La formación de los líderes es esencial en todo tipo de empresas: pequeñas, medianas y, por supuesto, multinacionales. Y es que el buen líder nace pero, sobre todo, se hace gracias al aprendizaje de nuevos conocimientos y la adquisición de habilidades y actitudes que le ayuden a llevar las riendas de cualquier equipo de personas. Pero ¿cuáles son estas capacidades ideales para dirigir? ¿Qué define al líder perfecto en los tiempos que corren? Y ¿qué papel juega la formación en este escenario? A continuación, este artículo te da las claves.
Ramon Roch Noguera, Ingeniero industrial, PDG IESE y director de Fortriglobal.
Aunque pueda parecer innecesario, me gustaría empezar con la definición de líder: del inglés leader, es una persona que actúa como guía o jefe de un grupo. Además, para que su liderazgo sea efectivo, los demás integrantes deben reconocer sus capacidades. Por otro lado, el líder tiene la facultad de influir en otros sujetos. Y es que su conducta y sus palabras logran incentivar a los miembros de un grupo para que trabajen en equipo por un objetivo común.
Tener un buen líder es lo mejor que le puede pasar a una empresa, ya que los colaboradores mejor dirigidos son los que producen mejores resultados. Sin olvidarnos de que todos los empleados de una empresa se merecen un buen líder a la cabeza. En cualquier caso, la esencia del liderazgo no es hablar idiomas, saber mucho sobre finanzas, ser un gran negociador o un gran comunicador. La esencia del liderazgo tiene que ver con la vocación de ejercer como ejemplo, con la integridad, el carácter sólido, la capacidad a la hora de superar la adversidad y la madurez personal.
Los jefes mal encarados, que van por la empresa dando voces y dejando claro que ellos son los que mandan, pueden dirigir pero, desde luego, no pueden liderar.
¿Cómo potenciar un buen líder?
Los buenos líderes han sido siempre una minoría. Hay muchos jefes, pero de ahí a ser un buen líder hay una gran diferencia. Los mejores son aquellos conscientes de que deben ser un referente para el resto del grupo y que tienen muy claro que dirigir es servir. Los jefes mal encarados, que van por la empresa dando voces y dejando claro que ellos son los que mandan, pueden dirigir pero, desde luego, no pueden liderar.
Cuando la empresa encuentra a un buen líder, es fundamental tener en cuenta su formación, que debe cumplir unos requisitos que aseguren el máximo aprovechamiento de la inversión que supone (tanto en tiempo como en dinero para la organización) y el máximo impacto en la organización. Debemos ser capaces de conjugar la necesidad de desarrollo de los líderes con los objetivos que persiguen los responsables de las organizaciones que contratan los servicios formativos. Los objetivos organizativos, en la mayor parte de los casos, están por encima de los objetivos particulares.
La formación de los líderes no debe ser algo puntual que pueda aportar sólo resultados inmediatos.
La formación adecuada
La formación de los líderes no debe ser algo puntual que pueda aportar sólo resultados inmediatos. Lo óptimo es un proceso que -a través de diferentes formaciones, con diferentes metodologías y contenidos interrelacionados (tanto técnicos como habilidades) – nos permita adquirir las capacidades necesarias.
Las acciones formativas deben ilusionar siempre y su enfoque debe ser práctico y aplicable. Tenemos que conseguir que, en cada formación, los contenidos se adapten a la realidad de los líderes y a las situaciones que deberán enfrentar, y que sean fácilmente aplicables viendo los resultados.
Mi experiencia personal cuando dirigía una organización empresarial con más de 2.000 empleados es que, si era capaz de encontrar un buen líder y seguía con él los criterios de formación que he indicado anteriormente, el éxito estaba asegurado y la organización podía contar con un magnífico directivo capaz de asumir los retos más supeditados con total garantía y obteniendo los resultados esperados para la compañía.
La formación de los líderes es esencial en todo tipo de empresas: pequeñas, medianas y, por supuesto, multinacionales. Y es que el buen líder nace pero, sobre todo, se hace gracias al aprendizaje de nuevos conocimientos y la adquisición de habilidades y actitudes que le ayuden a llevar las riendas de cualquier equipo de personas. Pero ¿cuáles son estas capacidades ideales para dirigir? ¿Qué define al líder perfecto en los tiempos que corren? Y ¿qué papel juega la formación en este escenario? A continuación, este artículo te da las claves.
Ramon Roch Noguera, Ingeniero industrial, PDG IESE y director de Fortriglobal.
Aunque pueda parecer innecesario, me gustaría empezar con la definición de líder: del inglés leader, es una persona que actúa como guía o jefe de un grupo. Además, para que su liderazgo sea efectivo, los demás integrantes deben reconocer sus capacidades. Por otro lado, el líder tiene la facultad de influir en otros sujetos. Y es que su conducta y sus palabras logran incentivar a los miembros de un grupo para que trabajen en equipo por un objetivo común.
Tener un buen líder es lo mejor que le puede pasar a una empresa, ya que los colaboradores mejor dirigidos son los que producen mejores resultados. Sin olvidarnos de que todos los empleados de una empresa se merecen un buen líder a la cabeza. En cualquier caso, la esencia del liderazgo no es hablar idiomas, saber mucho sobre finanzas, ser un gran negociador o un gran comunicador. La esencia del liderazgo tiene que ver con la vocación de ejercer como ejemplo, con la integridad, el carácter sólido, la capacidad a la hora de superar la adversidad y la madurez personal.
Los jefes mal encarados, que van por la empresa dando voces y dejando claro que ellos son los que mandan, pueden dirigir pero, desde luego, no pueden liderar.
¿Cómo potenciar un buen líder?
Los buenos líderes han sido siempre una minoría. Hay muchos jefes, pero de ahí a ser un buen líder hay una gran diferencia. Los mejores son aquellos conscientes de que deben ser un referente para el resto del grupo y que tienen muy claro que dirigir es servir. Los jefes mal encarados, que van por la empresa dando voces y dejando claro que ellos son los que mandan, pueden dirigir pero, desde luego, no pueden liderar.
Cuando la empresa encuentra a un buen líder, es fundamental tener en cuenta su formación, que debe cumplir unos requisitos que aseguren el máximo aprovechamiento de la inversión que supone (tanto en tiempo como en dinero para la organización) y el máximo impacto en la organización. Debemos ser capaces de conjugar la necesidad de desarrollo de los líderes con los objetivos que persiguen los responsables de las organizaciones que contratan los servicios formativos. Los objetivos organizativos, en la mayor parte de los casos, están por encima de los objetivos particulares.
La formación de los líderes no debe ser algo puntual que pueda aportar sólo resultados inmediatos.
La formación adecuada
La formación de los líderes no debe ser algo puntual que pueda aportar sólo resultados inmediatos. Lo óptimo es un proceso que -a través de diferentes formaciones, con diferentes metodologías y contenidos interrelacionados (tanto técnicos como habilidades) – nos permita adquirir las capacidades necesarias.
Las acciones formativas deben ilusionar siempre y su enfoque debe ser práctico y aplicable. Tenemos que conseguir que, en cada formación, los contenidos se adapten a la realidad de los líderes y a las situaciones que deberán enfrentar, y que sean fácilmente aplicables viendo los resultados.
Mi experiencia personal cuando dirigía una organización empresarial con más de 2.000 empleados es que, si era capaz de encontrar un buen líder y seguía con él los criterios de formación que he indicado anteriormente, el éxito estaba asegurado y la organización podía contar con un magnífico directivo capaz de asumir los retos más supeditados con total garantía y obteniendo los resultados esperados para la compañía.