Permítame, estimado lector, que comparta con usted una breve historia personal.
Dr. Marcos Eguiguren. Director asociado de proyectos estratégicos de la UPF-Barcelona School of Management. Cofundador de SingularNet Consulting
Tras una carrera profesional como emprendedor y banquero, empecé a introducirme en el campo del desarrollo sostenible en el sector financiero hace más de veinticinco años, cuando casi nadie hablaba de esas cosas. Contribuí a impulsar empresas de crowdlending, cuando ese término no se había acuñado todavía para financiación de proyectos sociales y/o medioambientales. Colaboré en el diseño de modelos de análisis de riesgo de crédito basado en lo que hoy llamamos criterios ESG a finales de los noventa del siglo pasado. Participé en el consejo de administración de fondos de inversión verdes y de bancos éticos y sostenibles, e incluso dirigí la principal asociación mundial de banca basada en valores. A fecha de hoy, sigo activo en el sector y dirijo una cátedra internacional sobre finanzas sostenibles en una prestigiosa escuela de negocios. Vamos, que se supone que soy un experto internacional en esa especialidad… Pues no crea usted que lo tengo yo tan claro. De hecho, empiezo a dudar de mí mismo y a recordar la conocida frase de Sócrates: “Solo sé que no sé nada.”
Le aseguro que, para estar al día de las novedades, solo en mi particular nicho de conocimiento, necesitaría tener días de 48 horas y estar estudiando constantemente. Además, cada vez que me siento con colegas de todo tipo a hablar de estos temas, especialmente si es gente que está muy metida en la especialidad dentro del sector, a veces me siento extraño. Indefectiblemente, la conversación gira alrededor de compliance, estándares, acrónimos indescifrables, regulaciones, directivas europeas, decretos, artículos de leyes, etc. Pocos, o nadie, se refieren a modelos de negocio, a la esencia de la entidad financiera, a su ADN, a la reconfiguración de su balance, a sus valores y a cómo estos impactan en las decisiones de negocio. Alguno se refiere al impacto o al reporting, pero siempre en el contexto de alguna nueva directiva o norma de obligado cumplimiento, raramente como una innovación destacable de su entidad. No sé. Me parece estar hablando con robots que creen que un sector financiero que defiende la sostenibilidad se mide por el número de páginas dedicadas al tema en el diario oficial de la Unión Europea, aunque, tal vez el problema lo tenga yo, que me estoy convirtiendo en un viejo dinosaurio.
La inflación de normas, creyendo que todavía eres influyente en el mundo, crea un grave problema geopolítico del que tú mismo eres la única víctima
LA ERA DE LAS REGULACIONES
Dejando esa historia personal aparte, lo cierto es que tenemos lo que nos merecemos. Muy en especial en la vieja Europa, hemos creado un monstruo y todos somos algo culpables. En el ámbito de la sostenibilidad, como en tantos otros, hace ya más de treinta años que la bienintencionada sociedad europea va pidiendo prohibiciones, regulaciones, intervención pública: “¡Hay que prohibir esto, y aquello! ¡Obliguemos a las empresas o a los ciudadanos a que hagan A o B! ¡Defendamos esto y lo otro!”, etcétera. Y todas esas peticiones, a voz en grito, amparadas por una peligrosa superioridad moral, se convierten para la clase política y para el ingente armazón de lo público, deseosos siempre de justificar su existencia y de hacerse imprescindibles, en algo así como el sueño húmedo de un talibán. “¡Crujámoslos a normas, lo están pidiendo!”, deben pensar los políticos y los burócratas. Y al igual que se dice de los sueños: cuidado con lo que pides, podría convertirse en realidad. Yo mismo he caído en ese error en algunas ocasiones, hay cosas que nunca debería haber pedido.
Y, así nos va. Esa escuela talibán de lo público en Europa que prioriza la imposición y la regulación estricta a la influencia y el incentivo pone el foco en la labor de los tecnócratas antes que en potenciar la de los líderes empresariales, y así, estos, cansados de normas, trabas, tasas e impuestos en cualquier ámbito del negocio, delegan en los primeros la adecuación de sus empresas a los paradigmas de un mundo más sostenible; mejor dicho, a las exigencias de la regulación en ese campo, en lugar de liderar ellos mismos una transformación más profunda y más centrada en el propósito de sus compañías, matando así la verdadera innovación y el compromiso social.
LO CORRECTO VS. LO OBLIGADO
El exceso de regulación causa relativismo moral, puesto que, en el caso que nos ocupa, el ciudadano corporativo podría dejar de hacer las cosas porque fueran “lo correcto” y pasar a hacerlas porque son “lo obligado”.
La gráfica adjunta nos permite ver qué niveles de regulación son aceptables y potencian la innovación privada y el propósito empresarial hacia el objetivo teleológico de cada tema objeto de regulación, cuáles comienzan a ser excesivos pero tolerables y cuáles se convierten en una carga inasumible que fuerza las empresas a buscar otras salidas o negocios alternativos.
Pero, ¡si solo fuera eso! En un mundo cada vez más multipolar, aunque todavía globalizado y en el que Europa lleva décadas perdiendo peso, la imposición de niveles de regulación absurdos amparados en la típica superioridad moral europea, que entran en demasiados casos en la llamada “zona de rechazo e ineficacia” de la gráfica adjunta, pone nuestras empresas en peligro y les dificulta competir de igual a igual con grandes conglomerados de otras latitudes, cuya visión sobre la necesidad del desarrollo sostenible existe, pero es más laxa y pragmática. La inflación de normas, creyendo que todavía eres influyente en el mundo, crea un grave problema geopolítico del que tú mismo eres la única víctima. Tu peso en el mundo es ya menos relevante, no vas a contribuir significativamente al giro necesario ante los retos de la sostenibilidad mientras otras zonas del orbe no aceleren sus pasos (es un reto planetario, no europeo) y vas a perjudicar y debilitar más a tu economía con regulaciones excesivas, por encima de las óptimas, y a construir una Europa débil y cuyo bien más preciado, la libertad, puede estar en peligro.
Sigo siendo un firme defensor del desarrollo sostenible y de la adecuación de la economía y de la actividad empresarial en cuanto a los valores humanos y a la obviedad de un planeta finito pero el exceso regulatorio puede tener efectos indeseables y solo satisface al sueño del talibán