Desde hace 18 meses ocupa la dirección de La Vanguardia, todo un caramelo para alguien que encara el final de su carrera profesional. Y es que Màrius Carol se siente hoy igual de entusiasta que durante sus primeros años de ejercicio profesional, y valora más que nunca rodearse de un equipo joven e inquieto como el que conforma la redacción de este rotativo, donde él continúa disfrutando escribiendo diariamente en sus páginas.
Texto: Esther Escolán Fotos: Ignacio Adeva
En diciembre de 2013 es nombrado director de La Vanguardia, diario con el que lleva 27 años vinculado. ¿Cuál ha sido la parte más dura de esta etapa?
Dirigir un diario siempre es duro y más actualmente, cuando formar parte de una cabecera de referencia como La Vanguardia te sitúa en el ojo del huracán. Esto, a veces, te lleva a sentirte incomprendido, pero tengo la gran ventaja de contar con un equipo humano magnífico. Claro que, después, hay días que llegas a casa hecho polvo o con la sensación de que, a pesar de haber hecho un gran esfuerzo para dar una determinada noticia, la gente la ha malinterpretado; pero este es un riesgo que se asume. Un diario no deja de ser una interpretación del mundo a través de los ojos de un grupo de periodistas, y todos nos podemos equivocar, pero si el grupo está cohesionado y el diario tiene una concepción honrada del mundo, siempre habrá lectores dispuestos a leerte, y tú tienes que cuidarlos y no maltratarlos.
Además, no es un momento fácil para la prensa…
Actualmente aglutinamos una audiencia de un millón y medio de lectores. Nunca, en la historia de La Vanguardia, nos había leído tanta gente, pero el modelo de negocio nunca había sido tan difícil. La prensa, en general, ha sufrido una doble crisis, una económica y otra en el núcleo del sector: en los últimos ocho años, 11.000 periodistas de prensa escrita han perdido su trabajo y nos hemos quedado con un tercio de la publicidad que se movía entonces. ¿Cómo se puede salir airoso de este panorama? Ajustando costes, sacando el máximo rendimiento posible del equipo y siendo muy imaginativo a la hora de conformar su propuesta de valor. Hacer un diario de calidad, sin embargo, es muy caro.
¿Y qué escenario futuro pronostica, teniendo en cuenta estos factores?
A mí me maravilla que, siendo el tercer país que menos periódicos lee de la UE, España sea el segundo en número de cabeceras, por detrás de Alemania, con un total de 110. Con esto no quiero decir en absoluto que alguna deba cerrar, pero en un escenario donde diferentes diarios venden tan sólo un millar de ejemplares, es necesario que el mundo de la prensa se ordene y todos terminen -terminemos- encontrando nuestro sitio. En este sentido, yo creo que como prensa escrita serán pocos los que sobrevivan; quizás aquellos de referencia, con una propuesta de valor clara y que se dirijan a un público que no le basta con la información que obtiene a través de los diarios digitales y las redes sociales. Suelen ser lectores que tienen que tomar decisiones clave en su vida y que utilizan la prensa escrita como prescriptor a la hora de interpretar la realidad que los rodea.
«Intento mantener la misma ilusión por las cosas que en los inicios, además de mi optimismo y entusiasmo innatos. La vida es una carrera de obstáculos, pero el reto reside en superarlos.»
¿Cómo describiría -con tres adjetivos- esta realidad?
Extraordinariamente compleja, apasionante y motivadora.
En una entrevista reciente en la revista Capçalera afirmaba que «somos hijos de los diarios que hemos leído». ¿Qué otros referentes han marcado su trayectoria?
En mi casa, mi padre traía cada día El Correo Catalán, un diario que acabó convirtiéndose para mí una herramienta que me ayudaba a entender todo lo que pasaba fuera de casa y que se convirtió en clave a la hora de acceder a la Escuela Oficial de Periodismo. Recuerdo perfectamente haber pedido ayuda a mi padre para prepararme el examen de actualidad y cómo, a través de un compañero suyo de trabajo que conocía a alguien que trabajaba en El Correo Catalán, permanecí estudiando durante un mes en la hemeroteca del diario. Tiempo atrás, pero, cuando tenía 13 o 14 años, un verano descubrí el mundo de la radio a través de unos talleres que se hacían en Radio Barcelona. Fue en ese momento que decidí dedicarme al periodismo. Años después, durante el segundo curso de la carrera, mi primera oportunidad profesional vino de la mano de Manuel Tarín, director de El Noticiero Universal, quien me encargó unas crónicas veraniegas desde diferentes municipios catalanes. ¡En ese momento me pagaban 300 pesetas por pieza!
¿Qué queda de aquel chico de Poblenou en el Màrius Carol de hoy?
Siempre intento mirarme al espejo y reconocerme. Es cierto que, dada mi posición, tengo que protegerme más, pero en el fondo no creo haber cambiado tanto: intento mantener la misma ilusión por las cosas que en los inicios, además de mi optimismo y entusiasmo innatos. La vida es una carrera de obstáculos, pero el reto reside en superarlos.
Aunque el grueso de su carrera la ha llevado a cabo en la prensa escrita, también colabora en programas de radio y televisión, y ha escrito varios libros. ¿Qué le aporta esta diversidad de escenarios?
Para mí, la prensa escrita es el medio que, como ocurre con las raíces de los árboles, me permite llegar a los elementos que nutren la realidad. Después, está la radio, un medio muy fresco que me fascina y me permitió descubrir el oficio de periodista, y la televisión, un medio muy complejo que dimensiona tu persona y te aporta visibilidad. Estos escenarios me han enriquecido como periodista y me han hecho un profesional más versátil.
¿Qué es lo que más valora de su profesión?
Yo estoy tremendamente agradecido a esta profesión porque soy una persona de clase trabajadora y eso me ha permitido progresar socialmente, formarme como persona y conocer gente que nunca se me había pasado por la cabeza. En conjunto, me ha ayudado a entender el mundo en el que vivo, a tener un abanico de intereses muy amplio y a ser mejor persona. A veces, ante determinados hechos de la realidad, me he tenido que plantear si debía actuar como periodista o como ciudadano, y he entendido que lo más importante es actuar como persona: si no eres una buena persona, difícilmente podrás ser un buen periodista.
Y fuera de las redacciones, ¿a qué dedica su tiempo libre?
Me encanta escribir sobre lo que quiero durante mis vacaciones de verano. Asimismo soy un buen culé, y el fútbol ha sido una de las aficiones con las que más he disfrutado junto a mis hijos cuando eran pequeños. Me gusta, sin embargo, leer, ir al cine, viajar y descubrir las ciudades de todo el mundo, cocinar, descubrir restaurantes, la cultura del vino, etc. Intento disfrutar de muchos pequeños placeres.
«El gran problema que tenemos actualmente, que me indigna y del que me gusta escribir con acidez, es la corrupción política, un tema que está desmoralizando a la gente.»
¿Qué hechos le afectan, le indignan o le sorprenden como ciudadano?
El gran problema que tenemos actualmente, que me indigna y del que me gusta escribir con acidez, es la corrupción política, un tema que está desmoralizando a la gente. Y es que es muy duro ver que, mientras unos sufren situaciones desesperantes, hay otros que se están enriqueciendo a su costa.
Titulado en Filosofía y Letras y Periodismo, Màrius Carol (Barcelona, 1953) ha formado parte de las redacciones de El Noticiero Universal, El Correo Catalán, El Periódico, El País y La Vanguardia, donde aterrizó en 1988 y ejerció como columnista, corresponsal de la Casa Real y jefe de Comunicación del Grupo Godó antes de ocupar la dirección. Multidisciplinar, este hijo de Poblenou también ha colaborado en programas de radio y televisión en Catalunya Ràdio, RAC 1, TV3 y 8tv. Y aparte de algunas monografías sobre Salvador Dalí y tres libros sobre la Familia Real Española, Carol ha publicado varias novelas, entre ellas, Las seducciones de Julia, ganadora del premio Ramon Llull en 2002, y El hombre de los pijamas de seda, que obtuvo el Premio Prudenci Bertrana en 2009.