido una transacción. La OCDE anunció, en 2020, avances importantes en los trabajos técnicos orientados a clarificar en qué país se debían entender como realizadas las operaciones, con un mayor peso de la ubicación del cliente final
Se trata de un tema fiscal con derivadas importantes geoestratégicas, pero, asimismo, sociopolíticas, ya que la amplificación lacerante, en los últimos tiempos, de las diferencias entre la fiscalidad de las rentas del trabajo y los beneficios de las medianas y pequeñas empresas, en comparación con las tributaciones efectivas de las grandes corporaciones, ha sido uno de los factores que han contribuido a dejar en evidencia la retórica de la “inclusividad” y a lanzar dudas respecto a las afirmaciones de los políticos de que, en estas delicadas circunstancias, “estamos todos en el mismo barco”.
La esperanza radica en que la crisis de 2020 propicie la articulación de “equilibrios razonables”, basados en planteamientos técnicos solventes y que permitan encarrilar una salida de la singular tesitura en que nos ha sumido la crisis del coronavirus que sea constructiva e integradora
CONSTRUIR UN FUTURO MEJOR ESTÁ EN NUESTRAS MANOS
En estas, y otras muchas cuestiones en controversia, habrá que seguir si/cómo las esperanzas de 2021 se convierten, o no, en realidades. Y tan importante como el fondo de los problemas serán las formas de aproximarse a eventuales soluciones. Si continúan dominando la agenda los planteamientos maniqueos que apelen a prejuicios ideológicos, de uno u otro signo, será difícil avanzar e imposible llegar a soluciones. La esperanza radica en que la crisis de 2020 propicie la articulación de “equilibrios razonables”, basados en planteamientos técnicos solventes –como existen en los casos comentados en los párrafos anteriores– y que permitan encarrilar una salida de la singular tesitura en que nos ha sumido la crisis del coronavirus que sea constructiva e integradora. No deberíamos permitir que sea considerado imposible o ingenuo pretenderlo