Dijo adiós a la presidencia del Círculo de Economía a finales de 2016, tras tres años de liderazgo que define como “interesantes”, aunque “vividos con cierta incomodidad”. Y es que el afán de contribuir a que las cosas mejoren siempre ha conducido a Antón Costas por todo tipo de derroteros. Uno de los últimos es la publicación de su último libro, El final del desconcierto (Ediciones Península, 2017), en el que este economista a medio camino entre Vigo y Barcelona da las claves para que progreso social y crecimiento económico puedan ir de una vez por todas de la mano.
Texto: Berta Seijo
Fotos: Lluís Cuéllar
No paramos de escuchar que desde 2014 la economía española es la que más crece con respecto al resto de economías europeas, la que ha reducido de manera más notable el endeudamiento privado y público y, sobre todo, la que más empleo está creando. Ahora bien, ¿cree que este crecimiento está beneficiando realmente al conjunto de nuestra sociedad?
Los tres datos que da son ciertos, pero ¿qué sucede? Pues probablemente podríamos añadir un cuarto elemento: que la economía española es una de las economías de la OCDE que peor transforma el crecimiento en progreso social. Me refiero a un problema serio que nos confirma que el crecimiento de la economía y del empleo ha roto su nexo con el progreso social. Ocurre también en otros países, pero en España esto sucede de manera más intensa.
Qué le diría a aquellos que afirman que la precarización laboral y salarial de buena parte de la sociedad española se debe a la disrupción tecnológica, a la economía digital, a la robotización, etc. ¿Es un error poner el foco en el progreso?
Les diría que o son unos ignorantes o unos cínicos. Porque si analizamos lo que ocurre en Estados Unidos –ejemplo de economía mundial que lleva dos décadas como mínimo sometida a una intensa disrupción tecnológica– con el empleo y la propia precarización laboral, veremos que allí la tasa de paro está por debajo del 5% y que los salarios están creciendo de una manera importante. Por lo tanto, no es verdad que la innovación tecnológica produzca inevitablemente precarización. Tiene que haber otra u otras variables que expliquen esa situación.
“No hay ninguna otra economía europea con un volumen equivalente de excedentes empresariales en relación con su PIB como la española. Por lo tanto, en términos agregados, es evidente que hay margen para subir los salarios y nadie puede sostener lo contrario.”
¿Una de estas variables podría ser el tipo de empleo que generan las grandes empresas tecnológicas?
En muchos casos, a las grandes compañías tecnológicas se les atribuye el rol de plataformas vinculadas a la economía colaborativa cuando, en realidad, se han transformado en verdaderos monopolios.
Normalmente, en el momento que se pasa de un tipo de economía a otra –como ocurrió a finales del XIX con el paso de la economía agraria a la industrial–, las nuevas materias primas dan lugar a la aparición de grandes monopolios. Ahora, probablemente, en esta nueva fase de transición económica, la materia prima es la información, y no es casualidad que alrededor de esta aparezcan de nuevo grandes empresas que generan unos beneficios extraordinarios pero que a su vez actúan en fraude de ley en lo que se refiere a la relación laboral con sus trabajadores.
En cualquier caso, me gustaría añadir que la precarización en España no viene solo de “la nueva economía”. En nuestro país, más del 95% del tejido empresarial lo componen compañías que tienen entre cero y nueve empleados, y que dan lugar también a una precarización laboral y salarial muy fuerte.
En este sentido, usted ha afirmado en varias ocasiones que lo que más favorecería a las empresas y a la economía en su conjunto sería incrementar el sueldo de sus trabajadores. ¿Por qué esta subida retributiva no acaba de implementarse?
Desde 2014 –año en el que se inicia la recuperación en España y Europa–, estamos siendo testigos de cómo las distintas economías van reduciendo de una manera importante su tasa de paro. Sin embargo, la sorpresa, tanto teórica (curva de Phillips) como práctica (es la primera vez que pasa), es que los salarios no crecen.
En nuestro caso, algunos afirman que esto ocurre porque los excedentes de las empresas en España son muy bajos y, como consecuencia, no hay margen posible para subir salarios. Pero la realidad es muy distinta: los excedentes de lo que llamamos el sistema empresarial no financiero español fueron en 2017 (y por cuarto año consecutivo) de 30.000 millones de euros. No hay ninguna otra economía europea con un volumen equivalente de excedentes empresariales en relación con su PIB. Por lo tanto, en términos agregados, es evidente que hay margen para subir los salarios y no se puede sostener, ni por las patronales ni por quien sea, lo contrario.
En definitiva, volviendo a su pregunta, creo que los salarios no se incrementan por una cuestión de política salarial; no hay motivos para pensar que sea un problema estrictamente de naturaleza económica o empresarial. Y esto es un error, ya que no debemos olvidar que los salarios decentes en una economía cumplen tres funciones bien importantes: dan ingresos a los trabajadores y a sus familias para que vivan dignamente, posibilitan que la economía capitalista funcione gracias al consumo de las clases medias, y son determinantes para aumentar la productividad de los trabajadores.
“Afirmar que la digitalización va a producir un desempleo masivo genera en la sociedad un miedo al futuro que puede desencadenar en situaciones y conductas como las que se vieron en Barcelona (con la quema de las fábricas) en la Primera Revolución Industrial.”
Por otro lado, en su libro apunta que esta digitalización y acelerado cambio tecnológico del que hablábamos antes sí que son determinantes a la hora de entender el auge de los populismos y las crisis políticas que se están viviendo en todo el mundo. ¿Podría explicarme por qué?
Aquellos que afirman que la digitalización va a producir un desempleo masivo generan en la sociedad un miedo al futuro que puede desencadenar en situaciones y conductas como las que se vieron en Barcelona (con la quema de las fábricas) a raíz de la Primera Revolución Industrial. Si además, a esto le sumamos que se le está diciendo a la población que el sistema de pensiones va a venirse abajo o que el sistema sanitario público no se va a poder financiar durante mucho más tiempo, ¿qué mensaje le estamos mandando a la ciudadanía?
Pues ante esta situación, muchas personas vuelcan sus esperanzas en el populismo, en líderes carismáticos que sostienen un discurso proteccionista y nacionalista, y que aseguran que pueden parar la llegada de esta especie de futuro perverso. Esto es tremendo, porque el sistema de pensiones y el sanitario aguantarán, y la automatización de la economía no hará otra cosa que traernos mayor productividad y riqueza.
¿Piensa que el creciente apoyo al independentismo en Catalunya tiene algo que ver con este planteamiento?
En Catalunya, desde los años 80, los partidos que de una manera genérica son nacionalistas han tenido siempre alrededor del 48% del voto y hoy en día lo siguen teniendo. Por lo tanto, lo que ha sucedido con este voto es, en todo caso, un cambio de objetivos: aquello que hace poco estaba centrado en el discurso nacionalista, curiosamente se ha ido deslizando hacia un discurso político de naturaleza independentista unilateral. Y en esta transición creo que tiene mucho que ver, aunque no únicamente, el malestar e indignación social ligados al deterioro de las condiciones económicas.
Quien mejor ha representado esto ha sido la Asamblea Nacional Catalana (ANC), organización con rasgos típicamente populistas que ha ido arrastrando a los dos partidos nacionalistas tradicionales: CiU y ERC. Entre ellos –y desde que la Convergencia de Artur Mas comenzó a perder votos y ERC fue hacia el tripartito– existe una lucha soterrada por la hegemonía del poder político que se ha ido apoyando en ese movimiento sociopolítico de fondo radical y rupturista. Desconozco cómo van a resolver esta encrucijada valleinclanesca, pero hemos llegado a un punto en el que esta dinámica no es sostenible.
También debo preguntarle sobre la postura que han adoptado la mayoría de empresarios catalanes ante al auge del independentismo en los últimos tiempos. ¿Ha habido más silencio o advertencias ignoradas?
El Círculo de Economía y sus presidentes, como ocurrió en el caso de José Manuel Lara, dijeron de una forma muy clara que si algún día aparecía un fenómeno de tipo unilateral independentista, trasladarían su domicilio social. Estaba claro; yo le puedo asegurar que esta institución se lo transmitió a los principales líderes políticos de Catalunya a lo largo de mucho tiempo de forma privada.
En cualquier caso, la función de un empresario no es salvar el país, sino proteger a su organización y todo lo que eso conlleva: puestos de trabajo, actividad de clientes y proveedores, etc. Y lo mismo ocurre con las instituciones financieras, las cuales deben dar seguridad a sus ahorradores para que la mañana siguiente no se encuentren con un corralito o con que su dinero está en riesgo. Este es el papel de un empresario, por lo tanto, no entiendo la crítica.
Aquí lo que ha ocurrido es que parte de los representantes políticos y ciudadanos catalanes no querían creer que podía llegar a pasar lo que estamos viviendo o, siendo conscientes de ello, le restaban importancia. Ahora bien, que no nos vengan con que en el mundo empresarial no asumimos nuestras responsabilidades. Lo hicimos y le aseguro que es muy incómodo decirle a la gente lo que no quiere oír.
“Le puedo asegurar que el Círculo de Economía le transmitió a los principales líderes políticos de Catalunya (y a lo largo de mucho tiempo) que si aparecía un fenómeno de tipo unilateral independentista las empresas catalanas trasladarían su domicilio social.”
Siguiendo con las consecuencias del conflicto catalán, ¿de qué impactos económicos ya se puede hablar?
Los impactos van por sectores: mientras que aquellos que vienen más determinados por el consumo interno se están viendo más afectados, la industria prácticamente no ha sufrido las consecuencias del procés. Y esto se debe a que el resto de las economías mundiales funcionan bien y, por lo tanto, las exportaciones van tirando. Si la situación se mantiene así, probablemente no vamos a ver un impacto demasiado intenso sobre la actividad económica y el empleo. Otra cosa es el efecto a medio y largo plazo que puedan acabar teniendo los cambios de sedes corporativas y fiscales. Nuestro mayor riesgo es el de quedarnos como fábrica y perder la sala de mandos. Pero yo prefiero esperar y ver qué ocurre.
Corre peligro el poder empresarial y estratégico catalán, pero ¿qué me dice de la reputación e imagen de Catalunya y, sobre todo, de Barcelona?
Los sucesos de desorden en la calle sí que mandan una imagen internacional muy potente. Vengo de Bruselas y me sorprendió comprobar que a día de hoy ningún líder político europeo quiere venir a Barcelona; temen de manera exagerada verse envueltos en todo esto. Y eso hay que tenerlo en cuenta y gestionarlo. Porque si no lo hacemos, vamos a tener, también por este lado, unos efectos inesperados.
“Los sucesos de desorden en la calle sí que mandan una imagen internacional muy potente. Vengo de Bruselas y me sorprendió comprobar que a día de hoy ningún líder político europeo quiere venir a Barcelona; temen de manera exagerada verse envueltos en todo esto.”
Antón Costas (Vigo, 1949) es ingeniero técnico industrial y Doctor en Economía, catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona (UB) y presidente del Observatorio de Análisis y Evaluación de Políticas Públicas de la misma institución. Anteriormente, fue vicerrector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y también de la UB. Esta es su labor en el mundo académico, pero Costas es conocido por participar de forma muy activa en el debate público sobre los problemas económicos, sociales y políticos actuales. Lo hace a través de su tarea como divulgador –es escritor, conferenciante y además columnista en El País, El Periódico de Catalunya y La Vanguardia–, como consejero de diversas empresas y como miembro de la junta directiva del Círculo de Economía de Barcelona (institución que presidió entre 2013 y 2016).
Aún así, el rol más permanente a lo largo de su vida (concretamente, desde 1978) ha sido el de profesor. Como él mismo reconoce: “Es el trabajo que más me gusta, el que más me satisface, el que no me cansa y el que me da más satisfacciones. Cuando vas por la calle y de pronto alguien te dice que fue tu alumno, tienes un subidón de alegría y de autoestima considerable”.