La producción científica está consolidada tanto en Cataluña, una de las regiones líderes del mundo, como en el conjunto de España. La cadena de transmisión que debe convertirla en innovación, sin embargo, no termina de funcionar con el éxito de otros países con los que nos comparamos. Faltan recursos, tanto públicos como privados, para sacar el máximo partido a todo el conocimiento que se crea en nuestro país.
Dídac Ramírez, rector de la Universidad de Barcelona.
La tercera misión universitaria, después de la docencia y la investigación, es la transferencia de conocimientos y de tecnología a la sociedad. Una transferencia que, a pesar de que las universidades han hecho históricamente tanto desde la vertiente de la investigación aplicada como desde una plena integración en el territorio, aún está lejos de los estándares internacionales que Cataluña debería tener.
El escenario que presento a continuación es preocupante porque muestra las dos caras de la moneda. En producción científica, el sistema español se ha consolidado desde hace años entre los 10 primeros del mundo –y Cataluña es una de las regiones con más productividad científica, muy por encima de la media española y de la mundial–, y en docencia continuamos aumentando el número de estudiantes internacionales a pesar de las altas tasas que mantenemos comparadas con Europa. Pero en innovación –la fuente principal de valor añadido de la transferencia universitaria–, España ha caído en el 19º lugar del ranking que anualmente elabora la Unión Europea. Junto con Rumanía, es el país europeo que más se ha hundido desde el 2007. Y a nivel mundial, hay indicadores que sitúan a España en posiciones por debajo de la 60.
La posición de Cataluña en innovación y transferencia universitaria, al igual que ocurre en el ámbito de la investigación, está por encima de la media española; acumula, por ejemplo, cerca del 25% de las patentes y otros indicadores de esta misión. Sin embargo, seguimos estando lejos de las posiciones que ocupamos en producción científica. Esta situación muestra que el embudo habitual de la innovación –la transformación de las ideas científicas que se desarrollan en aplicaciones que llegan al mercado– hace más de cuello de botella en nuestra economía que en la media mundial o la de los países más innovadores
La universidad debe dirigir también sus esfuerzos a mejorar la innovación, donde debe crecer y fortalecerse, para poder contribuir a la sociedad con mayor valor añadido y creación de empleo.
En Cataluña tenemos infraestructuras importantes para fomentar la innovación, tanto desde la universidad como desde los institutos de investigación y complejos hospitalarios, donde la producción científica es competitiva y abundante. Pero al comparar los recursos y ayudas públicas de que disponemos con los que tienen otros países como Israel o Finlandia, comprobamos que estamos a una gran distancia. El presupuesto que los países europeos más competitivos destinan a universidades o investigación triplica o cuadruplica el nuestro. En innovación y transferencia, la proporción llega a ser de 10 a 1, un agravio comparativo prácticamente insalvable.
Poca inversión en I+D
Si ponemos como ejemplo Israel, un país muy similar a Cataluña en población, nivel de renta y extensión, veremos que los inputs y outputs de investigación (producción científica y proyectos competitivos) son muy parecidos. La diferencia está en el gasto en I+D, sobre todo privada. En indicadores de transferencia (start-ups y patentes), se evidencia que la innovación es una asignatura pendiente en nuestro país.
La universidad debe dirigir también sus esfuerzos a mejorar la innovación, donde debe crecer y fortalecerse, para poder contribuir a la sociedad con mayor valor añadido y creación de empleo. Desde hace más de treinta años, tenemos infraestructuras y entes instrumentales creados por la misma universidad para impulsar la transferencia de conocimientos y de los resultados de la investigación a su entorno productivo. Pero a pesar de su crecimiento, estamos lejos de los estándares internacionales en relación con nuestra producción y productividad científica. Faltan recursos y hay que trabajar las relaciones de confianza entre universidad y empresa. Unas políticas públicas que hay que reclamar en un momento político en el que se debaten las propuestas de futuro para nuestra economía.