Un artículo publicado por Esteban Hernández en El Confidencial hacia mediados del tórrido mes de agosto me dio que pensar. El artículo se titulaba El juez que explica los turbadores efectos del exceso de regulación para la gente común y en él su autor se hacía eco del libro acabado de publicar por Neil Gorsuch, juez del Tribunal Supremo estadounidense, con el título Over Ruled: The Human Toll of Too Much Law.
Dr. MARCOS EGUIGUREN. Director asociado de proyectos estratégicos de la UPF-Barcelona School of Management. Cofundador de SingularNet Consulting
Debo confesar, querido lector, que todavía no he leído ese libro, aunque ya está en lista de espera en mi mesita de noche, pero algunas notas y reflexiones del propio Hernández en su artículo ya me parecieron interesantes. Señalo una de sus frases, tomada del libro del propio autor, para que, a partir de ahí, me permita elaborar mi teoría: “La complejidad es un subsidio para los ricos y poderosos. Las grandes corporaciones y los individuos bien conectados y con recursos pueden sortear todos los trámites burocráticos”.
No olvidemos que el libro lo suscribe, nada más y nada menos, que un juez del tribunal supremo de Estados Unidos, alguien que tiene como rol principal en su día a día la interpretación de leyes y normas complejas al más alto nivel y la impartición de justicia en base a ella. No hablaré más de ese libro, aunque prometo dedicarle algún artículo más adelante en cuanto haya podido leerlo y digerirlo en profundidad, pero alguna cosa me resuena en la frase del párrafo anterior y en su posible vinculación con el mundo de las pymes.
La complejidad es un subsidio para los ricos y poderosos. Las grandes corporaciones y los individuos bien conectados y con recursos pueden sortear todos los trámites burocráticos
Si un juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos dice frases como esa y las argumenta en detalle con ejemplos de su propio país, imagínese lo que podríamos decir de la maraña normativa en nuestra estimada Unión Europea, donde las leyes, normas y directivas se generan y se reproducen con la facilidad de una epidemia vírica a todos los niveles imaginables: europeo, nacional, autonómico, provincial, comarcal, local, así como en otros muy diferentes ámbitos de la administración. Por ello, ahora que estamos hablando de pymes, me gustaría, si usted es un pequeño o mediano empresario, reflexionar sobre las trabas administrativas o fiscales que considera innecesarias —aunque, para su desgracia, las sectas monacales que pueblan nuestra política y nuestra administración imponiendo su peculiar visión de lo que es bueno para la sociedad no lo vean igual—, ya que se encuentra en el día a día de la gestión de su compañía. Estoy convencido de que la lista de agravios que le produce su relación con todo tipo de administraciones será interminable.
EVITAR LOS MONOPOLIOS
Pero la frase del magistrado del Tribunal Supremo estadounidense conecta con lo más profundo de la filosofía antimonopolio. Economistas prestigiosos tan dispares como John Maynard Keynes o Milton Friedman defendieron, desde ángulos diferentes, la necesidad de evitar los monopolios, salvo en situaciones muy excepcionales. Es obvio que, cuando una empresa es más grande y tiene más recursos, puede cumplir más eficientemente o sortear las trabas normativas con más facilidad. En el fondo, la labor del compliance corporativo se reduce a eso. La conclusión central a la que podemos llegar tras interpretar nuestra frase de cabecera en clave de pequeña y mediana empresa es que el exceso de reglas y normativas favorece la emergencia de oligopolios y monopolios, altera la libre competencia y dificulta la capacidad de las pymes para prosperar y subsistir en sectores en los que hay competidores de mayor tamaño y en los que las regulaciones actúan como elemento artificial de desventaja competitiva generada por las más diversas administraciones hacia las pymes y todo desvinculado realmente de la verdadera capacidad competitiva de cada una de las empresas privadas en liza.
Intentarán convencerle diciendo que la miríada de normativas es imprescindible para garantizar el bienestar de la ciudadanía, pero ¿de verdad compra usted ese discurso? ¿De verdad ese hipernormativismo es imprescindible para garantizar el buen hacer de las cosas? ¿No sería mejor decir que el hipernormativismo es imprescindible para justificar la existencia de las instituciones cuya misma raison d’être está en generar o supervisar el cumplimiento de normativas por ellos mismos generadas?
CUMPLIR LA NORMATIVA
Le dirán que el cumplimiento de la normativa es una necesidad competitiva y que quién no puede cumplirla —o no en su totalidad— no puede tener licencia para operar. Frase que suscribiría si estuviéramos ante marcos normativos sensatos y pertinentes. No. El hipernormativismo es el principal problema de las sociedades avanzadas hoy y no lo vemos, nos dejamos llevar por otros asuntos y no vemos las fauces del lobo ya mordiendo nuestro trasero. Ese es, como no, el principal problema de las pymes hoy, también en España. Pero, no desespere, el Estado es capaz de generar el problema y de regular para contribuir supuestamente a la solución de un problema que él mismo ha creado: orquestará determinadas ayudas a las pymes de tal o cual sector, que minarán su competitividad todavía más y aprobará una rica legislación antimonopolio para luchar de forma ineficiente contra la realidad que él mismo contribuye a crear con su hipernormativismo.
Es por todo ello que me sorprende tanto el tipo de relación con lo público que las diferentes asociaciones que aglutinan a los pequeños y medianos empresarios practican a veces, en la que buscan el apoyo de la administración, en ocasiones a través de la búsqueda de subsidios o de legislación más favorable para tal o cual actividad y no se posicionan de forma más valiente ante la gran necesidad de la simplificación normativa, caiga quien caiga. Es tan enorme el tamaño y el poder de la administración que secuestra la voluntad de la sociedad civil haciendo que esta juegue a un juego que no le toca ni le aporta beneficio alguno. El asociacionismo de las pymes no es una excepción y sufre de “síndrome de Estocolmo”. No solamente no queremos darnos cuenta de que la administración nos ahoga, sino que le permitimos hacerlo y buscamos una forma de ser ahogados lo más indolora y políticamente correcta posible.
Las asociaciones de pymes a nivel nacional y europeo deben iniciar una cruzada de simplificación normativa como eje central de su función. Deben librarse del síndrome de Estocolmo que las atenaza y librar esta batalla por la verdadera libre competencia. De no ser así, cada día estaremos más aprisionados entre los grandes conglomerados y el inmenso paquebote de lo público y la supervivencia de muchas pymes estará en peligro.
POSTDATA
Si algún día quiere usted hacerme una visita, verá que en mi despacho tengo siempre una botella vacía de plástico de un solo uso, con el tapón abierto con el normativo mecanismo (desde el 3 de julio de 2024) que le permite permanecer siempre unido a la propia botella.
No tengo esa botella a la vista por que se me olvidó reciclarla o como símbolo de un respeto especial a la necesidad de usar cada vez menos plástico, necesidad que entiendo y comparto, sino como un recordatorio visible del nivel de estupidez que pueden llegar a presentar nuestros legisladores.