La ralentización del crecimiento de la economía china está generando muchos interrogantes. ¿Es el fin de una etapa o un sensato cambio de modelo? ¿Qué implicaciones tendrá para la propia China y en la coyuntura mundial?
Joan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
Según datos del Economic Outlook de la OCDE de noviembre pasado, China creció entre 2003 y 2012 a un promedio superior al 10% anual, mientras que en 2015 lo hizo al 6,8% y con unas proyecciones ligeramente a la baja para los próximos años. Otras estimaciones apuntan cifras incluso más modestas, por debajo de las que tradicionalmente se consideraba que podían mantener la «paz social» en el gigante asiático.
China ha asumido un reto tan gigantesco como todo lo que se asocia a este país: hacer un cambio de modelo productivo más sostenible en el tiempo y más eficiente para traducir en mejoras del bienestar el crecimiento espectacular de los indicadores económicos de las últimas décadas. Como han explicitado los últimos «planes quinquenales» –una herramienta que parece de otras épocas pero que marca las grandes intenciones de las autoridades–, incluso el que se aplicará en el periodo 2016-2020, China tiene la intención de normalizar la su elevadísima tasa de ahorro en favor de más consumo privado; quiere equilibrar industria con servicios; pretende lograr un posicionamiento en las redes globales de producción en segmentos de mayor valor añadido; y busca un papel más importante de la demanda interna que alcance un equilibrio más razonable con la apuesta exportadora.
Todas estas directrices parecen sensatas pero, como sabemos demasiado bien aquí, un cambio de modelo no es fácil, ya que hay inercias e intereses que pueden dificultarlo. Aparte, naturalmente, que aspectos como los serios problemas medioambientales, el endeudamiento excesivo de algunos actores del ámbito económico y político, y algunas fragilidades del funcionamiento de los mecanismos financieros, son asignaturas pendientes de mucha envergadura.
China tiene la intención de normalizar la su elevadísima tasa de ahorro en favor de más consumo privado; quiere equilibrar industria con servicios; pretende lograr un posicionamiento en las redes globales de producción en segmentos de mayor valor añadido; y busca un papel más importante de la demanda interna que alcance un equilibrio más razonable con la apuesta exportadora
Una influencia creciente
La asunción por parte de China de esta compleja agenda va en paralelo a un cierto salto cualitativo de su influencia en el mundo. En términos de paridad del poder adquisitivo ya ha superado –como muestra la figura 1– a Estados Unidos, aunque obviamente en términos per cápita le queda mucho camino por recorrer. De forma destacada, hay cierta expectación por ver cómo lleva a cabo la presidencia del G20 que le corresponde ejercer durante el 2016: ¿tendrá voluntad y/o capacidad de reactivar este directorio global que en los últimos años parece que cotiza a la baja? Será importante hacer el seguimiento de como combina su rol regional como centro cada vez más destacado de la «factoría Asia», y cómo gestiona su ausencia, por ahora, del TPP (el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica entre los Estados Unidos y otros 11 países americanos, asiáticos y de Oceanía).
También sus iniciativas financieras parecen a veces opuestas a las instituciones tradicionales multilaterales –como el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, que han nacido en cierta contraposición al Banco Mundial–. Pero al mismo tiempo, China lucha para conseguir más poder en las instituciones más tradicionales, como ha evidenciado la exitosa presión política para incorporar su moneda en la cesta de divisas que constituyen los derechos especiales de giro (DEG), la unidad que el Fondo Monetario Internacional (FMI) utiliza para algunas operaciones.
El papel de China coge relieve en negociaciones internacionales como la Cumbre del Clima o las conferencias de la Organización Mundial del Comercio, aparte del ya mencionado G20. Y desde la perspectiva europea, merecen especial atención las iniciativas de las llamadas «modernas rutas de la seda», que quieren conectar China con todo el continente europeo por tierra y por mar reproduciendo la primera de estas vías, la «Silk Road «, que durante siglos (XII-XIII) unió toda Eurasia.
Recientemente han cogido vuelo las preocupaciones por una posible inestabilidad financiera en el país, a la vista de episodios delicados en varios momentos del 2015, así como también para eventuales problemas en algunos mecanismos financieros –tanto de entidades del sistema financiero formal como del sistema informal de préstamos y deudas, muy tradicional en China– y sus repercusiones
Los efectos globales de la desaceleración china
Esta dualidad de una China con profundos cambios internos y con un papel protagonista a escala global tiene efectos en el presente y el futuro económico y geopolítico mundial. Así, muchos analizan las eventuales implicaciones de la desaceleración china: proliferan los estudios sobre su transmisión hacia diferentes países y regiones y al conjunto de la economía mundial. Los vínculos comerciales –exportaciones e importaciones– con el gigante asiático son de importancia desigual para diferentes países, pero no se pueden ignorar en ningún caso. También son objeto de atención los efectos de una ralentización de la demanda china de petróleo y de otras materias primas, con efectos directos sobre países productores e indirectos sobre todos los consumidores, dada la influencia de las adquisiciones chinas sobre los precios mundiales.
Recientemente, además, han cogido fuerza las preocupaciones por una posible inestabilidad financiera en el país, a la vista de episodios delicados en varios momentos del 2015, así como también para eventuales problemas en algunos mecanismos financieros –tanto de entidades del sistema financiero formal como del sistema informal de préstamos y deudas, muy tradicional en China– y sus repercusiones. Hay que recordar que alcanzar posiciones destacadas en el ámbito de la intermediación financiera es más difícil que en los ámbitos productivos y comerciales, y que la solidez del sistema financiero sigue siendo una asignatura pendiente por el gigante asiático.
Momento decisivo en la evolución del país
Con una perspectiva histórica más amplia se puede decir que en China se están moviendo con mucha complejidad unas «placas tectónicas» económicas, sociopolíticas y medioambientales, y que los resultados finales tendrán amplios efectos sobre la configuración económica y geopolítica global. El país tiene que ver si puede superar la llamada middle income trap, que hace que algunos países puedan progresar hasta un determinadoe nivel movilizando más recursos productivos y utilizándolos con más eficiencia. Pero ir más allá en el progreso requiere también cambios institucionales y cualitativos más delicados y difíciles. Los planteamientos chinos parecen adecuados pero las dificultades de ejecución son también gigantescas.
Y, en última instancia, hay que recordar desde Occidente que China ha hecho en pocas décadas lo que en las economías avanzadas nos costó prácticamente siglos, y no fue precisamente un proceso fácil. Al contrario, experimentamos todo tipo de dificultades, desde crisis económicas hasta conflictos sociales, y a veces militares, cuya superación no fue sencilla. Desde 1980 el camino de China es mucho más lineal de lo que mostraban los precedentes históricos, y ahora parece que el país debe hacer ajustes amplios delicados. Esperamos, por su bien y el del conjunto de la economía y la sociedad globales, que se hagan con la cordura y prudencia ¡que no siempre tuvimos en Occidente!
A pesar de las recientes dificultades, el ascenso de la economía china ha sido espectacular en las últimas décadas. En la figura 1 se visibiliza esta trayectoria al alza en términos de PIB total (ajustado por diferencias de poder adquisitivo), un indicador en el que China ha superado recientemente a Estados Unidos. La India también va al alza, mientras que las economías avanzadas, incluida la zona euro, van cediendo posiciones.
La revisión de 2015 de la composición de los derechos especiales de giro (DEG) del FMI ha llevado a la inclusión de la moneda china por primera vez, a pesar de las dudas sobre si se cumplían algunos de los criterios exigibles, como la libertad en las transacciones con las divisas implicadas en los DEG. La presión política china ha hecho imparable esta emblemática incorporación.
Otro aspecto destacado es la composición porcentual de los DEG, que no son una «moneda propia» sino una «cesta de divisas». Como muestra la figura 2, la moneda china entra con una ponderación de cerca del 11%, que se detrae básicamente del euro (6,5 puntos porcentuales) y de la libra esterlina (más de 3 puntos porcentuales). El peso del dólar USA, en cambio, no se ve significativamente afectado, y muy poco el de yen japonés, que aprovecha la revisión para avanzar a la libra esterlina. Las dos principales divisas europeas son, pues, las grandes sacrificadas por la entrada del renminbi chino.
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